viernes, septiembre 9

MÁS ALLÁ, LIMITACIONES, GRANDEZA

Rubén bebía cada una de las palabras del Dr. Mario Alonso Puig. Decía tantas cosas que le llenaban de ilusión. Recibía tantos pensamientos que vibraban en su interior. Veía mucha claridad en su exposición. La entendía y su corazón y su mente le decían que eran ciertas. 

Su afirmación segura estaba llena de rotundidad. Todos teníamos poder en nosotros mismos para tomar decisiones que cambiaban nuestra vida. Una afirmación que la iba desgranando con todo tipo de argumentos para clarificar que era cierto y que era ciertamente la realidad de nuestras posibilidades. 

Había veces que nos centrábamos en nuestras limitaciones de todo tipo. Y le dábamos un valor a la limitación muy grande. Con esos pensamientos, nuestros recursos quedaban limitados y la creencia en nosotros mismos anulada. Las frases repetidas: "no sé", "no valgo", "no llego", tenían un poder negativo supremo. 

La diferencia entre idea y creencia le estaba quedando muy clara. La idea estaba en el intelecto. La creencia estaba en el subconsciente. Pero se reflejaba en cada gesto del cuerpo. Las creencias dirigían nuestra vida sin ser nosotros totalmente conscientes de ello. 

Y la unión de la idea con la emoción le quedaba clara en la escalera que dibujaba en su mente. No había pensamiento sin sentimiento. No había sentimiento sin emoción. No había emoción sin un proceso corporal. Y concluía con la idea de la función del corazón. Lo que el corazón deseaba, la mente se lo mostraba. 

Rubén quedaba asombrado de que el talento surgía del mundo relacional. Relación consigo mismo, relación con sus cercanos, relación con todos los demás. Así se iba expandiendo la inteligencia, la memoria, la imaginación. Eran elementos determinantes que iba descubriendo. 

Seguía con interés la idea de que la fe no era un producto del intelecto. Era un ejercicio de la voluntad. La frase no tenía desperdicio: Creía porque decidía creer. El argumento que sostenía esa afirmación era demoledor: o bien la fe nos dirigía o el miedo nos anulaba. Era una cosa o la otra. Era una oposición. No era un poquito de cada cosa. 

Rubén veía como se iba clarificando su entendimiento. Le gustaba conocer la diferencia entre dolor y sufrimiento. El dolor era producto de un descuido. Una incidencia física lo había producido. El sufrimiento era el continuo ronroneo en la mente que se preguntaba, se culpaba, se atacaba a sí misma por ser tan descuidada y permitiera que se produjera el dolor. 

Rubén se repetía a sí mismo que el sufrimiento estaba en su mano. El dolor era diferente. Pero, el sufrimiento no dependía de nadie. Era la decisión de cada uno. Toda una serie de decisiones subieron a su mente y a su voluntad. De ahora en adelante iría más allá de sus creencias, más allá de su mente, más allá de sus limitaciones. 

Rubén se miraba a sí mismo y veía que había un horizonte fabuloso más allá de sus limitaciones. Más allá estaba toda su grandeza. Todo cambiaba con una mirada, todo se ponía en marcha con una creencia: Más allá de. . .

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