jueves, febrero 9

SIEMPRE SE ENCIENDE LA ILUSIÓN

Benjamín estaba enrevesado con el adverbio “siempre”. En castellano se usaba con el verbo “estar”: “siempre estás leyendo”, “siempre te veo cansado”, “siempre estás con problemas”, “siempre me estás llamando”. Un muchacho inglés que no tenía en su lengua nada más que un verbo “to be” para traducir las nociones de “ser” y “estar”, no entendía el uso del adverbio “siempre” con el verbo “estar”. 

Se situaba en la línea del tiempo y entendía que todo aquello duradero seguía la idea del verbo “ser”: soy alto, soy inglés, soy una buena persona, soy un buen estudiante. Lo transitorio, lo no duradero, lo aplicaba al verbo “estar”: estoy aquí, estoy ahora contento, estoy cansado. Según esa lógica, el adverbio “siempre” se debía utilizar con el verbo “ser”. 

Y en cambio, se utilizaba con el verbo “estar”. No lo entendía. Benjamín entendió la reflexión de aquel muchacho. Había que darle la orientación oportuna para que la mente inglesa comprendiera la utilización de “siempre estoy aquí”. Una cosa era la imitación de todo lo que había escuchado. Otra, la de explicar el porqué se utilizaba de esa manera. 

Benjamín dedicó su mente a investigar el punto que ayudara a comprender a aquel estudiante de español. Un muchacho de habla española nunca haría esa pregunta. Pero cuando se utilizaban sistemas diversos, la comparación se hacía inevitable. Dedicó su tiempo a la reflexión y con algunas horas encontró la solución a dicha utilización. 

Encontró que había elementos lineales, elementos puntuales y elementos repetitivos. Los elementos lineales utilizaban el verbo “ser”: soy hombre, soy inglés, soy alto. Los elementos puntuales utilizaban el verbo “estar”: estoy feliz, estoy en España, estoy tranquilo. Y descubrió que “siempre” no era un elemento lineal (motivo de la confusión) era un elemento repetitivo. 

“Siempre estoy aquí” no indicaba una línea continua. Era una repetición de un elemento puntual. “Siempre te veo” no indicaba que se producía durante las 24 horas del día. Era un elemento puntual que se repetía. Este descubrimiento le hizo alumbrar una nueva idea de la palabra “siempre”. Cuando se decía: “siempre te querré”, se decía que siempre se repetiría la acción de querer. 

Si no se repetía, la idea de “siempre” perdía su sentido. “Siempre te apoyaré”, expresaba la repetición del apoyo de modo regular y constante. “Siempre te besaré”, cada día, en cada ocasión, y en cada repetición se hacía real esta expresión. La repetición era lo básico. Y era hermoso repetir esos momentos donde todos soñábamos y nos elevábamos. 

Benjamín encontraba también sentido a la acción en el ahora. “Siempre” era el adverbio de tiempo referido al ahora, al tiempo presente. Siempre se besaba en el presente, siempre se apoyaba en el presente, siempre se amaba en el presente, siempre se daba cariño en el presente. Por fin, empezaba a dar forma a ese presente que debía presidir nuestro día. 

“Siempre te amaré”, si no era en el presente no tenía sentido. Y así cada momento, en el presente, se hacía realidad esa afirmación: “siempre”.

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