Juan Antonio estaba absorto ante la palabra que había leído: invulnerabilidad. Una cualidad extraordinaria. No poder ser herido. No poder ser vencido. Su imaginación se iba hacia el personaje Aquiles. Un luchador de la guerra de Troya que poseía esta cualidad. Era invulnerable.
Se dice que adquirió esa cualidad porque su madre, al nacer, lo sumergió en el río Estigia. Lo hundió totalmente menos el talón. De ahí, la parte vulnerable. Así se utiliza que todo ser humano tiene su talón de Aquiles. De este modo, Aquiles adquirió la invulnerabilidad de su cuerpo menos el talón.
Juan Antonio veía en esas líneas que la invulnerabilidad estaba al alcance de cualquier ser humano. Cualquier persona que comprendiera esas reflexiones podía alcanzar ese estado tan sereno, potente, tranquilo y maravilloso. No había que realizar grandes portentos para alcanzarlo.
Era la primera vez que vislumbraba ese enorme potencial en el ser viviente. Había leído en las expresiones de la antigüedad que el hombre podía ser vencido de dos maneras: físicamente y anímicamente. La parte física era fuerza bruta en su más alta expresión. La fuerza anímica se basaba en infundir miedo al adversario. Sensación de pánico que desequilibraba todos los recursos del ser humano.
La invulnerabilidad propuesta ahora se basaba en utilizar esos mismos recursos para reconocer esas fuerzas extraordinarias que toda persona posee: “Así es como se enseña esa simple lección: la ausencia de culpa es invulnerabilidad”.
“Por lo tanto, pon de manifiesto tu invulnerabilidad ante todo el mundo”.
“Enséñales que no importa lo que traten de hacerte, tu perfecta comprensión de que nada puede hacerte daño demuestra que ellos son inocentes”.
“Ellos no pueden hacer nada que te haga daño, y al no dejarles pensar que pueden, les enseñas la Expiación, que has aceptado para ti mism@, es también tuya”.
“No hay nada que perdonar”.
“Nadie puede hacerle daño al Hijo del Padre”.
“Su culpabilidad es totalmente infundada, y al no tener causa, no puede existir”.
Juan Antonio vibraba. Recordaba desde muy pequeño buscar siempre un culpable cuando algo no andaba bien en su interior. Unas veces acusaba él. Otras, era acusado por otros. La culpabilidad había jugado sus bazas en su vida.
Ahora, se veía libre de culpa. Su comprensión estaba totalmente equivocada. Veía luz. La conclusión era poderosa: “la ausencia de culpa es invulnerabilidad”.
Juan Antonio soñaba, se elevaba, disfrutaba. Una carga invisible se desprendía de su alma. Unos pensamientos certeros la desalojaban de su pecho. No se veía a sí mismo culpable de nada. No veía a nadie culpable de nada. La libertad había llegado a los poros de su piel.
Una invulnerabilidad comprensible se asentaba en su alma, en su corazón y en las ilusiones maravillosas de sus proyectos. No se lo podía creer. La invulnerabilidad había llegado a su vida por un camino impensable. No sabía qué hacer, qué decir, qué pensar. La luz se hacía intensa y afirmaba fuertemente su seguro caminar.
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