Víctor se quedaba prendado por esas ideas que
le despertaban muchas experiencias en su mente, en su vida, en sus recuerdos,
en sus reflexiones y en muchos momentos tranquilos de soledad. “Cuando ninguna
percepción se interponga entre el Padre y Sus creaciones, o entre Sus Hijos y
las suyas, el conocimiento de la creación no podrá sino continuar eternamente”.
Víctor había tenido ocasión de conocer a su
padre y a su madre. Había disfrutado de su presencia. Había sentido su calor.
Pero, su vecino de la casa de al lado, no había tenido ocasión de conocer a su
madre. Vivía con su padre y con su abuela paterna. Le faltaba la madre. La
abuela hacía las veces de imagen materna y cuidaba de él mientras su padre se
dedicaba al trabajo.
En ocasiones salía el tema. Su vecino le
decía que apenas guardaba recuerdos de ella. Faltó cuando era niño. Su abuela
había cogido el relevo. No podía quejarse. Pero, cuando veía a la madre de
Víctor dirigirse a él, le entraba cierta congoja en el interior de su alma. No
lo podía expresar. Algo le decía que no estaba. Le faltaba esa mano cariñosa y firme
que todo lo aclara en la mente infantil.
Víctor lo escuchaba y se quedaba pensando. La
ausencia era difícil de imaginar cuando no la sentías de primera mano. Al leer
aquellas líneas, sintió lo mismo que sentía su vecino. El Padre celestial y Sus
Hijos no se conocían. Víctor se daba cuenta de la ausencia del Padre celestial
en su vida.
A lo largo de la vida se fue dando cuenta de
que el Padre creador gozaba de una relación distinta con Sus hijos. Víctor
reflexionaba que no había elegido a sus padres, no había elegido el lugar, no
había elegido nada. Agradecía a sus padres la vida. Se dio cuenta que unos documentos
decían que eran sus padres. También algunas características físicas lo avalaban.
Pero en el caso de su Padre celestial, tenía
la opción de aceptarlo o rechazarlo. No tenía documentos que lo pudieran
acreditar. La apariencia física tampoco funcionaba. Era una cuestión de
pensamientos y reflexiones. Era un asunto de aceptación interna por el
conocimiento del Padre. En algún momento pensó si realmente existía.
Había descubierto, en su vida, que dentro sí
había una forma de sentir que fluía y concordaba con lo que el Padre proponía.
Se alegró de verlo escrito: “Los reflejos del Padre que aceptas en el espejo de
tu mente mientras estás en el tiempo o bien te acercan a la eternidad o bien te
alejan de ella”. La libertad era suprema. Víctor lo agradecía inmensamente.
No se enfrentaba con un padre impuesto por la
vida. Era un Padre propuesto por la verdad y por la eternidad. Víctor se alegraba.
Esa perspectiva lo llenaba. Esa elección en él lo catapultaba a las altas
esferas. Veía en esa facultad de elección la expresión más alta de cada ser
humano.
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