lunes, septiembre 26

INTELIGENCIA ESPECULATIVA

Fran estaba contento. Un nuevo saber se abría delante de él. Eso le daba mucha energía. Su mente, siempre inquieta, siempre curiosa, se llenaba de fuerza para descifrar aquel concepto. Estaba seguro que un punto trascendental iba a desvelarse. Todo un festín para aquella mente abierta, llena de luces y de horizontes amplios en sus ojos.

Las definiciones iban cayendo. Los ejemplos las clarificaban con mucha precisión. Einstein, ante la pregunta de un periodista sobre su comportamiento ante la oportunidad de disponer de un minuto para resolver una cuestión, respondió que pasaría 59 segundos pensando en la citada cuestión, y 1 segundo para dar la respuesta y ponerse en movimiento. 

Fran pensaba que la respuesta tenía su miga. Había constatado la diversa reacción de las personas ante esas situaciones. Unas se paralizaban de miedo, otras disponían muchos preparativos, otras se ponían a dar vueltas inquietas. Lo normal era que la mayoría se pusiera en movimiento. El planteamiento de Einstein ponía cordura. Su posición era clara. ¿Movimiento hacia dónde? La dirección del movimiento era clave. Se podía solucionar o se podría agravar. La solución estaba en algún punto que habría que descifrar. 

La propuesta de Einstein era clara. Primero, descifrar ese punto vulnerable para alcanzarlo. Segundo, realizarlo. Sin pensamiento, sin identificación de la causa, sin orientación, todo movimiento era más bien un estorbo. Nada se solucionaba. Se caía en un error muy infantil. Se creía que por ponerse en movimiento ya estaba solucionado. 

La cultura del momento propiciaba mucho más la aparición del Homo Faber, el hombre que actuaba, que realizaba cosas, que hacía tareas, pero que no sabía por qué las hacía. Solamente hacer le daba una sensación de realización. Ante ese tipo de inteligencia especulativa aparecía el hombre que lo entendía todo. La comprensión tomaba su relevancia. Una vez comprendido el asunto, la acción aparecía bien puntual y bien dirigida. 

Así, la reflexión, la meditación, la paz tomaban su lugar en ese proceso de saber lo que estaba pasando, conocer sus causas, reflexionar sobre sus consecuencias, priorizar los diversos pasos que debían darse, organizar sus pensamientos y tranquilizar sus emociones. Fran asentía con su corazón y con su mente. La inteligencia especulativa era la más importante de las inteligencias. No podía ser evitada, ni eludida, ni menospreciada.

Fran, que hasta entonces no se había aplicado ese tipo de inteligencia, reconocía que era primordial para su vida. Siempre después de los acontecimientos había reflexionado sobre sus equivocaciones y sobre sus carencias. La inteligencia especulativa era de tal calibre que le permitiría erradicar, en todo lo posible, las equivocaciones y evitar las posibles carencias. 

Lo dejó escrito en su mente, en su voluntad, en sus decisiones para aplicar ese tipo de inteligencia en su vida. Eso le calmaba la conciencia ante aquellas personas que le exigían que se pusiera en marcha aunque no supiera lo que hacía.

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