viernes, septiembre 30

APRENDER DE NUEVO

Roberto estaba recordando la experiencia que pasó en sus estudios cuando se tuvo que enfrentar ante una tabla para calcular la resistencia de materiales. Tenía la tabla delante de sí. Tenía el problema. Estaba resuelto. Seguía todos los pasos con mucho cuidado. Descifraba cada elemento que se exponía. A pesar de sus esfuerzos no podía encontrar la aplicación de esa tabla en el problema resuelto.

Roberto estaba acostumbrado a resolverse los problemas planteados en sus estudios con los libros. No podía asistir a clases. Debía trabajar durante el día. No tenía la oportunidad de preguntarle al profesor. Su matrícula indicaba que era libre. Solamente le daba derecho a presentarse a un examen al final del curso. 

Roberto no acababa de creérselo. No podía ser. Él estaba acostumbrado a resolverse sus problemas académicos. Pero, ese le desafiaba. No sabía cómo aplicar la tabla para sacar los coeficientes. Luchó y luchó. No quería darse por vencido. En ello iba su empeño y su necesidad de resolverlo. Después de mucho pensar, darle vueltas, replantearse el problema, buscar posibilidades, concluyó que necesitaba ayuda. No lo sabía. No podía inventarse la solución. 

Y pidió ayuda para encontrar la interpretación de la tabla. El hermano de un amigo suyo cursaba el mismo año de estudios. Le pidió el favor de que le ayudara a resolver esa cuestión. Cuando el hermano de su amigo le dio la solución, se quedó perplejo por la sencillez y por la facilidad para interpretarlo. Sin darse cuenta se lo estaba complicando todo. 

Esa sensación de despiste y de desorientación se repetía con el texto que tenía entre las manos. “Lo esencial, sin embargo, es que reconozcas que no sabes nada”. Sonaba muy fuerte porque ante los asuntos de la vida todos tenían propuestas. Muy pocos reconocían su desconocimiento. 

“El conocimiento es poder y todo poder es del Padre Celestial”. 

“Tú que has tratado de quedarte con el poder para ti solo lo has perdido”. 

“Todavía lo tienes, pero has interpuesto tantos obstáculos entre él y tu conciencia de él que no puedes utilizarlo”. 

“Todo lo que te has enseñado a ti mismo ha hecho que cada vez seas menos consciente de tu poder”. 

“Aun así lo único que se interpone entre ti y el poder del Padre que hay en ti es tu falso aprendizaje, así como todos tus vanos intentos de querer deshacer lo verdadero”. 

Roberto se sentía como ese estudiante que, con un falso aprendizaje, había tejido una serie de conjeturas para resolver el problema académico. Y los problemas de la vida que trataba ese texto eran mucho más importantes que encontrar la resistencia de un material específico. 

Roberto le daba vuelta a la idea: “El poder del Padre que hay en ti”. Un poder que anidaba en nosotros y que no lo podíamos expresar debido a un falso aprendizaje que habíamos hecho. En un acto de valentía, de arrojo. Se enfrentó al problema. Puso en ello todo su interés. Decidía quitarse de la cabeza todas las complicaciones y las limitaciones que había tejido en sus pensamientos. 

Se repetía la idea: “todavía lo tienes, pero has interpuesto tantos obstáculos entre él y tu conciencia que no puedes utilizarlo”. Ya era hora de reflexionar, de pensar y de ir quitando obstáculos para poder gozar de ese gran regalo que el Creador de cada uno de nosotros nos ha dado. Para ello, se quitaría muchas ideas equivocadas y se aplicaría la primera frase.

“Lo esencial, sin embargo, es que reconozcas que no sabes nada”. Todo un desafío para escribir nuevas ideas, nuevas actitudes, nuevos logros, nuevos objetivos. Novedad de vida era ese poder ofrecido.

jueves, septiembre 29

AMOR, TRANSFORMACIÓN, FUSIÓN

Iván seguía con sus reflexiones sobre la unidad. La necesidad de la conjunción para conocerse mejor. Respecto al amor, veía una gran coherencia con la propuesta que planteaba. “Todo el mundo anda en busca del amor al igual que tú, pero no pueden conocerlo a menos que se unan a ti en esa búsqueda”.

“Si emprendéis la búsqueda juntos, la luz que os acompañará será tan poderosa que impartirá significado a todo lo que veáis”.

“La jornada que se hace en solitario está destinada al fracaso porque ha excluido lo que quiere encontrar”. 

Iván quedaba sorprendido por la última frase. El amor no era cosa de uno. En ese caso, estaba destinado al fracaso. Había reflexionado muchas veces acerca del amor, acerca de ese sentimiento tan poderoso que todo lo diluía en sus burbujas de magia efervescente. Sin embargo, se daba cuenta de que la aparición del amor era una construcción de dos personas. 

La confianza completa, la autenticidad, la comprensión, el respeto, la hermosa sensibilidad que todo lo suaviza, todo ello era una aportación de dos personas que iban descubriendo elementos nuevos en su camino. En muchas ocasiones debían cambiar sus ideas. En otras, atenuar sus propuestas. En momentos fundirse en una nueva. Y, alguna vez, dejarse llevar por el amor por un camino más dichoso que había aparecido entre los dos. 

Instantes donde toda la personalidad, elementos aprendidos y tic repetitivos se ponía en reflexión. El amor tenía ese poder de transformación cuando se comprendía, cuando se construía con esos elementos de cambios. Frases dichosas que sonaban a gloria: “Por amor a ti cambio este detalle”. “Por amor a ti, te comprendo mucho más e iremos por ese camino conjunto que hemos descubierto entre los dos”. 

El amor limaba aristas, fundía equivocaciones, florecía la ilusión en los cambios que le iban dando el uno y el otro. Una admiración nacía en cada persona. Un profundo reconocimiento nacía hacia el otro por el esfuerzo que realizaba. El amor sacaba todo lo mejor de cada uno. Minimizaba las diferencias y valoraba las nuevas propuestas. 

Ante esa amalgama conjunta, Iván reconocía que “La jornada que se hace en solitario está destinada al fracaso porque ha excluido lo que quiere encontrar”. Ahora lo tenía claro. El amor no podía nacer en una persona sola. El amor era cosa de dos. Aportación de dos. Colaboración de dos. Miradas de dos. Caminos de los dos. 

Los resultados del amor eran diferentes a aquellos que empezaron. Cuando uno se deja conformar por el amor dichoso, el resultado es genial, maravilloso, estupendo, inimaginable. La persona había pasado por un horno de fuego estupendo y se había dejado perfilar con la influencia del otro en una persona más completa, más sensible, más atenta, más unida y más colaboradora. 

Actos sencillos lo demuestran. Un enamorado siempre le había rechazado un plato de comida a su madre. Siempre le ponían un plato con comida distinta. Así fue durante todo su período en casa de su madre. Cuando pasó el tiempo, vivió con su enamorada y las influencias en las dos direcciones se realizaron. Ese plato de comida rechazado en su casa, ahora le sabía a gloria. 

Pequeños detalles en todos los campos. El amor hace nacer rayos radiantes capaces de derribar todas las barreras que pudieran interponerse entre ellos. Ese es el amor que realmente nos transforma en una persona mucho más elevada, comprensiva, atenta y cariñosa.

miércoles, septiembre 28

UNIÓN, UNIDAD, CONJUNCIÓN

A Iván le encantaba leer y descubrir nuevos planteamientos en su vida. Siempre había pensado que sin los libros, sin las experiencias, sin el conocimiento, su visión de la vida habría sido muy reducida. Deseaba ampliar y conocer todas las posibles maravillas que le ofrecía su existencia.

Así recibía aquellas líneas que le ofrecían nuevas posibilidades de pensamientos y reflexión. “Es imposible recordar al Padre Celestial en secreto y a solas”. 

“Pues recordarle significa que no estás solo y que estás dispuesto a recordar ese hecho”. 

Una afirmación que le revolvía su interior. Sin darse cuenta, se había dirigido siempre al Padre como una relación especial entre los dos. Siempre había buscado sentirse comprendido. Con el Padre se sentía entendido. Al no sentirse bien con algunas personas, sin darse cuenta, las dejaba de lado. No captaba su esencia y sus mensajes. 

Ahora veía que debía añadir a la idea de ser aceptado, la idea de aceptar a los demás tal cual eran. Ese punto refulgía en su mente. En esa unidad de entendimiento captaba la esencia del Padre. Era Padre de todos y en cada uno se compartía de una forma única. 

Con esto en mente, Iván se daba cuenta que debía encontrar las vías de comunicación y entendimiento con los demás. En cada uno distinto, adaptándose a sus características. Esto era muy novedoso para él. Hasta el momento había cerrado muchas ventanas de comunicación con personas que no vibraba con ellas. Para él, eran diferentes, lejanas y distintas. 

Por primera vez veía en esas personas la manifestación del Padre Celestial. Iván sentía que se ampliaba y era más justo y certero en ese planteamiento. Todas las personas tenían joyas preciosas en su corazón. Se repetía: “Es imposible recordar al Padre en secreto y a solas. Pues recordar significa que no estás solo y que estás dispuesto a recordar ese hecho”. 

Esa visión le impedía fijarse en las diferencias, rechazar lo que le molestaba en los demás, destacar sus equivocaciones, menospreciar sus actitudes, atacar, sin darse cuenta, sus incoherencias. Iván reconocía que esa no era la función del Padre Celestial. Era la unión en la diversidad. Era la unión y el descubrimiento del mismo Padre en todos y en cada uno. 

Iván descubría que, al tratar de comprender y al tratar de aceptar las bondades de los demás, desarrollaba en sí mismo esas bondades y esas buenas cualidades. Era como reconocerse a sí mismo y encontrar esas características en su ser. Así comprendía por qué todos participaban de la creación y de las características del Ser. 

Captaba mejor la unidad. Sentía expandirse hasta el infinito y ver con sus ojos sensibles la reunión de las manos, todas juntas, vibrando todas ellas como hermanos. “Pues recordarle significa que no estás solo y que estás dispuesto a recordar ese hecho”.

martes, septiembre 27

CONVERSAR CON EL INFINITO

Roberto estaba pensando en aquel impacto que le había causado a su sobrino la idea que le había compartido. Siempre se sorprendía de las reacciones de los demás. Así calibraba mucho mejor la influencia que causaba en otras mentes más juveniles. La vida era un compartir de experiencias, de descubrimientos y de conocimientos. Y eso, cuando se hacía dentro de un clima de confianza, era un momento de cielo.

La idea ofrecida era la naturalidad de compartir con el Padre Celestial nuestras ideas y los estados de nuestra mente y de nuestras emociones. Había escuchado que muchos jóvenes llegaban a la conclusión de no compartir con el Padre nada. Concluían que el Padre lo sabía todo. No valía la pena decirle lo que Él ya sabía. Su sobrino se sorprendió al descubrir que el Padre no sabía lo que realmente nos pasaba si no se lo compartíamos. 

El Padre respetaba nuestra libertad y nuestras decisiones. Si la mente decidía no comunicarse con Él, la respetaba. No dejaba de apreciarla. Siempre estaba atento. Pero, la libertad nunca la traspasaba. De ahí, la naturalidad de compartir con el Padre Celestial nuestras emociones y los vaivenes de nuestra alma. Expresar un problema a una inteligencia que nos escucha es un alivio inenarrable. 

Su sobrino vio con mucha claridad la necesidad de sus comunicaciones con el Padre. Un nuevo camino se abría delante de sí. Comprendía mucho mejor la terapia de expresar con palabras lo que ocurría en el interior. Era como descargarse de un peso que le hincaba en el suelo y no lo dejaba mover. Una liberación que lo aliviaba de manera genial. 

Eso lo unía con el bien que le hacía a su mente y a su cerebro al propiciar la producción de hormonas positivas. Toda una inyección de energía y de tranquilidad. Su sobrino se sorprendió al oír esa reflexión. También había caído en la equivocación de muchos jóvenes en el camino. No hacía falta hablar con una inteligencia que todo lo conocía. 

Entendió mucho mejor que si realmente compartir un asunto con un terapeuta es fabuloso por el hecho de sacar y no guardar en su interior, eso lo debía realizar con su Padre Celestial de una forma similar. Desde la paz, desde la serenidad, desde la confianza y desde la presencia interior, iría desvelando lo que ocurría en su corazón. 

Esa idea de que el Padre Celestial no lo conocía todo, que nos respetaba, le hizo mucho bien. En su cara se dibujó la decisión de charlar con esa nobleza con su Creador. Le iría deshojando la sucesión de incidencias de cada uno de sus días. En esa conversación iría liberándose de las adversidades y valorando sus aciertos. 

Roberto al constatar la decisión de su sobrino se sintió feliz. Un modo de aligerarse la carga del camino y dejarlo claro para transitarlo mejor, más ligero y con mayor sabiduría. El encuentro, una vez más, había resultado fructífero.

lunes, septiembre 26

INTELIGENCIA ESPECULATIVA

Fran estaba contento. Un nuevo saber se abría delante de él. Eso le daba mucha energía. Su mente, siempre inquieta, siempre curiosa, se llenaba de fuerza para descifrar aquel concepto. Estaba seguro que un punto trascendental iba a desvelarse. Todo un festín para aquella mente abierta, llena de luces y de horizontes amplios en sus ojos.

Las definiciones iban cayendo. Los ejemplos las clarificaban con mucha precisión. Einstein, ante la pregunta de un periodista sobre su comportamiento ante la oportunidad de disponer de un minuto para resolver una cuestión, respondió que pasaría 59 segundos pensando en la citada cuestión, y 1 segundo para dar la respuesta y ponerse en movimiento. 

Fran pensaba que la respuesta tenía su miga. Había constatado la diversa reacción de las personas ante esas situaciones. Unas se paralizaban de miedo, otras disponían muchos preparativos, otras se ponían a dar vueltas inquietas. Lo normal era que la mayoría se pusiera en movimiento. El planteamiento de Einstein ponía cordura. Su posición era clara. ¿Movimiento hacia dónde? La dirección del movimiento era clave. Se podía solucionar o se podría agravar. La solución estaba en algún punto que habría que descifrar. 

La propuesta de Einstein era clara. Primero, descifrar ese punto vulnerable para alcanzarlo. Segundo, realizarlo. Sin pensamiento, sin identificación de la causa, sin orientación, todo movimiento era más bien un estorbo. Nada se solucionaba. Se caía en un error muy infantil. Se creía que por ponerse en movimiento ya estaba solucionado. 

La cultura del momento propiciaba mucho más la aparición del Homo Faber, el hombre que actuaba, que realizaba cosas, que hacía tareas, pero que no sabía por qué las hacía. Solamente hacer le daba una sensación de realización. Ante ese tipo de inteligencia especulativa aparecía el hombre que lo entendía todo. La comprensión tomaba su relevancia. Una vez comprendido el asunto, la acción aparecía bien puntual y bien dirigida. 

Así, la reflexión, la meditación, la paz tomaban su lugar en ese proceso de saber lo que estaba pasando, conocer sus causas, reflexionar sobre sus consecuencias, priorizar los diversos pasos que debían darse, organizar sus pensamientos y tranquilizar sus emociones. Fran asentía con su corazón y con su mente. La inteligencia especulativa era la más importante de las inteligencias. No podía ser evitada, ni eludida, ni menospreciada.

Fran, que hasta entonces no se había aplicado ese tipo de inteligencia, reconocía que era primordial para su vida. Siempre después de los acontecimientos había reflexionado sobre sus equivocaciones y sobre sus carencias. La inteligencia especulativa era de tal calibre que le permitiría erradicar, en todo lo posible, las equivocaciones y evitar las posibles carencias. 

Lo dejó escrito en su mente, en su voluntad, en sus decisiones para aplicar ese tipo de inteligencia en su vida. Eso le calmaba la conciencia ante aquellas personas que le exigían que se pusiera en marcha aunque no supiera lo que hacía.

domingo, septiembre 25

LA GUERRA Y LA PAZ DEL CORAZÓN

Fran estaba dejándose llenar por otra aportación del Dr. Alonso Puig. Sus precisiones, sus afirmaciones bien definidas, su visión basada en su profunda experiencia y en su conocimiento científico, le daban, a sus propuestas, ese toque de fuerza y de claridad mental que tanto le gustaban.

El título del tema ya era por sí mismo sugerente: La guerra y la paz del corazón. 

Un enfrentamiento de los sentimientos, de las emociones que establecían la dirección de los pensamientos. Un corazón en guerra se basaba en dos elementos para afirmar su falta de seguridad, su falta de confianza en sí mismo, y por ende, en los demás. 

Esos dos elementos eran la necesidad de controlar y la ansiedad de dominar. Un corazón que domina no acepta la posición de los demás. No se abre a nuevas propuestas. No le interesa el conocimiento. No le interesa la búsqueda de la verdad. Su única obsesión es dominar. Él ya tiene toda la razón. Tiene el dominio y la verdad ya no importa más. 

Fran veía que ese análisis era certero. La búsqueda de la verdad estaba más allá de esos dominios personales impuestos. Mientras la paz se basaba en tres pilares hermosos: respeto, compasión y misericordia.

Le impacto cómo definió al respeto: tratar con los demás era como pisar tierra sagrada. Pisar tierra sagrada se hacía con un cuidado exquisito con tal de no dañar nada en absoluto. Una actitud sobrecogedora, llena de precisión y sabiduría. 

A la compasión le dio su sello especial también. La percepción de la violencia en el otro era una demostración del terrible sufrimiento que se estaba debatiendo en su interior. Era una comprensión distinta de la violencia. No se fijaba en el destinatario. Se centraba en el emisor y en sus terribles contradicciones. Era un acercamiento muy humano. 

A la tercera, misericordia, le dio también su toque. Era enviar el corazón a los demás. No era una cuestión de si lo merecían o no lo merecían. Era cuestión de vivir así. Fran se quedó también sorprendido por esa humana y maravillosa comprensión. 

La historia de los cinco monjes del monasterio sellaba de una forma sublime esa guerra y esa paz del corazón. Los cinco monjes decidieron construir tierra sagrada en su visión de los demás. Cambiaron totalmente su percepción los unos de los otros. Y cuando se cambiaba la percepción, lo mejor del corazón florecía. 

Con esa sencilla metodología los monjes lograron la inesperada y desesperada solución. Fran entendía, comprendía, que, una vez más, el Dr. Alonso Puig había logrado cambiar su percepción. Le daba las gracias en su corazón y decidió aplicar a los demás ese concepto tan vivificante de tierra sagrada.

sábado, septiembre 24

PATERNIDAD, ELECCIÓN, VIBRACIÓN

Víctor se quedaba prendado por esas ideas que le despertaban muchas experiencias en su mente, en su vida, en sus recuerdos, en sus reflexiones y en muchos momentos tranquilos de soledad. “Cuando ninguna percepción se interponga entre el Padre y Sus creaciones, o entre Sus Hijos y las suyas, el conocimiento de la creación no podrá sino continuar eternamente”.

Víctor había tenido ocasión de conocer a su padre y a su madre. Había disfrutado de su presencia. Había sentido su calor. Pero, su vecino de la casa de al lado, no había tenido ocasión de conocer a su madre. Vivía con su padre y con su abuela paterna. Le faltaba la madre. La abuela hacía las veces de imagen materna y cuidaba de él mientras su padre se dedicaba al trabajo.

En ocasiones salía el tema. Su vecino le decía que apenas guardaba recuerdos de ella. Faltó cuando era niño. Su abuela había cogido el relevo. No podía quejarse. Pero, cuando veía a la madre de Víctor dirigirse a él, le entraba cierta congoja en el interior de su alma. No lo podía expresar. Algo le decía que no estaba. Le faltaba esa mano cariñosa y firme que todo lo aclara en la mente infantil. 

Víctor lo escuchaba y se quedaba pensando. La ausencia era difícil de imaginar cuando no la sentías de primera mano. Al leer aquellas líneas, sintió lo mismo que sentía su vecino. El Padre celestial y Sus Hijos no se conocían. Víctor se daba cuenta de la ausencia del Padre celestial en su vida.

A lo largo de la vida se fue dando cuenta de que el Padre creador gozaba de una relación distinta con Sus hijos. Víctor reflexionaba que no había elegido a sus padres, no había elegido el lugar, no había elegido nada. Agradecía a sus padres la vida. Se dio cuenta que unos documentos decían que eran sus padres. También algunas características físicas lo avalaban.

Pero en el caso de su Padre celestial, tenía la opción de aceptarlo o rechazarlo. No tenía documentos que lo pudieran acreditar. La apariencia física tampoco funcionaba. Era una cuestión de pensamientos y reflexiones. Era un asunto de aceptación interna por el conocimiento del Padre. En algún momento pensó si realmente existía.

Había descubierto, en su vida, que dentro sí había una forma de sentir que fluía y concordaba con lo que el Padre proponía. Se alegró de verlo escrito: “Los reflejos del Padre que aceptas en el espejo de tu mente mientras estás en el tiempo o bien te acercan a la eternidad o bien te alejan de ella”. La libertad era suprema. Víctor lo agradecía inmensamente.

No se enfrentaba con un padre impuesto por la vida. Era un Padre propuesto por la verdad y por la eternidad. Víctor se alegraba. Esa perspectiva lo llenaba. Esa elección en él lo catapultaba a las altas esferas. Veía en esa facultad de elección la expresión más alta de cada ser humano.

La proposición de reconocer al Padre le llenaba. “Sé un reflejo de la paz del Cielo aquí y lleva este mundo al Cielo, pues el reflejo de la verdad atrae a todo el mundo a ésta”. Víctor vibraba con esa visión. Sentía que su elección estaba escrita en cada célula de su ser. El Padre era su creador. El Padre era su elección. El Padre vibraba en cada latido de su corazón. 

viernes, septiembre 23

RESPLANDOR DEL PADRE EN NUESTRA MENTE

Mateo leía aquel párrafo e iba sacando sus conclusiones a medida que los conceptos iban pasando por delante de sus ojos:

“Si pudieses darte cuenta, aunque sólo fuese por un instante, del poder curativo que el reflejo del Padre que brilla en ti puede bridar a todo el mundo, apenas podrías esperar a limpiar el espejo de tu mente a fin de que pudiese recibir la imagen de santidad que sana al mundo”. 

Mateo recibía esas palabras con gran alborozo. “El reflejo del Padre que brilla en ti”. Era una expresión nueva para su vida, nueva para su evaluación personal, nueva para sus planteamientos. Admitía que esa expresión tan natural que solemos emplear para definir a una persona noble: “Es una buena persona”, tenía la fuerza de ese reflejo del Padre. 

Admitía que durante muchos momentos de su vida, en lo que respetaba a su propia valoración, no había tenido claro el alcance de su persona, y el alcance de las personas que le rodeaban. Planteaba un desafío doble: Ver el resplandor del Padre en sí mismo, y ver el resplandor del Padre en los demás. Mateo iba descubriendo que necesitaba unos ojos nuevos. 

Unos ojos nuevos en forma de pensamientos claros, precisos y verdaderos. Todo lo bueno que había en nosotros era el resplandor de nuestro Padre, nuestro Creador. Todo lo bueno que había en los demás era el resplandor del Padre, el resplandor del Creador. Mateo recordaba a una buena persona que se había cruzado en su camino. 

Al poco de conocerse, esa persona siempre le daba las gracias por simples detalles de la vida cotidiana. Mateo se sorprendió de esa forma tan detallista y agradecida. Le preguntó por qué solía ser tan agradecido. La respuesta que recibió fue contundente. Le dijo que el mundo sería completamente distinto si el agradecimiento fuera una moneda común. Mateo vio en ello el resplandor del Padre. 

Con ocasión de la realización de su tesis doctoral, Mateo, que se encontraba a trescientos kilómetros de la Universidad, debía realizar unas gestiones en la secretaria de la Universidad para cerrar su proceso de matrícula y de lectura de su tesis. El mismo director de tesis, el catedrático que se la estaba dirigiendo, se ofreció a hacer las gestiones en su nombre. Mateo no se lo creía. Pero, su catedrático así lo hizo. Vio en ello el resplandor del Padre. 

Con una de las conferencias del Dr. Alonso Puig, se quedó gratamente sorprendido. Con sus conocimientos precisos sobre el organismo, sobre la neurociencia y los últimos avances, se ponía de manifiesto la gran influencia que tenía sobre el organismo esos procesos de agradecimiento, de alegría y de comprensión. 

Se producían endorfinas. Aparecía más cantidad de dopamina y serotonina que dinamizaban el funcionamiento del cerebro y de todo el organismo. La paz y la alegría era una maravilla para el funcionamiento de nuestro cuerpo. Todo se equilibraba y restauraba. Vio, en ese conocimiento del funcionamiento, el resplandor del Padre. 

Mateo concluyó que el resplandor del Padre, situado en la mente, en forma de pensamientos, brillaba en todos nosotros en muchos momentos. La metodología propuesta era simple: Limpiar el espejo de nuestra mente al deshacerse de pensamientos nocivos, y reemplazarlos con las ideas santas, para sanarnos a nosotros mismos, y compartirlos con todos los reflejos divinos.

jueves, septiembre 22

PODER DE SANTIDAD, DEBILIDAD DEL ATAQUE

Lucas estaba suspenso. Sus pensamientos se habían detenido. Acababa de hacerse consciente de una realidad que funcionaba en sus nervios y en sus músculos, pero no estaba en su pensamiento. Sin embargo, reconocía que era una realidad interna que siempre había aceptado como cierta. No podía contradecirla ni quitarle su poder.

“Tanto el poder de la santidad como la debilidad del ataque se están llevando a tu conciencia. Y esto se ha logrado en una mente que está firmemente convencida de que la santidad es debilidad y el ataque poder”. Lucas se repetía esta segunda oración: “la santidad es debilidad y el ataque poder”. No podía decir que no. En su pensamiento veía que sonaba muy mal. Pero en su pecho, había visto funcionar el poder del ataque. 

Una contradicción había subido a su consciencia. Recordaba, en ocasiones, el poder de la exigencia, de un tono alto y desafiante para conseguir las cosas. Y había comprobado que de este modo se alcanzaban los objetivos. Muchas experiencias venían a su mente. ¿Sería verdad que la santidad es debilidad? Y, si es poder, ¿dónde se encontraba ese poder?

Lucas buceaba en sus recuerdos. La experiencia debía confirmarle que la santidad no era debilidad. Hacía pocos días había tenido una incidencia con una compañía que operaba on-line. Llamó una primera vez. La incidencia no se resolvió. Llamó una segunda. Tampoco. Llamó una tercera vez. Ante la misma propuesta de solución se puso firme y les dijo que no era cierto lo que le decían. 

Ante el tono afirmativo y exigente, notó que la operadora se creció en hacerle frente. Le dijo que esperara dos minutos. Poco tiempo después le dijo que había una incidencia en la red y que debía esperar. Lucas no aceptó la respuesta. La operadora le indicó que no se podía hacer más. La operadora y Lucas contrariados terminaron la conversación. 

Lucas le daba vueltas al asunto. ¿Cómo podría solucionarlo? Recordó en las propuestas de la santidad la acción de la viuda inoportuna. Llamó, llamó, llamó hasta que le hicieron caso. Decidió volver a llamar con un tono de recibir una solución. Su voz sosegada conectó con una atenta operadora. Ella sí se interesó por todos los detalles de su problema. Puso mucho interés. Le propuso alternativas para buscar otra solución. 

Lucas estaba contento, agradablemente satisfecho. Era una buena atención. Veía claridad en las propuestas y veía un camino para la resolución de la incidencia. Le compartió a la operadora su buena disposición y la gran ayuda que le había prestado. La luz que había brindado a su mente y la paz que le había devuelto. 

La voz, al otro lado del teléfono, le expresó que agradecía mucho sus palabras. Lucas pudo deducir, por el tono y por la melodía de las palabras, lo hondo que sus ideas habían calado en la operadora. El corazón de la operadora hablaba por las ondas compartiendo un profundo agradecimiento. Se quedó sorprendido por esas palabras de reconocimiento. 

Cuando colgó, Lucas reconoció que su tono amable, la idea de resolver una incidencia, el respeto, la paz y la alegría había sido posible para solucionar la incidencia. Tres elementos unidos se habían puesto en funcionamiento. La paz de la operadora, la incidencia y la paz de Lucas. En el camino de la santidad se habían conseguido los tres objetivos. 

En la tercera llamada no se consiguió ningún objetivo. Ni la paz de la operadora, ni la resolución de la incidencia, ni la paz de Lucas. En otro contexto, su experiencia le decía que se podría haber logrado la resolución. Pero, la paz de los interlocutores no se habría logrado en ningún sentido. 

Lucas le tuvo que decir a sus huesos, a sus músculos, a sus nervios que el ataque no siempre soluciona las incidencias. Y en caso de que las solucione, deja heridos y muertos en su camino. La paz de las personas no se tenía en cuenta. El propio Lucas terminó muy inquieto y nervioso en la tercera llamada. 

La sonrisa volvió al rostro de Lucas. El contentamiento llenaba su alma. La satisfacción de la resolución de la incidencia por los medios oportunos todo un logro. Ahora sí, podía decirle a su subconsciente que estaba equivocado. “Tanto el poder de la santidad como la debilidad del ataque se están llevando a tu conciencia. Y esto se ha logrado en una mente que está firmemente convencida de que la santidad es debilidad y el ataque poder”. 

Lucas decidía que ya estaba enfilado en el camino del poder de la santidad. La alegría de las palabras de la operadora le había llegado muy hondo. Lo más importante era el bienestar de las personas por encima de las incidencias de tipo material. Su alma estaba contenta. El poder de la santidad sobresalía. “Además”, se dijo Lucas para sí, “el método de la santidad es eterno, el método del ataque tiene un fin”. 

La memoria olvida casi todo menos los actos de profundo agradecimiento que recibieron en su proceso de la vida.


miércoles, septiembre 21

EL DESEO ES SUPREMO

Roberto no acababa de creer lo que estaba leyendo. Era algo tremendo. No sabía qué adjetivo colocarle. Se quedó anonadado desde que descubrió esa afirmación: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de lo que no deseas”.

Entendía que la voluntad de la persona era suprema y estaba por encima de cualquier razonamiento lógico. Descartes no tenía, entonces, toda la verdad de la vida. El pensamiento no dirigía completamente la vida. El corazón tenía su lugar, como afirmara Pascal: “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. 

Buscaba en sus experiencias confirmaciones de esa idea que le había saltado a su mente sin darse cuenta. No podía olvidarla. No podía esquivarla. Cada vez que abría el libro se encontraba con ella: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de lo que no deseas”.

En una ocasión, Roberto quedó impactado por la fuerza dramática de una escena de cine. Un gánster, con mucho dinero, mucho poder, mucho prestigio, se enamoró de una señorita con todos sus poros. La señorita no le correspondía. Acostumbrado a conseguir sus deseos por la fuerza, la hizo llevar a su casa. 

La trató como a una reina. Le dio todas las comodidades. Sacó todas sus artes seductoras. Trató de persuadirla. Pero la señorita le echó en cara su falta de libertad. La tenía encerrada en una mansión. Ella se oponía. El amor era muy sensible a la libertad. En esa situación no podía nacer. No se daban las condiciones para que la flor del amor floreciera. 

El gánster, en un acto de rabia incontenida, la apresó, la llevó a la cama. La depositó allí. Quiso coger por la fuerza aquello que el amor no conseguía. La señorita no luchó. Mostró total indiferencia hacia aquella persona. Una vez acabó el gánster, se levantó furioso. 

Las palabras de la señorita resonaron en la habitación: “podrás obligarme a compartir mi cuerpo, pero mi alma está lejos de ti”. El gánster, desasosegado y lleno de rabia, no podía contener su enorme frustración. Roberto retuvo en su memoria esa situación. La posición del gánster y de la señorita. Entendía en ese contexto mucho mejor la verdad de la afirmación que había llegado hasta sus ojos: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de aquello que no deseas”.

La libertad de la persona quedaba totalmente preservada. Solamente el corazón de la persona podía entregar lo que realmente le pertenecía. Esa libertad también le impactó. Roberto se entendió mucho mejor a sí mismo, mucho mejor a sus amigos, a sus familiares, a las personas con las que se cruzaba. 

El amor dejaba un reguero de brisa llena de oxígeno en la libertad de nuestros deseos que nadie podía arrebatarnos sin nuestra voluntad personal: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de aquello que no deseas”.

martes, septiembre 20

EL ALTAR DEL ETERNO ES EL PENSAMIENTO

Antonio pensaba en el poder de sus pensamientos. Se daba cuenta que ellos eran los que dirigían su vida. Había caído en la trampa, muchas veces, de creer que eran los demás quienes le atacaban, le hacían daño, le herían o lo menospreciaban. Se enfadaba con ellos en su mente. En algunas ocasiones se lo decía a ellos a la cara.

Estaba dándole vueltas a esa idea que le acababan de comentar. Le dijeron que pensara en un amigo amable. Le preguntaron cuál sería su pensamiento si ese amigo le hiciera algún desplante. La respuesta de Antonio fue contundente: “no lo tomaría a mal. Sería un error y nada importante”. Y con ese pensamiento, “¿cuál sería su reacción?”. Antonio respondió: “tranquila, serena, sin importancia”. 

Piensa ahora en un amigo no muy amable. Un amigo que sientes que no te aprecia. Ante el mismo hecho, ¿qué pensamiento tendrías?: “otra vez esta persona desconsiderada está lanzando sus dardos. Otra vez me ha herido”. ¿Y tú reacción cuál sería?: “profunda violencia interna. Trataría de atenuarla en el exterior. Pero me comería por dentro”. 

Te das cuenta de que ante dos incidencias similares tienes pensamientos distintos, y como consecuencia, reacciones muy diferentes. Ahora piensa que los dos han tenido un mal día. Están contrariados y no se soportan ellos mismos. Tú pensarías que no habría que darle más importancia. Habría que comprenderles y apoyarles. 

Tu reacción sería de apoyo y felicidad. Por ello, la comprensión era vital. El pensamiento era la base de todo. Antonio asentía con su mente, con sus reflexiones y con la verdad que le llegaba. Captaba cada vez mejor que el altar del Eterno estaba en los pensamientos. Un pensamiento equivocado echaba al Padre de nosotros y lo dejaba de lado. 

Una luz se hacía en su mente. Un rayo de alegría se desplegaba en todo su fulgor. Una maravilla se hacía presente. Comprendía que no debía llevar ningún pensamiento erróneo a ese altar del Eterno. Su mente y su pensamiento era el lugar donde el Padre quería morar. Y Antonio, en esa luz naciente, decidió limpiar su mente de toda equivocación. 

Una maravilla de luz se reflejaba en su cara. Unas ideas de bondad jugaban en su interior, Un abrazo cordial recibía a su Padre con todo el beneplácito de su corazón, de su libertad y de esa conmovedora emoción.

lunes, septiembre 19

COMUNICACIÓN SIN PALABRAS

Raúl estaba contento y agradecido a la vida. Acababa de nacer su siguiente nieto y una emoción nueva lo recorría. La vida se ofrecía plena, llena de emociones y nuevas situaciones. Cuando fue a casa de su hija, se encontró con una imagen inesperada. No la había visto en su vida. Acostado en el sofá, su yerno tenía a su hijo, recién nacido, sobre su pecho desnudo.

El bebé estaba confiado, totalmente relajado, sus ojos cerrados, sintiendo el tacto de su papá en el contacto. Su paz era inmensa. La alegría de su padre indescriptible. La ilusión del abuelo por gozar de tan bella estampa inenarrable. Un cúmulo de emociones serenas y profundas invadía el ambiente con especiales melodías de amor y agradecimiento. 

La mente de Raúl se agolpó con diversos pensamientos. Ante la emoción del momento recordaba la propuesta del proceso de la vida de un maestro. Decía que debíamos volver a la infancia de una manera consciente. La tremenda confianza inconsciente del bebé al sentirse totalmente confiado, debía volverse consciente en la edad adulta. 

Proponía que esa confianza plena inconsciente del niño, debía entrar en nosotros y dar esa confianza plena pero de forma consciente a nuestro Padre de la vida. El descanso destacaba. La serenidad lo circundaba. Ningún pensamiento de inquietud volaba por el ambiente. La mente del bebé era dulzura. Raúl sentía esa vibración en el bebé y comprendió la propuesta del maestro. 

La paz y la confianza nos devolvían nuestra paz y nos liberaba de la inquietud debida a la desconfianza. La imagen era genial. Padre e hijo unificados por el tacto de sus pieles, hablando sin lenguajes complejos. Comunicación de contacto y de amor que los poros entendían en toda su extensión. La claridad de la imagen penetraba en la comprensión de Raúl. Ese era el objetivo de los adultos en su relación con el Padre. 

La verdad del descubrimiento se expandía en la mente de Raúl. La emoción funcionaba. La ilusión se hacía presente. Notaba una dulce melodía interior que se asemejaba a un borbotar de agua pura deslizándose hacia abajo llena de claridad, ternura y blancura inmaculada. Todo en derredor se hacía eco de aquella vibración de amor. 

Nunca se hubiera esperado Raúl que aquellos momentos, con aquella imagen especial, le clarificara muchos pensamientos que tenía en su mente. Había leído mucho en diversos libros distintos. Sin embargo, el poder de la imagen era una comunicación superior. La satisfacción del padre, la relajación del bebé, la ternura del ambiente, la suavidad de las palabras, abrían en el alma nuevos sensores dormidos. 

Hermosos momentos vividos, hermosos conocimientos adquiridos, hermosas sensaciones sentidas. Una hermosura de vida y de criatura.

domingo, septiembre 18

HUMANIDAD, UNIDAD, SER

Rafa se dejaba llevar por esos pensamientos que rompían un poco el esquema que sus padres le habían compartido. Ese sentirse único frente a los demás. Ese sentirse diferente a todos. Ese experimentar que se tenía que defender frente a una serie de gente de difícil adjetivación pero amenazante.

En muchos momentos de su vida se había dado cuenta de lo placentero que es dar la ayuda desinteresada. Ofrecer una sonrisa, una mano de ayuda, compartir un conocimiento sin ninguna otra intención que ofrecer algo que a él no le costaba. 

Cierto día, jugando en su ciudad, se le acercó un señor con una maleta. Acababa de llegar en al autobús de línea. Le preguntó amablemente por una dirección. Estaba lejos. Trató de explicárselo lo mejor que pudo. Llegado un momento, decidió que podría acompañarle y evitarle al señor perderse o equivocarse. 

Eran momentos de sus diez años que habían quedado impresos en su corazón. Con alegría iba caminando, el señor a su lado con su maleta. Atravesando calles, plazas y algunas callejas estrechas iba dirigiendo al caballero sin ninguna duda a su destino. 

Rafa se sentía contento. No era un esfuerzo para él compartir el conocimiento de su ciudad. Llegaron al lugar. Rafa le indicó la calle. Se despidió del señor con mucha naturalidad. La voz del caballero resonaba en sus oídos al darle su gratitud por su bondad. 

Rafa descubría que se sentía bien. Emprendió el camino de regreso. Iba saltando, jugando, haciendo eses. Se sentía contento. Era una forma de compartir algo sencillo con alguien. Una vertiente de la vida que le llamaba mucho la atención. 

Cuando descubrió que cada uno de nosotros formaba parte de los demás,  comprendió que la forma de tratar a ese señor era la forma de tratarse a sí mismo. Siempre le habían hablado de ser amable para recibir alguna recompensa de las personas. 

Aquel señor no le dio ninguna recompensa. Sin embargo, sus gracias, y su reconocimiento, le hicieron mucho más que cualquier otro presente que pudiera imaginar. Intuía que se había tratado muy bien a sí mismo. No dudó en ayudar al señor. No dudó en ayudarse a sí mismo. 

Ahora a la distancia, Rafa reflexionaba que cuando dejabas de compartir alguna cosa hermosa con los demás, dejabas de compartirla contigo. Todos vivían dentro de uno. Si menosprecias a alguien, te menosprecias a ti mismo. Ese asunto de la unidad le daba vueltas por la cabeza. Yo te amo, y como tú eres yo, cuando te amo, realmente me amo. 

Era romper ese concepto recibido en su casa. Los demás van por sus propios caminos y por sus propios intereses. Sin embargo, su corazón latía con fuerza cuando ayudaba a su madre, a sus hermanos, a su familia, a sus amigos, y en aquella primera ocasión, descubrió el latido de su corazón con todos aquellos que estaban fuera de su círculo habitual. 

Se sentía identificado con la idea de la universalidad reflejada en el centro de su ser. Quererse a sí mismo era querer a todos. Querer a todos era quererse a sí mismo. Respetarse a sí mismo era respetar a todos. Respetar a todos era respetarse a sí mismo. Una ayuda a los demás era una ayuda a sí mismo. Una ayuda así mismo era una ayuda a los demás. 

Ese descubrimiento le dejaba marcado por la verdad que contenía. Pequeñas incidencias de la vida que llevaban profundidades que aparentemente no existían. Pero aquel detalle todavía relucía en su mente. La intuición de su corazón le guió con claridad. No ayudó a aquella persona en particular. Ayudó a la humanidad dentro sí y se ayudó a sí mismo donde vivía la humanidad. 

Descubrió, por primera vez, el círculo amplio que vivía dentro de él.

sábado, septiembre 17

VERDAD, SENCILLEZ, HUMILDAD

Saúl estaba absorto escuchando la conferencia del Dr. Alonso Puig. Estaba interesado. Los conceptos se deslizaban con una suavidad y con una precisión que le llegaba al alma. Temblaba su cuerpo. Se alegraba su alma. Veía cómo la verdad se abría paso a través de las barreras que la confusión humana había creado.

Saúl se centraba en esas batallas internas que cada un@ de nosotr@s libramos con nosotr@s mism@s. El ansia de poder, la voluntad de destacar, la necesidad de demostrar que somos mejores que los demás, el orgullo de vencer, la fuerza de creer llevar la razón, el éxito de hacer callar a los demás, no dejarse vencer por la verdad, todo conformaba ese ego que se imponía a lo que realmente somos.

Saúl se encogía cuando descubría, a la luz de las reflexiones el Dr. Alonso Puig, las consecuencias de esas cualidades del ego. Se veía que eso era más importante que salvar la vida de un joven adolescente. Con maestría, se va exponiendo que, gracias a superar esa barrera del qué dirán, y del qué pensarán, la vida de un muchacho adolescente pudo ser salvada. 

Aquel catedrático de visita en el hospital. Una eminencia apreciada por todos los diversos especialistas deseosos de escucharle. Se pasó por la sala de cuidados intensivos y se interesó por aquel joven adolescente. Todos los jefes de planta, todos los médicos especialistas, le demostraron su desorientación ante la situación grave del muchacho. 

Tenía una septicemia. Una infección en la sangre causada por una bacteria. A pesar de haber hallado e identificado la bacteria, el tratamiento iba hacia adelante y hacia atrás. Desconocían el foco de la infección. Era necesario encontrarlo. De otro modo, al joven intubado, el corazón le fallaba y empezaba a fallarle el riñón. 

Con tres órganos fallando el riesgo de fallecimiento era alto. El catedrático, rodeado de todos los médicos y especialistas de la unidad, se quedó pensando en el descubrimiento de ese foco que causaba la infección. En este momento preciso, un joven residente de primer año dejó oír su voz. Hizo una pregunta sencilla. “¿Le han mirado detrás de las orejas?”. 

A todos les dejó estupefactos esa pregunta. Muchas mentes pensaban en la osadía de aquel joven e inexperto residente. Creían que no se le haría nada de caso. Trataron de olvidarla. Pero se vieron sorprendidos. El catedrático, hombre noble, bueno, curioso, tuvo a bien aceptar la pregunta del joven. Y así les preguntó a los que lo trataban. “¿Le habéis mirado detrás de las orejas?”. 

Saúl se quedó estupefacto ante las reflexiones del Dr. Alonso Puig. Aquel catedrático podría haber ignorado la pregunta. No era nada más que una idea de un inexperto. Podría haberse amparado en su amplio saber para desacreditarlo. Y lo más importante fue que dio su permiso para que aquella incidencia se publicara en la prestigiosa revista de medicina. 

La pregunta del catedrático siguiendo la intuición del residente fue cumplida de inmediato. Después de un detallado examen descubrieron el foco de infección. Tenía una garrapata que se la provocaba. Gracias a esa actitud tan noble, tan auténtica, tan humilde, tan buena, aquel joven se curó, pudo recuperarse y seguir con su vida. 

Saúl se quedó asombrado. Aquel catedrático no se fiaba ni de su saber. La idea de un joven residente trabajando en equipo para encontrar la verdad había sobresalido sobre todas las demás componendas del ego. La nobleza y la verdad son más poderosas que el prestigio, el saber, la posición, la creencia en nuestro propio poder. La verdad está en cualquier miembro de la comunidad. Para ello, siempre debe encontrar la semilla de un alma buena que la pueda iluminar. Así todos seguiremos y viviremos la verdad con naturalidad.

viernes, septiembre 16

GOZOSA COMPAÑÍA, ANFITRIÓN, ALTAR

Mario repasaba su vida. Cuando pasaba por la década de los treinta a los cuarenta, cierta sensación fría encogía su pecho. Durante esos años había perdido, primero, a su madre, y más tarde, a su padre. Sus referentes habían desaparecido. Los límites de la edad se habían hecho presentes. Había ganado consciencia de la brevedad de la vida.

Sintió la vulnerabilidad de la vida en su propia carne. Las inseguridades se hicieron patentes en su ánimo. Se repetía, para sí mismo, que la sensación de seguridad era el colmo de la felicidad. Hacer desaparecer esos momentos de impotencia ante las incidencias que te iban llegando era un campo placentero. 

Concluía que las seguridades no existían y que se debía vivir con todas las propuestas que te enfrentaba la vida. Todo había que vivirlo. Lo único que le quedaba era pasarlo lo mejor posible. Ciertas sensaciones de vértigos recorrían su cuerpo. Un abismo interno, en ocasiones, se abría y lo engullía en una especie de angustia. 

Tenía la posibilidad de salir de esos pozos negros que se le presentaban en sus pensamientos. No era consciente de que todo radicaba precisamente en los pensamientos. Ahora, desde la distancia lo comprendía mucho mejor. Así que la lectura de aquellas líneas le llenaba de una nueva alegría y de unas nuevas ideas que le cambiaban la vida. 

“La verdad, simplemente por ser lo que es, te libera de todo lo que no es verdad”. 

“La Expiación (deshacer el error) es tan dulce, que basta con que la llames con un leve susurro para que todo su poder acuda en tu ayuda y te preste apoyo”. 

“Con el Padre a tu lado no puedes ser débil”. 

“Pero sin Él no eres nada”. 

“La Expiación te ofrece al Padre”. 

“El regalo que rechazaste, Él lo conserva en ti”. 

“El Espíritu Santo lo salvaguarda ahí para ti”. 

“El Padre no ha abandonado Su altar, aunque Sus devotos hayan entronizado otros dioses en él”. 

“El templo sigue siendo santo, pues la Presencia que mora dentro de él es la santidad”. 

Mario en el repaso de su vida había constatado la verdad de esa frase: “Con el Padre a tu lado no puedes ser débil. Pero sin Él no eres nada”. La Sabiduría del Padre le había hecho ir por la vida con paso firme y comprensivo. Le había servido en sus sesiones de asesoramiento. En sus conversaciones privadas buscando solución a los problemas de la vida. 

En las decisiones delicadas de su familia, esa Sabiduría le había dado muchas y buenas noticias. Sentía esa afirmación grabada en su vida. Y en esos pensamientos gozosos, sentía también que el altar del Padre estaba firmemente asentado. Le impactó descubrir que el altar del Padre estaba en el pensamiento. 

Por ello, no se permitía dejar pulular conceptos en la mente diferentes a la propuesta del Padre. Sentía la mano del Padre en su vida, en sus circunstancias de cada día y en sus relaciones personales. Se sentía gozoso de ser el anfitrión de su Padre. Se sentía agradecido por comprender la hermosa decisión del Padre de habitar en él.

jueves, septiembre 15

SERENIDAD, PROPORCIÓN, REACCIÓN

Carlos dejaba su mente deambular en esos momentos donde buscaba la paz. Pensaba en esa serenidad tan propicia para ver todo en su apropiado lugar. Hacía tiempo que había descubierto sus desafortunadas apreciaciones. Estaban teñidas de exageraciones, valoraciones inapropiadas y consideraciones imprecisas.

Después fue consciente de que sus reacciones se basaban en esas apreciaciones personales. Por ello, desde que se dio cuenta, le daba una gran importancia a la serenidad. Todo lo podía poner en su debida medida. Recordaba una conversación que había tenido con uno de sus maestros hacía tiempo. 

Estaba en su despacho. Comentaban varios temas. Cuando salió un comentario sobre la figura de Buda, se deslizó que lo importante era alcanzar el punto medio que todo lo equilibra. Carlos aceptó ese comentario de su maestro con cierta inquietud. No lo decía como un elemento sentido desde el interior. Lo comentaba como una característica racional de otra forma de ver el mundo. 

La realidad era que en Occidente se estaba lejos en la experiencia de esos temas. Y el comentario de su maestro era más bien una velada frustración por poder expresarlos con palabras pero no como sensación vivida. Esa conversación quedó en la mente de Carlos. Ahora que había descubierto la trascendencia de tal aportación, la valoraba en toda su extensión. 

La paz y la serenidad hacían su camino hacia la verdad, hacia la verdad de la vida. Con esa paz y con esa quietud se dejaba llevar por la lectura: “Llevar el ego ante Dios no es sino llevar el error ante la verdad, donde queda corregido por ser lo opuesto a aquello con lo que se encuentra”. 

“Allí queda disuelto porque la contradicción no puede seguir en pie”. 

“Lo que desaparece en la luz no es atacado”. 

“Simplemente desaparece porque no es verdad”. 

“La idea de que hay diferentes realidades no tiene sentido, pues la realidad es una sola”. 

“Su naturaleza inmutable es lo que hace que sea real”. 

Carlos veía que el camino era certero. “Lo que desaparece en la luz no es atacado”. La idea del ataque desaparecía. El poder de la verdad refulgía con fuerza delante de sí. No era objeto de levantar la voz. No era objeto de darle vueltas y buscar los mejores argumentos para contrarrestar. No era objeto de sentirse vencedor. La paz unía a todos en la tranquilidad de la verdad. La verdad apaciguaba los ánimos de todos. 

Carlos vislumbraba que no había otro camino para llegar a su verdad, a la verdad de todos los que le rodeaban, a la verdad universal. Sin ataque, todo quedaba aclarado y satisfecho. Nadie quedaba afectado por ninguna contrariedad. 

Carlos se quedaba pensando en esa expresión que le conquistaba el alma: “simplemente desaparece porque no es verdad”. Carlos unía esas ansias de su maestro con las suyas y veía que esa serenidad les quitaba la falsa visión de todos los elementos que acudían a sus vidas. Nada seguía la desproporción. Todo era cuidadosamente emplazado. La serenidad hacía su función.

miércoles, septiembre 14

SANTOS, COHERENCIA, RECORDAR

José Manuel sentía una serena paz en su corazón. Una música suave lo acompañaba en su habitación. El cielo nublado impedía la presencia de los rayos solares. La temperatura elevada se aquietaba un poco y daba respiro. Su mente pensaba en aquellas líneas que pasaban delante de sus ojos. Le resolvían conflictos en sus ideas. Por ello, veía mucha claridad en ellas.

Tenían una hermosa coherencia. José Manuel recordaba una conversación con un colega. Una persona estudiosa, profunda y con mucha creatividad. Le exponía, con fuerza, que estaba deseando encontrar coherencia en su vida, coherencia en los planteamientos, coherencia en todos sus pensamientos. Era como la seguridad de que todo ensamblaba bien. 

José Manuel veía esa hermosa coherencia que su compañero ansiaba. Eso le llenaba de paz y de una seguridad firme y serena. Notaba, en su interior, el sólido caminar de estar enfocado en el proceso de verdad interna. 

“La Expiación no te hace santo. Fuiste creado santo”. 

Ese planteamiento organizaba las ideas de forma coherente. La metodología era recordar ese estado de nuestra creación. La santidad estaba en nosotros. Fue olvidada porque se creyó en la culpabilidad y en el castigo. Y ese ciclo de culpable, castigo, muerte, se iba repitiendo en todos los niveles de la vida. Una idea que no clarificaba la excelencia del ser humano. 

José Manuel seguía leyendo: “la Expiación lleva simplemente lo que no es santo ante la santidad; o, en otras palabras, lo que inventaste ante lo que eres”. 

“Llevar ilusiones ante la verdad, o el ego ante el Padre, es la única función del Espíritu Santo”. 

“No trates de ocultarle al Padre lo que has hecho, pues ocultarlo te ha costado no conocerte a ti mismo ni conocer al Padre”. 

Eso iba casando en el interior de José Manuel. La actitud del Padre Creador relucía en una luz nueva. No tenía nada que perdonarnos. Deseaba que le recordáramos en su esencia y en nuestra naturalidad. No era el Padre lejano, sino el Padre realmente cercano y cariñoso. 

José Manuel volvía a leer una definición aplicada al Padre: “El Padre le da las gracias al santo anfitrión que desee recibirle y le deje entrar y morar donde Él desea estar. Y al darle tú la bienvenida, Él te acoge en Sí mismo”. Lo que había que cambiar eran nuestros pensamientos y nuestra forma de enfocar las situaciones. 

José Manuel decidía que vería a todos cómo Jesús nos veía: “santos tal cual fueron creados”. Comprendería el olvido de las personas que habían tenido sobre este hecho crucial. Les devolvería a tod@s ese gran pensamiento de que la santidad está en cada un@. Así no habría nada que perdonar, sino muchos pensamientos que cambiar y sentirse tod@s tal cual fueron creados: sant@s.

martes, septiembre 13

LIBERTAD, GENEROSIDAD, ESLABÓN

Josué estaba tranquilo frente a su mesa. Su ordenador delante de sí. Su libro a su lado. Depositado sobre un atril que lo elevaba, le facilitaba su lectura. Era importante para él. Le había gustado la definición de espiritualidad que había escuchado. Era tener consciencia del sentido de la vida personal. Josué veía que todo humano tenía que responder a esa pregunta.

Esa respuesta organizaba sus actos, sus pensamientos, sus ideas, sus proyectos y todos los elementos de su vida. También se daba cuenta que sus sentimientos tenían su lugar en sus decisiones. Nadie podía zafarse de este concepto de espiritualidad. Era lo maravilloso de ser humano. Esa libertad se ponía en funcionamiento y el ser prodigioso tenía que elegir. 

Después de unos años de dependencia, la libertad se instalaba y se ejercía en las múltiples decisiones que se hacían a cada momento. Josué estaba contento con esa libertad que anidaba en su ser. Y cada día más, veía que debía ejercitarla y respetar la libertad de los demás. 

Era su tesoro personal. Su libertad, y sus decisiones libres, lo formaban, lo creaban, lo hacían, lo maduraban y lo iban moldeando en el sentido que Josué escogía. Lejos quedaban esos conceptos: “te quiero tanto que te sobreprotejo”. Josué veía que amputar la libertad de un ser humano era el peor servicio que se podía dar en el proceso educativo. 

Josué se dejaba llevar por las líneas que estaba leyendo: “El eslabón a través del que el Padre se une a quienes Él da el poder de crear jamás puede ser destruido”. 

“El Cielo en sí es la unión de toda la creación consigo misma, y con su único Creador”. 

“Y el Cielo sigue siendo lo que la Voluntad de Dios dispone para ti”. 

Josué veía dos aspectos. El primero, que le llamaba la atención, era el enorme vínculo entre el Padre y sus Hijos. Una unidad y una relación totalmente segura y comprensible. El segundo era que, a pesar de esta unión maravillosa, el Padre daba libertad total. “No deposites ninguna otra ofrenda sobre tus altares, pues no hay nada que pueda coexistir con el Cielo”. 

Jesús nos informaba. Nos sugería. Nos compartía. Nuestra era la elección. “Ahí tus insignificantes ofrendas se depositan junto al regalo del Padre, y sólo lo que es digno del Padre es aceptado por el Hijo, a quien va destinado”. 

Josué sentía una doble satisfacción. La primera era la libertad otorgada por el Padre. Se podía elegir otra ofrenda distinta a la del Padre. El ser humano podía construir de otra forma distinta a la indicada. Su libertad era intocable. Era suprema. La segunda satisfacción venía del reconocimiento de que todo lo que satisfacía al Padre le satisfacía a él también. 

Josué veía que tenía materia para ir haciendo decisiones. Se iba conformando con ellas. Se sentía seguro con esas orientaciones. Se sentía feliz por la verdad que tenían. Como padre, veía la sabiduría de esas propuestas. Amaba al Padre por la libertad que le daba y por Su enorme generosidad. También pensaba que apreciaba mucho esa libertad en sus padres y que se la entregaba a sus hijas. Las bases del amor estaban así, firmemente establecidas.