Carlos dejaba su mente deambular en esos momentos donde buscaba la paz. Pensaba en esa serenidad tan propicia para ver todo en su apropiado lugar. Hacía tiempo que había descubierto sus desafortunadas apreciaciones. Estaban teñidas de exageraciones, valoraciones inapropiadas y consideraciones imprecisas.
Después fue consciente de que sus reacciones se basaban en esas apreciaciones personales. Por ello, desde que se dio cuenta, le daba una gran importancia a la serenidad. Todo lo podía poner en su debida medida. Recordaba una conversación que había tenido con uno de sus maestros hacía tiempo.
Estaba en su despacho. Comentaban varios temas. Cuando salió un comentario sobre la figura de Buda, se deslizó que lo importante era alcanzar el punto medio que todo lo equilibra. Carlos aceptó ese comentario de su maestro con cierta inquietud. No lo decía como un elemento sentido desde el interior. Lo comentaba como una característica racional de otra forma de ver el mundo.
La realidad era que en Occidente se estaba lejos en la experiencia de esos temas. Y el comentario de su maestro era más bien una velada frustración por poder expresarlos con palabras pero no como sensación vivida. Esa conversación quedó en la mente de Carlos. Ahora que había descubierto la trascendencia de tal aportación, la valoraba en toda su extensión.
La paz y la serenidad hacían su camino hacia la verdad, hacia la verdad de la vida. Con esa paz y con esa quietud se dejaba llevar por la lectura: “Llevar el ego ante Dios no es sino llevar el error ante la verdad, donde queda corregido por ser lo opuesto a aquello con lo que se encuentra”.
“Allí queda disuelto porque la contradicción no puede seguir en pie”.
“Lo que desaparece en la luz no es atacado”.
“Simplemente desaparece porque no es verdad”.
“La idea de que hay diferentes realidades no tiene sentido, pues la realidad es una sola”.
“Su naturaleza inmutable es lo que hace que sea real”.
Carlos veía que el camino era certero. “Lo que desaparece en la luz no es atacado”. La idea del ataque desaparecía. El poder de la verdad refulgía con fuerza delante de sí. No era objeto de levantar la voz. No era objeto de darle vueltas y buscar los mejores argumentos para contrarrestar. No era objeto de sentirse vencedor. La paz unía a todos en la tranquilidad de la verdad. La verdad apaciguaba los ánimos de todos.
Carlos vislumbraba que no había otro camino para llegar a su verdad, a la verdad de todos los que le rodeaban, a la verdad universal. Sin ataque, todo quedaba aclarado y satisfecho. Nadie quedaba afectado por ninguna contrariedad.
Carlos se quedaba pensando en esa expresión que le conquistaba el alma: “simplemente desaparece porque no es verdad”. Carlos unía esas ansias de su maestro con las suyas y veía que esa serenidad les quitaba la falsa visión de todos los elementos que acudían a sus vidas. Nada seguía la desproporción. Todo era cuidadosamente emplazado. La serenidad hacía su función.
Me encantan tus reflexiones, amigo, tienes mucha razón en decir que la serenidad nos permite controlar nuestras emociones, es la base para tener una vida plena, yo agregaría el amor, conjugados estos sentimientos, el ser humano puede llegar a ser realmente humano. Te insto a seguir escribiendo, porque lo haces estupendamente bien. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEstupenda visión. La profunda humanidad nos une. Nos hace uno. Un placer compartir tan estupendos tesoros.
ResponderEliminar