domingo, febrero 26

LA GENEROSIDAD: PILAR FUNDAMENTAL DE LA RELACIÓN

Carlos estaba absorto escuchando a sus padres hablar sobre las personas que habían conocido cuando eran jóvenes. Carlos, desde su juventud, se quedaba asombrado al ver la evolución que tomaban las relaciones entre las personas. Había una cosa que se repetía de un modo constante. Unos inicios estupendos de relaciones entre las personas y una evolución que desembocaba en su ruptura. 

Esa visión panorámica, a través de los años, le llamaba mucho la atención a Carlos. Escuchaba los detalles de unión del principio. Después de muchas evoluciones, incidencias y percances, terminaban frustrándose y con proyectos totalmente distintos. Las relaciones entre las personas eran particularmente delicadas y de una forma que escapaba a su interpretación y comprensión. 

No eran fáciles. El tiempo, parecía, que iba cambiando a los componentes de la pareja y sus afectos, sus ideas y sus objetivos disentían de tal manera que debían separarse. Esa huella dejada por aquella conversación de sus padres empezaba a comprenderla leyendo las siguientes líneas: “Una relación “interesada” se basa en diferencias y en que cada uno piense que el otro tiene lo que a él le falta”. 

“Se juntan, cada uno con el propósito de completarse a sí mismo robando al otro. Siguen juntos hasta que piensan que ya no queda más que robar, y luego se separan. Y así vagan por un mundo de extraños, distintos de ellos, viviendo tal vez con los cuerpos de esos extraños bajo un mismo techo que a ninguno de ellos da cobijo; en la misma habitación y, sin embargo, a todo un mundo de distancia”. 

Carlos subrayaba en su mente las palabras que le herían en el alma. Una relación “interesada”. Una relación basada en “diferencias”. El otro me “completa”. Cada uno “roba” al otro. Terminan cuando creen que no “queda más” que robar. Eran aspectos que le daban una seria bofetada en su rostro. Unas verdades que resonaban en su interior. Iban contra todo el sentido de idealización de un joven respecto al amor. 

Carlos entendía que toda relación era un compartir, un dar, un conocer, un caminar, un descubrimiento conjunto, una colaboración, una comprensión de los dos, un apoyo estupendo que hacía de la unión el tesoro más grande de la existencia. Una visión “interesada” rompía con todos esos ideales. Una visión “interesada” destruía esa construcción maravillosa de conjunción. 

Una relación basada en “diferencias” era un concepto mercantil. Tú me das, yo te doy. Tú me solucionas algo, yo te soluciono algo. Si tú me ayudas y yo no te puedo dar me siento mal, sin valor, sin importancia, sin lugar en la relación. Y estaba claro que cuando los productos se terminaban el mercadeo ya no existía. Y sin mercadeo, la relación basada en “diferencias” se evaporaba. 

La idea de completarse con el otro chocaba con el medio de alcanzar esa conjunción: el “robo”. Completarse era darse, ofrecer, comprender. Nunca implicaba “robar” al otro nada. La misma esencia de la conjunción era un ajustarse en la generosidad, en el amor y en la comprensión suprema del camino de los dos: juntos y en libertad cada un@. 

Y esa relación basada en el “robo”, no tenía ningún futuro puesto que cada un@ era una rémora para el otro. En lugar de nadar los dos en el mismo proyecto, cada un@ buscaba su dirección y eso implicaba arrastrar al otro. Las energías se agotaban, se acababan y se terminaban con un solemne alivio de romper su unión por el castigo diario que representaban el uno para el otro. 

Carlos entendía ahora mucho mejor ese desarrollo de las relaciones de las personas. Le hacía pensar en sus propias relaciones. ¿Mantenía relaciones “interesadas”? ¿Buscaba las “diferencias”? ¿Creía completarse en ellas? ¿”Robaba” al otro lo que él creía que necesitaba? ¿Terminaban sus relaciones cuando creía que no “quedaba más” que robar?

Todo un vocabulario que se agolpaba en su mente. Toda una serie de reflexiones que digería en sus pensamientos. Lo cierto era que no se debía caer en esos errores. La relación basada en el mercadeo era un error. La relación basada en el intercambio, una aberración. Era maravilloso basar la relación en una abierta, generosa y libre conjunción. 

Carlos abría la ventana. Aspiraba el aire fresco de la tarde oscura. Sentía en sus pulmones la energía. El corazón latía lleno de paz y de proyecto de amor en sus realizaciones internas. El amor soldaba esas partes que nunca el “interés” ni el “robo” podía hacer. Carlos no quería caer, al menos conscientemente, en esos errores que subrayaban sus padres en aquellas conversaciones.

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