viernes, febrero 17

LA PERCEPCIÓN SE FIJA EN LAS DIFERENCIAS

Mateo se quedó parado cuando leyó aquella frase: “inventaste la percepción a fin de poder elegir entre tus hermanos e ir en busca de la condenación con ellos”. La idea de sentirse parte de ese proceso le dejó tocado durante cierto momento. Se quedó sin palabras. El silencio bajó a su alma. Su mente quedó suspensa. El tiempo se paró en sus ojos. 

Su mirada perdida, era indicio de parón en sus pensamientos. Era muy fuerte aquella afirmación: “Inventaste la percepción”. Mateo no recordaba que hubiera inventado nada. Lo que sí debía admitir era que posiblemente le había dado a la percepción un poder supremo sobre todo lo demás. En ese sentido se sentía también “inventor”. 

La percepción se fijaba en las diferencias. La percepción se basaba en el juicio: “bueno”, “malo”, “aceptado”, “rechazado”, “me gusta estar contigo”, “me disgusta tu compañía”. Un mundo dual de gloria y condenación vivían continuamente en sus venas sin ser consciente de ello. Quizás, más que ser inconsciente, era una verdad irrefutable para él. 

Después descubrió que toda su percepción nacía de su interior. Él percibía en los demás lo que había en su mente y en su corazón. Pero, nunca se daba cuenta. Rechazando a los demás mostraba que se rechazaba a sí mismo. La percepción le jugaba malas pasadas. Un día escuchó a un maestro que admiraba contar la siguiente historia. 

Una maestra de primaria se llevaba siempre al aula una botellita de alcohol. Cada vez que una niña o un niño se acercaba para darle su gratitud y su cariño a través de un beso, acto seguido, un poco de algodón, empapado en alcohol, lo pasaba por su cara. No quería ser contaminada por no sé qué pensamiento en su cabeza. La percepción suya de sus alumnos estaba contaminada. 

La percepción nos hacía ver diferencias en diferentes detalles. Leía con emoción cierta parte de una carta que recibió de un alumno cuando se graduó y le daba las gracias. “El segundo desafío vino como consecuencia de una triste historia vivida en la misma clase. En ella, mis compañeros discutían el desagradable estado de una compañera a quien le olían las axilas y estaba identificada como la “rara” del grupo”. 

“Después de consultar con varios alumnos sin éxito, te acercaste a mí y me convenciste para ser el nuevo compañero de esta querida alumna. Me recordaste que no sólo estamos en un aula para adquirir conocimiento sino, y sobre todo, para ver más allá de la percepción de los demás. Debíamos aprender la gran dignidad de las personas por encima de las diferencias”. 

Mateo repitiendo la frase inicial: “inventaste la percepción a fin de poder elegir entre tus hermanos e ir en busca de la condenación con ellos”, tomó una mayor conciencia. El impacto había llegado en su momento adecuado. A lo largo de su vida había tenido atisbos claros de su negativa a aplicar la percepción como motivo de juicio y de condenación. 

De la misma manera que se consideraba un ser con una dignidad completa, apreciaba en cada persona, ese respeto, esa importancia, esa aceptación, esa comprensión y esa mirada que nos devolvía nuestra real y clara dignidad. Ver la verdad nuestra y la de los demás era una liberación total.

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