jueves, septiembre 1

CULPA, REPETICIÓN, LIBERACIÓN

Lucas estaba dándole vueltas en su cabeza a una reflexión que había leído cierta vez sobre el funcionamiento de la cabeza. En la experiencia, una persona puede tener una mala experiencia. La tiene una sola vez. Sin embargo, en su cabeza, con sus continuas repeticiones, la convierte en una experiencia de cientos de veces.

Era como si se hubiese hincado en un árbol un clavo. Y la cabeza hunde cientos de clavos a su alrededor repitiendo la misma experiencia. En su momento, a Lucas esto le afectó. Era real lo que exponía aquel autor. La mente no se conformaba con analizar el acto, sacar las consecuencias, llegar a una conclusión y olvidar la misma. 

La mente le daba vuelta, más vueltas, infinidad de vueltas para volver al mismo sitio inicial pero con un daño moral añadido que se transformaba en culpabilidad sin darse cuenta. Todo un severo dolor autoinfligido. 

Por ello se quedaba atónito ante lo que estaba leyendo: “Dios es la única causa y la culpabilidad es algo ajeno a Él”. Lucas entendía que la raíz de todas las cosas era la Creación divina. Y veía que en la Creación no había culpabilidad. Así concluía que la culpabilidad era creación de la mente con sus múltiples repeticiones de algo equivocado. 

Lo que seguía le impactaba: “no le enseñes a nadie que te ha hecho daño, pues si lo haces, te estarás enseñando a ti mismo que lo que es ajeno a Dios tiene poder sobre ti”. 

“Lo que no tiene causa no puede existir”. 

“El poder que Dios le ha dado a Su Hijo es de él, y no hay nada más que Su Hijo pueda ver o elija contemplar sin imponerse a sí mismo la pena de la culpabilidad, en lugar de la feliz enseñanza que gustosamente le ofrecería el Espíritu Santo”. 

Lucas se quedaba perplejo. Había observado, en su vida, la rapidez con que solía decirle a alguien si lo había herido o molestado. Había visto también el tema normal de las personas sobre estos incidentes. Era la comidilla de los amigos, de las reuniones, de las conversaciones de la vida. 

Todos prestos a sacar y ofrecer sus heridas. Se decían en conversaciones privadas. En conversaciones de amigos. En ocasiones, con mucha imprudencia, se compartían con personas con intenciones no muy claras. Lucas nunca hubiera pensado que estaba contribuyendo a hincar un clavo más en el árbol al repetir una incidencia que pasó en cierto momento. 

Decidió en aquellos momentos aceptar la clara enseñanza y se la repetía para sus adentros: “No le enseñes a nadie que te ha hecho daño, pues si lo haces, te estarás enseñando a ti mismo que lo que es ajeno a Dios tiene poder sobre ti”. La razón para comprenderlo era contundente: “Lo que no tiene causa no puede existir”. 

Lucas cerró los ojos. Se fue bajando en sus adentros. Se calmó. Trató de aspirar todo el oxígeno posible. Se habló a sí mismo. Puso una verja a sus “experiencias equivocadas”. En un acto de magia, las fue haciendo desaparecer como burbujas de jabón que explotaban. Dejó limpio su recuerdo. La paz impidió que la repetición se fuera produciendo. Así dejó su alma libre de culpa, de dolor y de sufrimiento.

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