lunes, febrero 20

LA VIDA TIENE EN LA RAZÓN SU PODERÍO

Pablo iba aclarándose, con precisión matemática, esos conceptos que atañían a la vida y que siempre los había tenido un poco difusos. Se confundían en su mente. Había descubierto la convicción en las personas como ese instinto maravilloso de los animales irracionales. Había visto que, debido a la libertad, el ser humano depositaba la convicción en diferentes lugares. 

Se había dado cuenta de que las creencias, sin estar totalmente basadas en datos claros y precisos, ejercían una fuerza poderosa en las personas. Por ello, había creencias dispares que guiaban a los humanos. También la percepción había sido motivo de su análisis y reflexión. 

Tanto la convicción como la creencia guiaban a la percepción. No se percibía lo que estaba delante de los ojos y captaban nuestros sentidos. Se percibía lo que había en nuestra mente. Ella guiaba la interpretación de las señales que llegaban al cerebro. 

En cierto momento se quedó impresionado al leer los resultados de una investigación. Se hizo pasar a varias personas por una calle estrecha, poco iluminada, de noche, con poca luz de la luna y de las estrellas. La visión era muy borrosa. Hacia la mitad de la calle, se hicieron caer unas cadenas con gran estrépito, desde cierta altura, y asustaron a las personas. 

Lo impactante fue la interpretación que esas personas le dieron a esos chasquidos brumosos en la noche. Cada persona interpretó el ruido a su manera. Todas buscaron en sus recuerdos momentos de pavor. Asociaron sus experiencias a esos sonidos y cada una contó una historia totalmente diferente y exclusiva. La mente guiaba con sus experiencias y condicionamientos esas interpretaciones. 

“La convicción, la creencia, la percepción pueden estar mal ubicadas y servir de apoyo tanto para las interpretaciones del lago del “ego” como para las interpretaciones del lago de la “vida””. Pero, la razón no tiene cabida en el lago del “ego”. No puede entrar en ese tipo de aguas. La razón solamente entraba en el lago de la “vida””. 

Pablo veía con claridad. La luz se hacía en su mente, en su comprensión y en sus ideas. Debido a la doble posibilidad de la convicción, la creencia y la percepción, no se podía determinar nada con ellas. Podían entrar en los dos lagos. Pero, la razón no podía entrar en el lago del “ego”. Pablo recordaba el papel de las personas razonables que había encontrado en su vida. 

Las había visto en todos los sitios y lugares. Venía a su mente un vecino de su bloque de viviendas. Un señor con esa sabiduría que da la vida. Con ese respeto que considera la dignidad de las personas. En las reuniones de vecinos siempre aportaba el equilibrio, la paz, la solución que satisfacía a todos y el impulso que restablecía el buen ambiente. 

Pablo se asombraba que una persona sin muchos estudios tuviera esa tranquilidad y esa visión global. Siempre que lo veía lo saludaba. Si tenían unos minutos de tiempo, siempre intercambiaban algunas reflexiones. Era una delicia hablar con aquel señor. Leyendo ese párrafo comprendía mucho mejor esa posición de la razón que únicamente podía estar en el lago de la “vida”. 

Era la característica de aquel vecino. La razón lo guiaba. La razón la compartía. La razón la buscaba. La razón le hacía escuchar y ver el bien para todos y para cada uno de sus vecinos. Buscar la razón era uno de sus principales objetivos. Se olvidaba de las reacciones. Se olvidaba de los temperamentos. Se olvidaba de los automatismos. 

Antes que nada, había que buscar, con mucha tranquilidad, lo que era oportuno para cada uno. Su libertad y la dignidad con que trataba creaban la atmósfera. En esa paz, en ese ambiente, donde la razón podía brillar, allí se desarrollaba esa comunicación total, global y comunitaria, oportuna para todos. 

Pablo agradecía esa visión y cualidad de la razón. Solamente podía acudir, entrar, sumergirse y desarrollarse en el lago de la “vida”. Y donde había encontrado personas razonables, había vivido con intensidad y deleite ese transitar amable de la existencia.

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