Luis se repetía a sí mismo aquellas letras que estaba leyendo: “El Hijo del Padre es inocente”. Lo repetía para sí mismo. En su mente, no dejaba de repetir la idea. No quería que se le olvidara. Quería grabarla. Necesitaba cincelarla y que fuera una realidad en su vida.
Luis sentía que si el Hijo del Padre era inocente, tanto él como todos los seres humanos eran inocentes. No había ninguna culpabilidad que cargar. No había condenación posible. No había ninguna contrariedad básica en su vida. Él era inocente y los demás que le rodeaban eran también inocentes.
Habían terminado para él los pensamientos sobre las perversas intenciones de los demás. Toda persona que hacía daño era porque era débil. Sentía miedo y reflejaba su miedo en los demás en forma de culpabilidad. Así parecía mitigar un poco el peso sobre su alma.
Para Luis este era el proceso. Era más un proceso de debilidad que de fortaleza. El célebre dicho: “Piensa mal y acertarás” no se aplicaba a la culpabilidad. Se aplicaba a la natural confusión que existía en la mente humana.
Veía que la mente se entrampaba en unos pensamientos incoherentes. Tanto se quería ganar que terminaba por perder toda credibilidad. Y la falta de credibilidad hacía realmente daño.
Luis se tranquilizaba porque no debía dar cuenta a nadie de su vida. A la única persona que debía dar cuenta era a sí mismo. Todo estaba en sus manos. No dependía de nadie. Desde la tranquilidad de su inocencia, iba aprendiendo todo en la vida. Y los errores los deshacía con los pensamientos sensatos.
“Todo el mundo tiene un papel especial en la Expiación, pero el mensaje que se le da a cada uno de ellos es siempre el mismo: El Hijo del Padre es inocente”.
“Cada uno enseña este mensaje de forma diferente, y lo aprende de forma diferente”.
“Pero hasta que no lo enseñe y lo aprenda, tendrá la vaga conciencia de que no está llevando a cabo su verdadera función, y no podrá por menos sufrir por ello”.
“La carga de la culpabilidad es pesada, pero el Padre no quiere que sigas atado a ella”.
“Su plan para tu despertar es tan perfecto como el tuyo es falible”.
“Él sólo quiere enseñarte a ser feliz”.
Luis se quitaba mucho peso moral de encima. No se encerraba en los oscuros pasadizos del desánimo, del desaliento, de la visión lóbrega y oscura. No se dejaba llevar por los pensamientos negativos de la falta de valía, de sus continuos errores, y de los objetivos frustrados.
Había encontrado su camino. Había descubierto el altar del Padre en su interior. Estaba en sus pensamientos. Su mente era depositaria de tan alta maravilla. Por ello, no permitía que ningún pensamiento inadecuado se posara en su mente. Se le dedicara tiempo. Se jugara con él como si fuera trascendente.
Los pensamientos eran su tesoro y este pensamiento que acababa de aprender era la luz que aclaraba, por todos lados, su visión: “El Hijo del Padre es inocente”. Así seguía con su repetición en su interior y con la puesta en práctica del mismo hacia los demás. Quería compartir con ellos esta tan alta liberación.
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