jueves, febrero 23

MARAVILLOSO PODER DE LIBERTAD

Rafa estaba mirando la clara luz de la mañana. Le entraba a través de su ventana. Sentado frente a ella, su ordenador delante de él. Su mirada perdida en lontananza. La luz clara y difusa le rodeaba. Estaba gozoso. Una idea, junto a esa luz matutina, le rodeaba la mente y el alma. Su repetición con sus labios de una forma queda, sencilla, casi apagada.

Nadie la escuchaba. Pero, la captaba su alma. Nadie se lo había dicho, pero resonaba en sus entrañas. Tenía un poder apenas conocido. Tenía un poder con toda su potencia. El ser humano disponía de un poder por ser persona y por ser mente consciente y duradera. Tenía el poder de la decisión. Y ese poder de la decisión era francamente su libertad. 

Rafa se deba cuenta y admitía tal hallazgo con mucho regocijo. Admitía tal afirmación con todos los pensamientos que esa idea le provocaba en su mente. Recorría todos los argumentos con precisión, con cuidado, con atención para ofrecérselo a su mente, a su alma, a su presencia consciente y a su persona que todo lo investigaba. 

Somos libres cuando ejercemos nuestro poder de decisión, nuestro poder de elección, nuestro poder de escoger. Se regocijaba en su mente. Desde el principio de los tiempos, tenía ese poder. Y ese poder le brindaba la libertad. Rafa sabía que, en ocasiones, nos equivocábamos en elegir. No eran acertadas esas decisiones. Sin embargo, la libertad de elegir sostenía la libertad. 

Esas consecuencias de elección nos enseñaban mejor los caminos que no sabíamos con anterioridad. Las dudas se disipaban. La sabiduría nacía y así se iban formando, en la mente de cada persona, las elecciones sabias por conocer la consecuencia de las decisiones equivocadas. Así aprendía nuestra libertad. Así aprendía nuestra alma. Así se engrandecía con ese poder en su morada. 

Rafa recordaba esa historia del hijo pródigo. Era un ejemplo claro de elección, de libertad, de poder personal. Le pidió su derecho de fortuna a su padre por ser hijo suyo. El padre le respetó ese derecho de elección. Se lo concedió. El padre no puso impedimentos. No trató de quitarle ese poder de decisión. El hijo, muy contento, se fue con su dinero y con sus planes a vivir ese mundo imaginado por él. 

Toda una liberación, pensaba en su mente. Momentos de todo tipo pasaron por esa alma, por esa experiencia y por esos sentimientos. Ratos felices, tristes, potentes, de desengaño, de amistad, de abandono, de complicidad, de traiciones. La vida se desplegaba ante él con todo ese rango de posibilidades incontables. 

Tocó fondo sin dinero, sin apoyos, sin ayudas y sin dignidad en su interior. Reconoció lo que no había reconocido antes. Admitió lo que antes no veía. Experimentó lo que antes creía, totalmente, al contrario. Un cambio de mentalidad se había gestado en esa experiencia de derechos y de alternativas a la sabiduría. Sus resultados eran testigos de su falta de madurez y de sensatez. 

En ese momento de frustración total, había algo que no le faltaba en su interior: su poder de decisión, de elección. A pesar de su tremenda equivocación, ese poder latía en sus adentros con toda su fuerza. Ese poder no abandonaba nunca a su poseedor. El poder de decidir era su poder real. Y con ese poder, el mismo que le empujó a abandonar la casa del padre, decidió volver a la casa del padre. 

Ahora ese poder de decisión le hizo volver con una mentalidad opuesta. Salió como hijo, regresó no como hijo sino como siervo. Salió para crear su mundo, volvió reconociendo el maravilloso mundo de su padre. Salió sin reconocer la suerte que tenía, regresó reconociendo que toda esa suerte no se la merecía. Salió como un alma prepotente y poderosa, regresó como un alma sabia, humilde y llena de agradecimiento. 

Salió como un niño repelente, volvió como un siervo honesto. Salió con muchas creencias de un mundo más feliz e interesante, volvió como el jugador que reconocía que su apuesta había muerto. Salió como una persona que creía que estaba llena de vida, volvió como una persona llena de vida auténtica real: su padre no se merecía lo que él le había hecho. 

En su interior daba gracias a los cielos, al infinito, por ese poder de decisión, por esa libertad que le sostenía. Gracias a ese poder de libertad, pudo encontrar su auténtica verdad. “Sin libertad”, se decía a sí mismo, “nunca hubiera entendido, de mi padre, su bondad”. Maravilloso poder de decisión. Maravilloso poder de libertad.

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