miércoles, febrero 15

EL TRATO TIENE SU TRAMPA FINAL

Benito estaba viendo una nueva visión de la palabra “trato”. En sí misma era una palabra positiva. Era maravilloso siempre llegar a un acuerdo. Pero, en esa tarde, la palabra “trato” estaba adquiriendo unos tintes oscuros, inconcebibles e inconfesos de “condenación” que no había entrevisto nunca antes. Siempre le gustaba descubrir las trampas que la vida ponía en el camino. 

Era una sabiduría descubrir esas trampas y no ser equivocado con palabras que aparecían muy prometedoras, pero que al final eran inicio de un desastre final. “No te olvides de esto: hacer tratos es fijar límites, y no podrás sino odiar a cualquier hermano con el que tengas una relación parcial”. 

Quizás trates de respetar el “trato” en nombre de lo que es “justo”, exigiendo, a veces, ser tú el que pague, aunque lo más frecuente es que se lo exijas al otro. Al hacer lo que es “justo” tratas de mitigar la culpabilidad que emana del propósito de la relación. Benito empezaba a entrever esa doble arma. No cumplir el pacto implicaba la condenación del otro. 

A su mente venía una relación de dos hermanos muy bien avenidos que hicieron un pacto sobre la explotación de un negocio. Durante tiempo todo iba bien. Era una felicidad verlos juntos luchar por el desarrollo del mismo. Todos consideraban que su trabajo juntos era una bendición. Llegaron las circunstancias a un punto que no supieron superar. 

No se pusieron de acuerdo sobre un punto. Y ya se sabía. Ante la discordancia, la condenación del otro estaba servida. El daño interior se había provocado. El “trato” en sí mismo llevaba la condenación en su ruptura. Había que cambiar el propósito del “trato”. “Si aceptas ese cambio, habrás aceptado la idea de hacerle sitio a la verdad”. 

“La fuente de la condenación habrá desaparecido. Tal vez te imagines que todavía experimentas sus efectos, pero la condenación ha dejado de ser tu propósito y ya no la quieres más. Nadie permite que su propósito sea reemplazado mientras todavía lo siga deseando, pues nada se quiere y se protege más que un objetivo que la mente haya aceptado”. 

“El poder de la convicción jamás se puede reconocer si se deposita en la condenación. Pero, siempre se reconoce si se deposita en el amor”. Benito veía en esa última frase la llave del misterio. El amor estaba por encima del “trato”, por encima de las condiciones, por encima de los límites. La mente humana desconocía cantidad de posibilidades. No lo abarcaba todo. 

En cambio, el corazón podía entenderlo todo. Benito reconocía en nombre de ese “trato” y en nombre de lo “justo” el relativo permiso que se le daba a la mente para condenar y para apartar a los demás. Estaba claro en la mente. No había solución. La condenación era lo oportuno. 

A la luz de esas palabras, Benito aplicaba el propósito del amor y ya no tenía la mente permiso para condenar, para clamar lo que era “justo”. Todo eso se diluía cuando las relaciones entre las personas se asentaban en el propósito de la comprensión, de la unión y del amor.

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