Pablo estaba considerando las palabras de Jesús sobre su comentario al mandamiento de “no matarás”. Se hacía una distinción de tiempos muy clara. “oísteis que fue dicho no matarás, pero yo os digo". Una oposición entre la comprensión antigua y la auténtica comprensión aportada por Jesús.
La distinción no había calado mucho en la sociedad. Si bien, la idea de matar había ganado cierta sensibilidad, y las sociedades democráticas y humanistas intentaban detenerla y erradicarla en lo posible, la segunda parte de la propuesta de Jesús no había calado tanto: “yo os digo que aquel que menospreciare a una persona, está en la misma línea del matar”.
Pablo entendía que Jesús establecía una distinción a nivel de pensamiento. Se hacía una clara oposición al nivel físico. Parecía que había una comprensión a nivel biológico de la vida. Donde había discrepancia era en el nivel psicológico del pensamiento. La sensibilidad de Jesús no había calado en muchas mentes. No había conciencia de la propuesta de Jesús.
Pablo se hundía en esa propuesta de rechazo, de menosprecio. La vida era sagrada. No se podía ser superficial ni rudo. Todo era una equivocación. Pablo entendía muy bien cuando Jesús decía que Su Reino no era de este mundo. Comprendía que el objeto del ego era el cuerpo, el lugar, las cualidades físicas, la separación, las jerarquías y la comparación.
El objeto de Jesús era el sentimiento, el pensamiento, el respeto, la valoración del otro, la universalidad, el amor y la unión. Por ello, entendía que no se debía menospreciar a nadie. Era tanto como atentar contra su vida. Y era maravilloso entrar a la invitación que nos hacía Jesús: “Bendito tú que enseñas conmigo”.
“Nuestro poder no emana de nosotros, sino de nuestro Padre”.
“En nuestra inocencia lo conocemos a Él, tal como Él sabe que somos inocentes”.
“Yo estoy dentro del círculo, llamándote a que vengas a la paz”.
“Enseña paz conmigo, y álzate conmigo en tierra santa”.
“No pienses que no puedes enseñar Su perfecta paz”.
“No permanezcas afuera, sino únete a mí dentro”.
Pablo sentía que su corazón se quedaba cargado de gozo, sorprendido de la invitación, sobrecogido por la importancia que nos concedía. Sin duda contaba con tod@s y cada un@. Para Pablo era tan novedoso que una nueva luz se abría paso en sus pensamientos.
Se daba cuenta que algunas palabras de mofa y menosprecio debían desaparecer de su diccionario personal, del mundo de su mente. Recordaba algunos pensamientos que le llegaron muy hondo: “Si amas a los demás, te amas a ti mismo. Si respetas a los demás, te respetas a ti mismo. Si valoras a los demás, te valoras a ti mismo”.
La conclusión se le clavó en el alma: “Tal como tratas a l@s demás, te tratas a ti mism@”. Y esa dimensión adquiría un nuevo valor en la interpretación de Jesús del “no matarás”. No era tanto ofender al otr@, como ofenderse a si mism@. Despreciar a una persona era despreciar al Creador. Y despreciar al Creador era despreciarse a un@ mism@. Toda una revelación.
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