martes, febrero 28

RESPUESTAS CORTAS PERO VITALES

Luis recordaba ese relato que le contaron de pequeño sobre las contestaciones de “sí” y “no”. Dos palabras muy cortas, pero, por lo que había visto a lo largo de sus años, muy decisivas en sus consecuencias. Decir que “sí” o “no”, no era fácil en muchos contextos. También intervenían las consecuencias de esas afirmaciones dichas por la persona. 

En la historia que le contaron se desarrollaba una actitud muy especial. Se le pedía a alguien que fuera a trabajar. Esa persona le respondía: “sí”. Y después no cumplía con lo que había afirmado. Una segunda persona, ante la misma pregunta, respondía: “no”. Y, más tarde, cambiaba de parecer e iba a realizar el trabajo al que se había negado. 

Luis veía que ninguna de las dos personas se ceñía a la expresión realizada. La que decía “sí” quedaba muy bien ante el señor que le pedía el trabajo. Pero, el trabajo no se hacía. La segunda persona que decía “no” quedaba muy mal ante el señor, pero sin mediar más reflexión, iba y realizaba el trabajo. 

Esa historia le había enseñado la rapidez en emitir las respuestas. No había dudas en ellas. En ninguno de los casos se había hablado nada más. La reflexión venía después. Una reflexión donde con más tiempo, más espacio, más tranquilidad, salía la verdad de dentro de cada uno. El que decía “si” era muy diplomático. Sabía quedar bien. 

El que decía “no” se enfrentaba directamente con la persona. No reaccionaba bien. Se revolvía en su presencia. Después lo pensaba mucho mejor y cambiaba de parecer por él mismo. Nadie le obligaba. Su responsabilidad interna lo guiaba. Se sentía mucho mejor realizando el trabajo que siguiendo en esa negativa inicial. 

Luis aprendía que, antes de contestar esas simples palabras ante una pregunta, debía pensarse muy bien la respuesta. Necesitaba tiempo para contestar. No había prisa. Eso le ayudaría a tomar buenas decisiones. Se pensaría muy bien ese “si” o ese “no”. Luis aceptaba esa propuesta de “no” que le brindaban. 

No juzgues cada día por la cosecha sino por las semillas que plantas”. Las semillas eran germen de vida, energía en potencia, ilusión envasada. Era hermoso sembrar semillas de entusiasmo, de confianza, de alegría, de inspiración. Esas semillas crecerían dentro de algún ser en su proceso de crecer. Esa debía ser su visión. 

Captaba la idea de “juzgar cada día por la cosecha” en una anécdota que le compartían. “Cierto joven se perdió en el desierto. Después de muchas vueltas, pasadas muchas horas, divisó un oasis con agua y algunos dátiles de las palmeras. Se acercó, bebió, y viendo lo dátiles, alargó la mano para cogerlos y comerlos”. 

“En eso vio a un señor mayor que estaba preparando la tierra para sembrar semillas de dátiles. El joven se extrañó tanto que trató de convencer a aquel anciano que no lo hiciera. Le dijo que él nunca comería de aquellos dátiles, nunca vería esos árboles crecer y, por tanto, era perder el tiempo”. 

El señor mayor le contestó: “si hubiera pensado el señor que plantó estas palmeras como tú, ahora no tendrías nada para comer”. Luis se quedaba boquiabierto. Era una hermosa lección. Todos formábamos una unidad. Unos nos ayudábamos a los otros. Y, en esa línea, se repetía para sus adentros: “No juzgues cada día por la cosecha sino por las semillas que plantas”. Ese “no” se convertía en una palabra de energía. 

Luis se había dado cuenta de que no podía jugar con palabras tan cortas y opuestas: “si” o “no”. Eran vitales. La reflexión y la sabiduría las necesitaba para decir en cada contexto el “sí” o el “no” adecuado. Toda una elección en su vida.

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