sábado, febrero 11

TODOS CIEGOS EN LA PERCEPCIÓN

Abel estaba sorprendido. Lo que leía le decía que era al revés de lo que él había creído toda su vida. Tenía claro que lo primero era percibir, ver las cosas, las incidencias, las personas y lo que sucedía. Después de esa percepción, venía el pensamiento que se tenía basado en esa percepción. Esa era su visión y su entendimiento del funcionamiento de su vida. 

Sin embargo, estaba leyendo y era, totalmente, al contrario. “La proyección da lugar a la percepción”. Había entendido, en varias ocasiones, que la proyección en los demás de nuestros estados de ánimo, provocaba que viéramos egoísmo, orgullo, venganza, mala fe, malos modales. Y que ese egoísmo, orgullo, venganza, mala fe y malos modales estaban en nuestro interior. Por eso, los veíamos en el exterior. 

Pero, ahora no se trataba de proyecciones de algunos elementos. Era toda nuestra proyección en los demás, lo que dotaba de significado a nuestra percepción. Y la frase que lo afirmaba era un mazazo para él: “La percepción es un resultado, no una causa”. Así que la causa de tu percepción es tu estado mental. Nuestra percepción capta nuestra condición interna. 

Era todo un replanteamiento en su forma de ver, en su forma de considerar lo que veía, en su forma de emitir opiniones sobre los demás. Nadie podía ver a los demás. Sólo se podían ver a sí mismos. Sus opiniones eran afirmaciones o negaciones sobre uno mismo. Nadie podía entrar en la mente de nadie. Nadie podía considerar las acciones de nadie. Siempre interpretaban lo que había en su mente. 

Abel se quedaba callado, sorprendido, desautorizado y sin razones para contradecir. Recordaba algunos días lluviosos donde su corazón estaba contento, feliz. Disfrutaba con el agua, con las gotas que caían de los árboles como hermosos medios de dar vida alrededor. Se asombraba de ver una belleza sin par. Daba gracias al infinito por cubrir con su manto de humedad a toda esa hermosa y delicada vegetación. 

Reconocía que, según se encontraba el corazón, así interpretaba la vida. La percepción o interpretación, dependía de su estado interno. Un día, con un problema fuerte sobre sus hombros, el sol que lucía lo notaba como una falta de respeto ante su abatimiento. Su esposa acaba de tener un aborto y una vida fallida se había hecho presente. Sus pasos eran pesados y duros ante aquel sentimiento de fracaso sin vuelta de hoja. 

Abel los sentía como elementos anecdóticos en su vida. Ahora veía que no eran solamente unas experiencias puntuales. Eran algo mucho más extenso y amplio. Si apreciaba lo que veía, le indicaba que había aprecio en su interior. “El mundo que ves se compone de aquello con lo que tú lo dotaste”. Si reaccionaba mal, había algo mal en su vida. Si condenaba, había condenación en su interior. 

Ahora entendía mucho mejor la idea de que nuestras reacciones ante los demás, nos hablaban de lo que había dentro de nosotros. Era la mejor forma de reconocerse a uno mismo. El otro era siempre el mejor espejo de lo que éramos nosotros. De ahí que desarrollar el amor por el otro, era el medio para desarrollar el amor por nosotros mismos. El efecto “espejo” nos devolvía la mejor imagen de nuestro interior. 

Abel tomaba nota. Nunca se había visto con tanta claridad en su actuación, en sus pensamientos y en sus opiniones. Nunca había opinado de los demás. Siempre había opinado de sí mismo. Y en sus manifestaciones, todo lo que había expresado era la realidad de sí mismo, no del otro. 

Una luz nueva había caído sobre Abel. Una visión nueva se había desarrollado. La vida brillaba. Abel se repetía a sí mismo: “vive, alma mía, la santidad, la bondad y la comprensión, así la verás en cada ocasión y en cada circunstancia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario