martes, septiembre 6

INVITACIÓN, HONOR, SORPRESA

Desde pequeño, Enrique había visto al Padre como un elemento maravilloso pero lejano. Lo sentía poderoso pero no cercano. No podía hablar con Él. Iba teniendo idea de quién era el Padre a través de sus maestros, a través de diversas personas con las que tenía contacto.

Según le decían cómo era el Padre, así creía que lo comprendía un poco más. Las definiciones de sus características eran diferentes. A lo largo del tiempo, Enrique descubrió que cada uno le compartía sus conocimientos y su experiencia. 

Encontraba que era diferente hablar del Padre y compartir sus experiencias con el Padre. Todos hablaban del Padre, pero Enrique veía que no todos lo conocían. Al menos, decían cosas muy diferentes. Todo un conjunto variopinto que no cuadraba muchas veces con aquello que sentía su alma. 

Al final, encontró que cada uno se lo apropiaba de acuerdo a su forma de ser. Para los rectos y severos, El Padre era recto y severo. Para los sencillos de corazón, el Padre era sencillo de corazón. Para los intelectuales, el Padre era el principio del pensamiento. Para los sensibles, el Padre era pura sensibilidad. Cada uno se reflejaba en el Padre según su cualidad. 

Todos decían que el Padre era inmenso. Era todo eso y mucho más. Pero, cuando se trataba de enseñar e influir en los demás, cada uno destacaba del Padre esa tendencia personal que anidaba en su corazón. Enrique buscaba la esencia del Padre para comprenderlo un poco más. No quería reflejarse él mismo en el Creador. 

Por ello, al leer aquellos renglones iba delineando las esencias del Padre, citadas por Jesús, con la fuerza de la experiencia: “¡Que la paz sea, pues, con todos los que se convierten en maestros de paz!”

“Pues la paz es el reconocimiento de la pureza perfecta, de la que nadie está excluido”. 

“Dentro de su santo círculo se encuentran todos los que el Padre creó como Su Hijo”. 

“El júbilo es su atributo unificador, y no deja a nadie afuera solo, sufriendo el dolor de la culpabilidad”. 

“El Poder del Padre atrae a todos hacia la seguridad que ofrece su regazo de amor y unión”. 

“Ocupa quedamente tu puesto dentro del círculo, y atrae a todas las mentes torturadas para que se unan a ti en la seguridad de su paz y de su santidad”. 

“Mora a mi lado dentro de él, como maestro de la Expiación y no de la culpabilidad”. 

Enrique notaba su corazón saltar de alegría. Las cualidades del Padre se iban perfilando: paz, júbilo, amor, unión. Con estas ideas en mente, ya podía calibrar a aquellas personas que, hablando del Padre, no seguían estos peldaños bien establecidos. 

Enrique vislumbraba una grata invitación y una maravillosa colaboración con el Padre. Nos invitaba a ser maestros de paz. Nos invitaba a compartir con Él el maravilloso júbilo unificador. No podía dejar de asombrarse ante la maravilla que se abría delante de él. 

“Ocupa quedamente tu puesto dentro del círculo, y atrae todas las mentes torturadas para que se unan a ti en la seguridad de su paz y de su santidad”. Enrique irradiaba gozo, ilusión, entusiasmo y completa generosidad. Ahora ya tenía más claro las cualidades del Padre. 

Veía que el Padre era a la vez: Padre y Madre: “el poder del Padre atrae a todos hacia la seguridad que ofrece su regazo de amor y unión”. Así entendía la propuesta de un autor que decía. La plenitud del hombre es ganar la mitad de las cualidades de la mujer. La plenitud de la mujer es ganar la mitad de las cualidades del hombre. 

Enrique iba ganando sabiduría. Iba captando una conciencia mayor del Padre, iba dándose cuenta que su interior le ayudaba en este viaje. La paz, el júbilo, el amor y la unión, eran aspiraciones nobles de su propio corazón.

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