Iván seguía con sus reflexiones sobre la unidad. La necesidad de la conjunción para conocerse mejor. Respecto al amor, veía una gran coherencia con la propuesta que planteaba. “Todo el mundo anda en busca del amor al igual que tú, pero no pueden conocerlo a menos que se unan a ti en esa búsqueda”.
“Si emprendéis la búsqueda juntos, la luz que os acompañará será tan poderosa que impartirá significado a todo lo que veáis”.
“La jornada que se hace en solitario está destinada al fracaso porque ha excluido lo que quiere encontrar”.
Iván quedaba sorprendido por la última frase. El amor no era cosa de uno. En ese caso, estaba destinado al fracaso. Había reflexionado muchas veces acerca del amor, acerca de ese sentimiento tan poderoso que todo lo diluía en sus burbujas de magia efervescente. Sin embargo, se daba cuenta de que la aparición del amor era una construcción de dos personas.
La confianza completa, la autenticidad, la comprensión, el respeto, la hermosa sensibilidad que todo lo suaviza, todo ello era una aportación de dos personas que iban descubriendo elementos nuevos en su camino. En muchas ocasiones debían cambiar sus ideas. En otras, atenuar sus propuestas. En momentos fundirse en una nueva. Y, alguna vez, dejarse llevar por el amor por un camino más dichoso que había aparecido entre los dos.
Instantes donde toda la personalidad, elementos aprendidos y tic repetitivos se ponía en reflexión. El amor tenía ese poder de transformación cuando se comprendía, cuando se construía con esos elementos de cambios. Frases dichosas que sonaban a gloria: “Por amor a ti cambio este detalle”. “Por amor a ti, te comprendo mucho más e iremos por ese camino conjunto que hemos descubierto entre los dos”.
El amor limaba aristas, fundía equivocaciones, florecía la ilusión en los cambios que le iban dando el uno y el otro. Una admiración nacía en cada persona. Un profundo reconocimiento nacía hacia el otro por el esfuerzo que realizaba. El amor sacaba todo lo mejor de cada uno. Minimizaba las diferencias y valoraba las nuevas propuestas.
Ante esa amalgama conjunta, Iván reconocía que “La jornada que se hace en solitario está destinada al fracaso porque ha excluido lo que quiere encontrar”. Ahora lo tenía claro. El amor no podía nacer en una persona sola. El amor era cosa de dos. Aportación de dos. Colaboración de dos. Miradas de dos. Caminos de los dos.
Los resultados del amor eran diferentes a aquellos que empezaron. Cuando uno se deja conformar por el amor dichoso, el resultado es genial, maravilloso, estupendo, inimaginable. La persona había pasado por un horno de fuego estupendo y se había dejado perfilar con la influencia del otro en una persona más completa, más sensible, más atenta, más unida y más colaboradora.
Actos sencillos lo demuestran. Un enamorado siempre le había rechazado un plato de comida a su madre. Siempre le ponían un plato con comida distinta. Así fue durante todo su período en casa de su madre. Cuando pasó el tiempo, vivió con su enamorada y las influencias en las dos direcciones se realizaron. Ese plato de comida rechazado en su casa, ahora le sabía a gloria.
Pequeños detalles en todos los campos. El amor hace nacer rayos radiantes capaces de derribar todas las barreras que pudieran interponerse entre ellos. Ese es el amor que realmente nos transforma en una persona mucho más elevada, comprensiva, atenta y cariñosa.
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