José estaba tranquilo esa tarde en casa. Al mediodía había estado en el cumpleaños de un familiar. Una bonita reunión de familia llena de paz y alegría. Conjunto de niños jugando con naturalidad y una ocurrente imaginación. Un día de sol fuerte. Habían comido en el exterior. Una cubierta generosa les protegía del sol. Las mesas extensibles hacían su función.
Rachas de brisa refrigeraban el ambiente con una sensación de dulzura acariciando sus caras y dando una sensación de frescura que se agradecía grandemente. Sonrisas, saludos, conversaciones sencillas que subrayaban los lazos estrechos de una querida familia.
José tenía ese ambiente en su corazón. Después de unos momentos de descanso por la tarde, se incorporó. Abrió el libro que estaba leyendo. Se dejó llevar por las frases que le invitaban: “No existe sustituto para la verdad”.
“Y la verdad hará que esto resulte evidente para ti a medida que se te conduzca al lugar donde has de encontrarte con ella”.
José imaginaba cómo era ese camino de dejarse conducir al lugar para encontrarse con la verdad. Una expectativa querida en su interior, más intuida que comprendida. Ahora se veía con una solemne invitación. Veía claro que no había otra alternativa a la verdad.
“Y se te conducirá allí mediante una dulce comprensión que no te puede conducir a ninguna otra parte”.
José se alegraba del modo de ser llevado. Una dulce comprensión era el vehículo adecuado. Una comprensión que había experimentado en muchos momentos de su vida en diferentes campos. ¡Qué hermosa era la comprensión! Era la luz de la vida. Comprender era la mejor invitación que podían hacerle, proponerle y sugerirle.
Recordaba tantas veces cuando comprendía los conceptos que se le ponían difíciles y cuesta arriba. El momento de la comprensión era una dulce alegría y un descansar de tensión acumulada en sus neuronas y en sus fibras. Una dulce comprensión que nada le exigía. No tenía que comprar ningún billete ni pagar con sacrificios esta dulce hermosura.
“Donde el Padre está, allí estás tú. Ésa es la verdad”.
“Todo lo que el Padre creó conoce a su Creador”.
“Pues así es como el Creador y Sus creaciones crean la creación”.
José se dejaba llevar por esa paz natural que desprende la verdad. Todo un Padre creador deja su huella en su creación. Procede del Padre y es imposible que no refleje Su visión. Por ello, José entendía con mayor autenticidad: “Donde el Padre está, allí estás tú. Ésa es la verdad”.
Y empezaba a ver dentro de sí mismo, en todos los que le rodeaban, se cruzaban en su camino, hablaban con él y se dirigía a ellos por mil motivos que el Padre estaba en ellos como sus Hijos creados.
Con sencillez, con naturalidad, con la visión nueva que llenaba sus pensamientos, la verdad se iba expandiendo por todos sus recovecos, por todos sus lugares, por todos los incidentes de cada momento, por todos los menesteres que hacía cada día. Todo se impregnaba con esa idea y con esa verdad tan maravillosa: “Donde el Padre está, allí estás tú. Ésa es la verdad”.
José se recogía en tranquilidad interior. Una de esas voces maravillosas había tocado su corazón. Vibraba en su interior. Gozaba. La alegría se unía en feliz melodía. El Padre y él estaban juntos en el mismo lugar. Así nunca más se preguntaría donde estaba el Padre porque lo sentía, en su pensamiento, caminar.
Como siempre, nos deleitas con lo más hermoso del Padre, y nos enseñas en nuestro caminar, que la esencia de la Vida está conformada por las voces y experiencias más sencillas. Me siento vibrar en las estrellas. Namasté.
ResponderEliminarVibramos juntos. Una delicia compartir y fusionarnos en un mismo sentir. Namasté.
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