Roberto estaba pensando en aquel impacto que le había causado a su sobrino la idea que le había compartido. Siempre se sorprendía de las reacciones de los demás. Así calibraba mucho mejor la influencia que causaba en otras mentes más juveniles. La vida era un compartir de experiencias, de descubrimientos y de conocimientos. Y eso, cuando se hacía dentro de un clima de confianza, era un momento de cielo.
La idea ofrecida era la naturalidad de compartir con el Padre Celestial nuestras ideas y los estados de nuestra mente y de nuestras emociones. Había escuchado que muchos jóvenes llegaban a la conclusión de no compartir con el Padre nada. Concluían que el Padre lo sabía todo. No valía la pena decirle lo que Él ya sabía. Su sobrino se sorprendió al descubrir que el Padre no sabía lo que realmente nos pasaba si no se lo compartíamos.
El Padre respetaba nuestra libertad y nuestras decisiones. Si la mente decidía no comunicarse con Él, la respetaba. No dejaba de apreciarla. Siempre estaba atento. Pero, la libertad nunca la traspasaba. De ahí, la naturalidad de compartir con el Padre Celestial nuestras emociones y los vaivenes de nuestra alma. Expresar un problema a una inteligencia que nos escucha es un alivio inenarrable.
Su sobrino vio con mucha claridad la necesidad de sus comunicaciones con el Padre. Un nuevo camino se abría delante de sí. Comprendía mucho mejor la terapia de expresar con palabras lo que ocurría en el interior. Era como descargarse de un peso que le hincaba en el suelo y no lo dejaba mover. Una liberación que lo aliviaba de manera genial.
Eso lo unía con el bien que le hacía a su mente y a su cerebro al propiciar la producción de hormonas positivas. Toda una inyección de energía y de tranquilidad. Su sobrino se sorprendió al oír esa reflexión. También había caído en la equivocación de muchos jóvenes en el camino. No hacía falta hablar con una inteligencia que todo lo conocía.
Entendió mucho mejor que si realmente compartir un asunto con un terapeuta es fabuloso por el hecho de sacar y no guardar en su interior, eso lo debía realizar con su Padre Celestial de una forma similar. Desde la paz, desde la serenidad, desde la confianza y desde la presencia interior, iría desvelando lo que ocurría en su corazón.
Esa idea de que el Padre Celestial no lo conocía todo, que nos respetaba, le hizo mucho bien. En su cara se dibujó la decisión de charlar con esa nobleza con su Creador. Le iría deshojando la sucesión de incidencias de cada uno de sus días. En esa conversación iría liberándose de las adversidades y valorando sus aciertos.
Roberto al constatar la decisión de su sobrino se sintió feliz. Un modo de aligerarse la carga del camino y dejarlo claro para transitarlo mejor, más ligero y con mayor sabiduría. El encuentro, una vez más, había resultado fructífero.
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