Lucas estaba suspenso. Sus pensamientos se habían detenido. Acababa de hacerse consciente de una realidad que funcionaba en sus nervios y en sus músculos, pero no estaba en su pensamiento. Sin embargo, reconocía que era una realidad interna que siempre había aceptado como cierta. No podía contradecirla ni quitarle su poder.
“Tanto el poder de la santidad como la debilidad del ataque se están llevando a tu conciencia. Y esto se ha logrado en una mente que está firmemente convencida de que la santidad es debilidad y el ataque poder”. Lucas se repetía esta segunda oración: “la santidad es debilidad y el ataque poder”. No podía decir que no. En su pensamiento veía que sonaba muy mal. Pero en su pecho, había visto funcionar el poder del ataque.
Una contradicción había subido a su consciencia. Recordaba, en ocasiones, el poder de la exigencia, de un tono alto y desafiante para conseguir las cosas. Y había comprobado que de este modo se alcanzaban los objetivos. Muchas experiencias venían a su mente. ¿Sería verdad que la santidad es debilidad? Y, si es poder, ¿dónde se encontraba ese poder?
Lucas buceaba en sus recuerdos. La experiencia debía confirmarle que la santidad no era debilidad. Hacía pocos días había tenido una incidencia con una compañía que operaba on-line. Llamó una primera vez. La incidencia no se resolvió. Llamó una segunda. Tampoco. Llamó una tercera vez. Ante la misma propuesta de solución se puso firme y les dijo que no era cierto lo que le decían.
Ante el tono afirmativo y exigente, notó que la operadora se creció en hacerle frente. Le dijo que esperara dos minutos. Poco tiempo después le dijo que había una incidencia en la red y que debía esperar. Lucas no aceptó la respuesta. La operadora le indicó que no se podía hacer más. La operadora y Lucas contrariados terminaron la conversación.
Lucas le daba vueltas al asunto. ¿Cómo podría solucionarlo? Recordó en las propuestas de la santidad la acción de la viuda inoportuna. Llamó, llamó, llamó hasta que le hicieron caso. Decidió volver a llamar con un tono de recibir una solución. Su voz sosegada conectó con una atenta operadora. Ella sí se interesó por todos los detalles de su problema. Puso mucho interés. Le propuso alternativas para buscar otra solución.
Lucas estaba contento, agradablemente satisfecho. Era una buena atención. Veía claridad en las propuestas y veía un camino para la resolución de la incidencia. Le compartió a la operadora su buena disposición y la gran ayuda que le había prestado. La luz que había brindado a su mente y la paz que le había devuelto.
La voz, al otro lado del teléfono, le expresó que agradecía mucho sus palabras. Lucas pudo deducir, por el tono y por la melodía de las palabras, lo hondo que sus ideas habían calado en la operadora. El corazón de la operadora hablaba por las ondas compartiendo un profundo agradecimiento. Se quedó sorprendido por esas palabras de reconocimiento.
Cuando colgó, Lucas reconoció que su tono amable, la idea de resolver una incidencia, el respeto, la paz y la alegría había sido posible para solucionar la incidencia. Tres elementos unidos se habían puesto en funcionamiento. La paz de la operadora, la incidencia y la paz de Lucas. En el camino de la santidad se habían conseguido los tres objetivos.
En la tercera llamada no se consiguió ningún objetivo. Ni la paz de la operadora, ni la resolución de la incidencia, ni la paz de Lucas. En otro contexto, su experiencia le decía que se podría haber logrado la resolución. Pero, la paz de los interlocutores no se habría logrado en ningún sentido.
Lucas le tuvo que decir a sus huesos, a sus músculos, a sus nervios que el ataque no siempre soluciona las incidencias. Y en caso de que las solucione, deja heridos y muertos en su camino. La paz de las personas no se tenía en cuenta. El propio Lucas terminó muy inquieto y nervioso en la tercera llamada.
La sonrisa volvió al rostro de Lucas. El contentamiento llenaba su alma. La satisfacción de la resolución de la incidencia por los medios oportunos todo un logro. Ahora sí, podía decirle a su subconsciente que estaba equivocado. “Tanto el poder de la santidad como la debilidad del ataque se están llevando a tu conciencia. Y esto se ha logrado en una mente que está firmemente convencida de que la santidad es debilidad y el ataque poder”.
Lucas decidía que ya estaba enfilado en el camino del poder de la santidad. La alegría de las palabras de la operadora le había llegado muy hondo. Lo más importante era el bienestar de las personas por encima de las incidencias de tipo material. Su alma estaba contenta. El poder de la santidad sobresalía. “Además”, se dijo Lucas para sí, “el método de la santidad es eterno, el método del ataque tiene un fin”.
La memoria olvida casi todo menos los actos de profundo agradecimiento que recibieron en su proceso de la vida.
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