jueves, febrero 2

COMETIDO PENDIENTE: VALORAR A LOS DEMÁS

Luis reconocía que aquel tema nunca había sido motivo de sus reflexiones. La novedad del mismo era inmensa. La paz y la verdad que exhalaba lo dejaban un tanto perplejo. A pesar de eso, era la primera vez que se enfrentaba a aquella consideración. Craso error de la vida que caminaba en su camino opuesto y contrario.

Era uno de esos temas que tocaban fibras del alma. Sus emociones se expresaban con total libertad y con total naturalidad. El llanto, el dolor interior, las lágrimas cayendo, la alegría emocionada, la verdad manifiesta y la serenidad de su verdad refulgían en sus entrañas. Volvía y volvía a leer y la maravilla caía sobre sus ideas y sobre su cabeza ladeada. 

“Es imposible sobreestimar la valía de tu hermano. Sólo el ego valora esa valía. Pero eso quiere decir que el ego desea al otro para sí mismo, y, por lo tanto, que lo valora demasiado poco”. 

“Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede ser evaluado. ¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes ver?”

“No juzgues lo que es invisible para ti, o, de lo contrario, nunca lo podrás ver. Más bien espera con paciencia su llegada. Se te concederá poder ver la valía de tu hermano cuando lo único que le desees sea la paz. Y lo que le desees a él serás lo que recibirás”. 

Luis se quedaba maravillado. Pensar sobre la valía del hermano, del vecino, del compañero, de personas con las que hablaba era un tema interesante. En muchas ocasiones había sido consciente del proceso de anulación de la valía del otro cuando no nos ayudaba en nuestros planes concretos. Era un proceso de menosprecio, desvaloración, cosificación. 

Al final, a esa “cosa” se la podía ofender, insultar, dejar de lado y no apreciar. Durante muchos años esa desvaloración se había ido efectuando. Era la forma de defenderse, de atacar y de no sentirse herido ni molesto. Sin embargo, esa tarde, Luis se enfrentaba, por primera vez, con el proceso contrario: valorar a todos los demás como realmente eran: un valor incalculable. 

Admitía que ante tamaño valor no podía juzgarlos. Y que todo juicio estaba totalmente equivocado. Sobre todo, le había impactado esa expresión de ceguera personal: “No juzgues lo que es invisible para ti, o, de lo contrario, nunca lo podrás ver”. Todo juicio del hermano lo convertía en una persona ciega por atreverse a juzgar lo desconocido. 

Se quedaba impactado. Reconocía lo osado que había sido y lo ligero de reflexión que había actuado en muchos momentos de su existencia. La parte final de la idea le tocaba muy de cerca: “Y lo que le desees a él, será lo que recibirás”. No le era difícil reconocer que cuando trataba con furia y con enfado a los demás, su cuerpo recibía su furia y su enfado. 

Y cuando trataba con paz, serenidad y tranquilidad a los demás, también su cuerpo y su mente se beneficiaba de dicha actitud. En momentos, se daba cuenta de que estaba hablando con otros y esa actitud la recibía él mismo. El valor que le concedía a los demás era el valor que se concedía a sí mismo. 

Si menospreciaba a los demás, se estaba diciendo a sí mismo, de forma inconsciente, que también podía ser menospreciado. Si valoraba a los demás, sentía en su interior que podía ser valorado. Era un asunto tan importante que lo dejaba en su mente para profundizarlo poco a poco. 

Era una veta esencial para su vida. Valorar a los demás era el camino de no estar ciego para la vida de los otros ni para su propia vida.

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