miércoles, septiembre 21

EL DESEO ES SUPREMO

Roberto no acababa de creer lo que estaba leyendo. Era algo tremendo. No sabía qué adjetivo colocarle. Se quedó anonadado desde que descubrió esa afirmación: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de lo que no deseas”.

Entendía que la voluntad de la persona era suprema y estaba por encima de cualquier razonamiento lógico. Descartes no tenía, entonces, toda la verdad de la vida. El pensamiento no dirigía completamente la vida. El corazón tenía su lugar, como afirmara Pascal: “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. 

Buscaba en sus experiencias confirmaciones de esa idea que le había saltado a su mente sin darse cuenta. No podía olvidarla. No podía esquivarla. Cada vez que abría el libro se encontraba con ella: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de lo que no deseas”.

En una ocasión, Roberto quedó impactado por la fuerza dramática de una escena de cine. Un gánster, con mucho dinero, mucho poder, mucho prestigio, se enamoró de una señorita con todos sus poros. La señorita no le correspondía. Acostumbrado a conseguir sus deseos por la fuerza, la hizo llevar a su casa. 

La trató como a una reina. Le dio todas las comodidades. Sacó todas sus artes seductoras. Trató de persuadirla. Pero la señorita le echó en cara su falta de libertad. La tenía encerrada en una mansión. Ella se oponía. El amor era muy sensible a la libertad. En esa situación no podía nacer. No se daban las condiciones para que la flor del amor floreciera. 

El gánster, en un acto de rabia incontenida, la apresó, la llevó a la cama. La depositó allí. Quiso coger por la fuerza aquello que el amor no conseguía. La señorita no luchó. Mostró total indiferencia hacia aquella persona. Una vez acabó el gánster, se levantó furioso. 

Las palabras de la señorita resonaron en la habitación: “podrás obligarme a compartir mi cuerpo, pero mi alma está lejos de ti”. El gánster, desasosegado y lleno de rabia, no podía contener su enorme frustración. Roberto retuvo en su memoria esa situación. La posición del gánster y de la señorita. Entendía en ese contexto mucho mejor la verdad de la afirmación que había llegado hasta sus ojos: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de aquello que no deseas”.

La libertad de la persona quedaba totalmente preservada. Solamente el corazón de la persona podía entregar lo que realmente le pertenecía. Esa libertad también le impactó. Roberto se entendió mucho mejor a sí mismo, mucho mejor a sus amigos, a sus familiares, a las personas con las que se cruzaba. 

El amor dejaba un reguero de brisa llena de oxígeno en la libertad de nuestros deseos que nadie podía arrebatarnos sin nuestra voluntad personal: “No hay prueba que pueda convencerte de la verdad de aquello que no deseas”.

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