viernes, febrero 3

UNA MIRADA DESCUBIERTA

Luis continuaba reflexionando sobre el valor de los demás. Quería seguir aprendiendo. Quería descubrir sus juicios, sus valoraciones inconscientes de los cercanos. Reconocía que, dentro de sí, tenía una medida interna que valoraba de forma positiva o negativa a los que le rodeaban. A otros, a los que no incidían, según él, en su vida, le daba igual y no los consideraba. 

Aquella mañana se había focalizado en su padre. Un hombre con el que no había tenido ocasión de empatizar, de comprenderse, de hablar y de intercambiar pensamientos ocultos de su alma. Luis echaba mucho de menos esos intercambios. Sabía que su padre estaba orgulloso de su vida, de su camino y de sus decisiones. 

Sin embargo, no había tenido nunca ocasión de sentarse juntos y charlar de sus cosas como dos amigos. “¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece la paz? ¿Qué otra cosa podrías deseas salvo lo que te ofrece? Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él”. 

“Lo que se encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión que, simplemente lo amarás y te regocijarás. No se te ocurrirá juzgarlo. Puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas”. 

Luis repasó su vida junto a su padre y recibió esa paz que todo lo hacía funcionar. Una paz que estaba cuidada por la entrega generosa de su padre. Se levantaba a las cinco de la mañana. Trabajaba hasta las dos. Comía. Y a las tres de la tarde estaba ya en otro trabajo. Su entrega sin igual daba paz económica a la familia. 

Sin embargo, Luis no lo valoraba. Lo tomaba como algo normal. Una obligación por ser el padre de familia. Una responsabilidad que debía cumplir. Una serie de exigencias estaban en su mente. Ahora, a la distancia, se daba cuenta de su error. Debido a su trabajo, no había tenido ocasión de tener un tiempo libre con su padre. Su agradecimiento refulgía con mucha fuerza. 

Ante esa opción: “puedes elegir ver o juzgar, pero nunca ambas cosas”. Luis elegía ver, reconocer, amar, comprender, dejar esas exigencias de responsabilidad, dejar su alma salir con naturalidad. Un amor nuevo, hermoso y fuerte nacía de su corazón. Un agradecimiento desconocido se hacía ver. Su padre, sin él verlo, le había dado esa paz para poder crecer en el jardín del hogar. 

Unas suaves palabras salían de su corazón, de su boca, de sus entrañas: “gracias, papá, por tu entrega, por tu generosidad, por tus desvelos, por tu eficacia, por tu enorme sentido de tu responsabilidad. Nos hiciste mucho bien y ahora, solo ahora, puedo decirte con verdad, gracias, papá”. 

Luis se quedaba enternecido, lleno de una visión que no había tenido con anterioridad. Le daba gracias al universo por abrir esa verdad dentro de su corazón.

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