lunes, septiembre 5

SEGURIDAD, CAMBIO, DEVOLUCIÓN

Javier repasaba, en sus años de niño, las seguridades que tenía. No se preocupaba mucho por las incidencias. Siempre había alguien que le ayudaba. Pensaba en la seguridad de su padre y de su madre. Recordaba la seguridad de su maestro. También agradecía el apoyo de su familia. Eran sus seguridades infantiles.

Se fue haciendo grande. Estaba orgulloso de crecer. Era un nuevo mundo que se abría ante sus ojos. Pero sus seguridades empezaban a cambiar. Confiaba en su nueva fuerza, en sus nuevos bríos y en sus nuevos horizontes. Estaba gozoso por la novedad de vida que se le abría. 

Poco a poco fue madurando y se fue haciendo cargo de su mundo. La seguridad en su padre ya no era tanta. Había muchos temas en los que tenía otra mirada. Lo mismo le pasaba con su madre. Descubrió que un nuevo poder surgía en su interior para darle confianza a su madre. 

Se cambiaron las tornas. Toda la confianza recibida de su madre se la devolvía con sus ideas de sensatez. Recordaba con cariño todas las ocasiones en las que su madre le consultaba sobre varios temas. Fue un grato descubrimiento. Se unió mucho más a su madre. Su padre, siempre en el trabajo, disponía de pocos momentos para la conversación pausada y tranquila. 

Las grandes creencias fueron tomando otra visión. Ahora se disponía a ir analizando una por una y descubrir el grado de seguridad que en ellas tenía. Era consciente de que su madurez le había aportado otros planteamientos. Quería ser consecuente y conocer al máximo su camino para enraizar en su interior esas fuerzas de confianza que lo guiaran en la vida. 

Por ello, estaba leyendo esas líneas: “Los maestros de la inocencia, cada uno a su manera, se han unido para desempeñar el papel que les corresponde en el programa de estudios unificado de la Expiación”. 

“Aparte de este programa, no hay nada más que tenga un objetivo de enseñanza unificado”. 

“En este programa de estudios no hay conflictos, pues sólo tiene un objetivo, no importa cómo se enseñe”. 

“Todo esfuerzo que se haga en su favor se le ofrece a la eterna gloria del Padre y de Su creación con el solo propósito de liberar de la culpabilidad”. 

“Y cada enseñanza que apunte en esa dirección apunta directamente al Cielo y a la paz del Padre”. 

“No hay dolor, pruebas o miedo que esta enseñanza no pueda vencer”. 

“El Poder del Padre Mismo la apoya y garantiza sus resultados ilimitados”. 

Javier sentía en su corazón algo especial. Le daba gracias a sus padres, a sus maestros, a su familia y a todos aquellos que le habían construido seguridades cuando era pequeño. Ahora veía que esas seguridades se las tenía que construir él mismo. 

Después de ver el daño que la culpabilidad había hecho en su pequeña alma infantil y juvenil, veía un maravilloso camino delante de él lleno de esperanza y lleno de ilusión. Él pensamiento valía su peso en oro: “No hay dolor, pruebas o miedo que esta enseñanza no pueda vencer”. Javier se quedaba atónito ante el poder rotundo de este pensamiento. 

Y completaba esta idea con la siguiente: “Y cada enseñanza que apunte en esa dirección, apunta directamente al Cielo y a la paz del Padre”. Javier veía que era una inversión segura. Era una seguridad bien fundada. Carecía de fantasía. Estaba entroncada en la experiencia de cada día. 

La paz descendía sobre su vida. Compartía esa paz con sus padres. Hablaba de esa paz con sus maestros. Disfrutaba de esa paz con su familia. Y sus ojos se llenaban de emoción cuando sus familiares le subrayaban el bien que esa paz les hacía. 

Javier había cambiado las tornas. Recibió todas las seguridades en su mundo infantil. Ahora compartía todas las seguridades de su mundo adulto con todos aquellos que lo amaron con tanto cuidado. Era su forma de decirles que los quería mucho, y les agradecía, en el alma, todo lo que habían sembrado en ella.


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