lunes, septiembre 19

COMUNICACIÓN SIN PALABRAS

Raúl estaba contento y agradecido a la vida. Acababa de nacer su siguiente nieto y una emoción nueva lo recorría. La vida se ofrecía plena, llena de emociones y nuevas situaciones. Cuando fue a casa de su hija, se encontró con una imagen inesperada. No la había visto en su vida. Acostado en el sofá, su yerno tenía a su hijo, recién nacido, sobre su pecho desnudo.

El bebé estaba confiado, totalmente relajado, sus ojos cerrados, sintiendo el tacto de su papá en el contacto. Su paz era inmensa. La alegría de su padre indescriptible. La ilusión del abuelo por gozar de tan bella estampa inenarrable. Un cúmulo de emociones serenas y profundas invadía el ambiente con especiales melodías de amor y agradecimiento. 

La mente de Raúl se agolpó con diversos pensamientos. Ante la emoción del momento recordaba la propuesta del proceso de la vida de un maestro. Decía que debíamos volver a la infancia de una manera consciente. La tremenda confianza inconsciente del bebé al sentirse totalmente confiado, debía volverse consciente en la edad adulta. 

Proponía que esa confianza plena inconsciente del niño, debía entrar en nosotros y dar esa confianza plena pero de forma consciente a nuestro Padre de la vida. El descanso destacaba. La serenidad lo circundaba. Ningún pensamiento de inquietud volaba por el ambiente. La mente del bebé era dulzura. Raúl sentía esa vibración en el bebé y comprendió la propuesta del maestro. 

La paz y la confianza nos devolvían nuestra paz y nos liberaba de la inquietud debida a la desconfianza. La imagen era genial. Padre e hijo unificados por el tacto de sus pieles, hablando sin lenguajes complejos. Comunicación de contacto y de amor que los poros entendían en toda su extensión. La claridad de la imagen penetraba en la comprensión de Raúl. Ese era el objetivo de los adultos en su relación con el Padre. 

La verdad del descubrimiento se expandía en la mente de Raúl. La emoción funcionaba. La ilusión se hacía presente. Notaba una dulce melodía interior que se asemejaba a un borbotar de agua pura deslizándose hacia abajo llena de claridad, ternura y blancura inmaculada. Todo en derredor se hacía eco de aquella vibración de amor. 

Nunca se hubiera esperado Raúl que aquellos momentos, con aquella imagen especial, le clarificara muchos pensamientos que tenía en su mente. Había leído mucho en diversos libros distintos. Sin embargo, el poder de la imagen era una comunicación superior. La satisfacción del padre, la relajación del bebé, la ternura del ambiente, la suavidad de las palabras, abrían en el alma nuevos sensores dormidos. 

Hermosos momentos vividos, hermosos conocimientos adquiridos, hermosas sensaciones sentidas. Una hermosura de vida y de criatura.

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