sábado, febrero 4

LA MENTE DEL "EGO", LA MENTE DE LA "LUZ"

Mario no dejaba de reírse ante aquellos pensamientos. La mente del “ego” siempre se salía con la suya. Buscaba artilugios y escapatorias para conseguir su objetivo sin tener que dar nada a cambio. Bueno, al menos lo ofrecía de palabra. Al final, no solía cumplir lo que prometía. Esa mente del “ego” nos jugaba realmente malas pasadas. 

Pensaba en aquellos momentos donde quería obtener el consentimiento de sus padres para ir a casa de un amigo. Sus padres, muy conscientes de su falta de responsabilidad, le dijeron que no. Mario se fue a su habitación totalmente contrariado, enfadado y dando portazos. La mirada entre sus padres, ante tal reacción, indicaba que se afirmaban en dicha decisión. 

La mente de Mario daba vueltas. No podía dejar de ir a casa de su amigo. Debía lograrlo. Tenía que encontrar un camino. Se jugaba su prestigio entre sus amigos. Eso no lo podía soportar. Debía calmarse y pensar. Siempre la mente le daba buenas soluciones. Estaba seguro que encontraría la manera de lograrlo. Solamente hacía falta pensar. 

Mario pensaba en la forma de ser de su madre y de su padre. Eran personas sensatas. Eran personas lógicas y buscaban siempre su bien. Estaba seguro que le querían bien. Reconocía que se esforzaban por darle lo mejor. Esperaban de él algunos comportamientos adecuados. Lo sabía muy bien. Admitía que era un pillín. Siempre trataba de enfocar las situaciones de diferente manera. Solía lograr salirse con la suya. 

Se fue calmando. Se fue serenando. La paz le invadió. Se tendió sobre la cama. Miraba el techo. Su mirada seguía las líneas del cruce de las paredes y el techo. Las seguía en ambas direcciones. Su plan estaba en marcha. Debía equilibrar su falta de responsabilidad con promesas de superación. Sí, serían solamente promesas de superación. Cumplirlas era otro cantar. 

Lo pensaba fijando su objetivo en la consecución del permiso. Cómo obtenerlo no era lo importante. Lo esencial era conseguir ese permiso. Les prometería a sus padres que les ayudaría en la retirada de los platos de comida de la mesa todos los días de la semana. Se encargaría de fregarlos, secarlos y devolverlos a su sitio. Casi nunca lo hacía. Así se ganaría su confianza y su permiso. 

Mario se frotó las manos. Se puso ropa holgada. Cambió su actitud. Su cara era comprensiva, cariñosa, con apariencia de humildad. Todo un arte para disfrazar su objetivo final. Salió de la habitación con mucho sigilo. Antes de que sus padres se dieran cuenta, estaba delante de ellos. Con toda la cara de angelito que podía poner les propuso a sus padres su plan. 

Sus padres, cansados de aguantar las malas reacciones de Mario, se dejaron convencer por esa proposición. Siempre era bueno encontrar un camino para alcanzar la responsabilidad y la concordia en casa. Le dieron permiso. Mario se frotaba las manos interiormente. Sabía que no iba a cumplir la promesa, pero el permiso estaba en su bolsillo. 

Al paso del tiempo, Mario reflexionaba sobre estas argucias que jugaba con su mente del “ego”. Veía que era un tipo de mente que no le servía para superarse. Era un tipo de mente para salirse con la suya, para dominar, y para burlarse de los demás. Su otro tipo de mente de la “luz” le hacía pensar en las hipocresías en que se metía. Le reprochaba que su comportamiento no era claro ni sincero. 

Mario era consciente de ese juego que había practicado mucho en su época de joven. Le había librado de muchos inconvenientes. También le había hecho perder muchas oportunidades. La chica de la que se había enamorado le descubrió su juego. La perdió y le tocó cargar con ese fardo toda su vida. 

En algunos momentos de su vida madura, su mente del “ego” le proponía, ante una dificultad, el mismo tipo de juego. Mario debía luchar con todas sus fuerzas para no caer en esa trampa estúpida. Lo importante era el cambio interno. Ese juego le impedía el cambio interior, la superación, elevarse a otro nivel de comprensión. 

Mario no quería jugar con su Creador, con el universo, con ese tipo de juegos. A ellos no los podría engañar. Sin embargo, leyendo aquella historia de una persona ante el final de su vida, que le prometía al Eterno un cambio total si le daba algunos días más de vida, se veía reflejado en ese juego de la mente del “ego” que había practicado muchas veces. 

Mario, después de la sonrisa inicial y del encanto del pensamiento, decidió no jugar con elementos tan preciosos como su vida auténtica y real. Se adentraba en la mente de la “luz”. Se dejaba orientar por ella. Se dejaba guiar por sus salidas. Aceptaba sus soluciones. Al final de la jornada, Mario sería totalmente diferente. Una persona más madura, más responsable, más comprensiva, más feliz y más bien aceptada. 

Dejaba la retorcida mente del “ego” en su lugar. No era necesario seguirla. Todo lo que podía lograr había sido ya logrado. Y si lograba algo era no ser apreciado ni valorado. La mente de la “luz” tenía un fulgor, ahora sí, de una real y auténtica alegría.

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