Leonardo estaba considerando en aquella lectura que allí se encontraba la puerta de entrada para la interpretación de todas las incidencias que le ocurrían en su vida. Desde pequeño había considerado siempre, influido por la visión de sus padres, como peligrosa la relación con los desconocidos. Debía ser prudente y evitar ser engañado y entrampado sin darse cuenta.
Un cierto temor anidaba en su interior. Iba siempre alerta. No sentía la tranquilidad, ni la relajación, ni la naturalidad. Los demás eran fuente de problemas. Poco a poco, a medida que fue haciéndose mayor, veía que había muchas personas agradables y dignas de confianza. -“De todo había en la viña del Señor”- se decía a sí mismo.
La interpretación de los propósitos de los demás era determinante para orientar su propia actitud y su propia actuación. En muchos momentos se dio cuenta de la diferencia tan grande que había entre su interpretación y la realidad que conocía después. El miedo y el temor siempre teñían la interpretación de malicia.
En cierta ocasión, estaba en una conversación con una pareja. Había entablado cierta amistad con ella. La veía abierta, franca, sincera, buscadora y flexible. En cambio, tenía una opinión totalmente distinta de él. Lo veía distante, callado, taimado, desconfiado y más cauteloso. Se abrieron sus mentes y sus confidencias en la charla.
Leonardo le explicó todas las prevenciones que tenía hacia él. Su pareja le defendía, aclaraba su posición. Citó varias anécdotas de personas de su familia que tenían la misma idea que Leonardo. Y, poco a poco, iban disipándose las prevenciones y las percepciones se iban clarificando.
Era preciso tener una idea lo más fiel posible a la realidad de una persona. De lo contrario, toda la actuación estaría mediatizada por una idea y no por la verdad. Leonardo se daba cuenta de ese enorme abismo que había entre pensamiento y vida. Admitía que además de sus percepciones necesitaba la ayuda de alguien para captar la fiel fotografía de la persona.
Por ello, se quedaba ilusionado con lo que leía: “Uniéndote a la manera de ver del Espíritu Santo es como aprendes a compartir con Él la interpretación de la percepción que conduce al conocimiento”.
“Por tu cuenta no puedes ver”.
“Es el reconocimiento de que ninguna cosa que ves significa nada por sí sola”.
“Ver con Él te mostrará que todo significado, incluyendo el tuyo, no procede de una visión doble, sino de la dulce fusión de todas las cosas en un solo significado, una sola emoción y un solo propósito”.
“El Padre tiene un solo propósito y lo comparte contigo”.
“La única visión que el Espíritu Santo te ofrecerá brindará esta unicidad a tu mente con una claridad y una luminosidad tan intensas que por nada del mundo dejarías de aceptar lo que el Padre quiere que tengas”.
“Contempla tu voluntad, y acepta que es la Suya, y que todo Su Amor es tuyo”.
Leonardo se alegraba. Se regocijaba. La alegría le expandía su vida. La última frase se hacía hueco en sus pensamientos: “Contempla tu voluntad, y acepta que es la Suya, y que todo Su Amor es tuyo”. Una manera de considerar entonces todo lo demás de una manera totalmente diferente.
Leonardo se daba cuenta que cada idea nueva que venía a su vida y la ponía en práctica, no sólo le cambiaba su pensamiento, sino que cambiaba la consideración de todas sus relaciones. Si consideraba que su voluntad era la Voluntad del Padre, aceptaba que la voluntad de los demás era la Voluntad del Padre.
Sabía que todo estaba en su pensamiento. Por ello, un pensamiento apropiado le dirigía hacia la meta con toda firmeza y seguridad. Descubría que los pensamientos eran poderosos. Le abrían posibilidades inmensas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario