lunes, febrero 27

LA UNIDAD: NUESTRA AUTÉNTICA REALIDAD

Enrique estaba entusiasmado. Por su mente cruzaba una luz intensa y luminosa. Una nueva ilusión, en forma de un nuevo descubrimiento, se deslizaba con la alegría de la vida que resonaba en todos sus músculos y en todos sus recovecos. Vida vibrante como un sonido, luz brillante como un amanecer dorado, aparición gozosa de una claridad se abría in crescendo como una forma de melodía maravillosa. 

Era difícil aquietar los ímpetus internos. Era todo magia, todo color, todo alegría, todo plenitud que se deslizaba con toda su efusión como una nueva maravilla que le daba energía y unas ganas de volar expandiendo los límites de su cuerpo en infinitud. No era nada sencillo lo que acababa de vislumbrar. 

Era como descubrir aquello común que todos teníamos y que podíamos observar como semejantes a nosotros y valorar como a nosotros mismos. Era una unión no entrevista con anterioridad. La capacidad de unidad entre los humanos se tornaba infinita. Era infinita por su extensión. Era infinita por su esencia. Una maravilla sin par. 

“La relación “no-interesada” parte de una premisa diferente. Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. Al aceptar su totalidad, desea extenderla uniéndose a otro, tan pleno como él. No ve diferencias entre su ser y el ser del otro, pues las diferencias sólo se dan a nivel del cuerpo”. 

“Por lo tanto, no ve nada de lo que quisiera apropiarse. No niega su propia realidad porque ésta es la verdad”. Enrique iba digiriendo esa faceta de la verdad de su corazón. Esa faceta de la igualdad, de la extensión de sí mismo como elemento de la unidad era nueva en su horizonte. Eso le llenaba de ilusión. Se repetía en sus adentros: “nos extendemos nosotros mismos con los demás en ese nivel de igualdad que a todos nos permeaba”. 

Veía que en esa extensión estaba la mayor realización del ser humano. La unión formaba esa enorme familia humana que nos enlazaba las manos en ese nivel de igualdad. Y eso, su corazón lo aceptaba, lo agradecía y le hacía agrandarse a niveles infinitos. Seguía leyendo con interés: “¡Piensa en lo que una relación “no-interesada” te podría enseñar! 

“En ella desaparece la creencia en diferencias. En ella, la convicción en las diferencias se convierte en convicción en la igualdad. Y en ella la percepción de diferencias se convierte en visión. La razón puede llevaros ahora a ti y a tu hermano a la conclusión lógica de vuestra unión”. 

“Ésta se tiene que extender, de la misma forma en que vosotros os extendisteis al uniros. La unión tiene que extenderse más allá de sí misma, tal como vosotros os extendisteis más allá del cuerpo para hacer posible vuestra unión. Y ahora, la igualdad que visteis se extiende y elimina finalmente cualquier sensación de diferencia, de modo que la igualdad que yace bajo todas las diferencias se hace evidente”. 

Enrique dejaba que su mente volara, imaginara, se elevara y viera incidencias que nunca había considerado. Las últimas palabras vibraban en su mente: “de modo que la igualdad que yace bajo todas las diferencias se hace evidente”. Veía dibujado en su pizarra interior las dos posiciones que jugaban en sus dibujos.

Uno era un pequeño círculo en una parte de la pizarra frente a una infinita nube inmensa en el otro. Se sentía pequeño frente a toda esa masa ingente que veía. Después de leer, el dibujo tomaba otra forma. Su pequeño círculo se incluía en la nube. Se consideraba grande, muy grande, con una energía unida a la de todos los demás. Una energía potente y descomunal. 

La unión se había realizado. Y, a pesar de las diferencias, la igualdad se unía poderosa con toda esa masa nubosa donde todos, absolutamente todos, se unían, se agrupaban y se sentían parte de la auténtica realidad. La igualdad nos había hecho uno. Y en esa aceptación, la unidad vibraba, cantaba, se alegraba y se ponía al mismo ritmo que el universo. Enrique gozaba.

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