sábado, abril 30

TERNURA SIN PALABRAS

Carlos estaba pasando un mal momento en su vida. Su madre y su tía habían tenido un enfrentamiento y no se hablaban. Su tía era hermana de su madre. Su madre era la segunda de cinco hermanas. Su tía era la cuarta.

Las dos abandonaron sus lugares de nacimiento por necesidad. Las dos habían tenido que buscar, lejos de su hogar, el desarrollo del suyo propio. Las dos habían enfrentado muchas carencias y muchas dificultades. 

Carlos recordaba los viajes que hacía al coche de línea para darle al conductor un paquete para su tía. Su madre conseguía medicinas que necesitaba su tía. Iba al médico. Le recetaba la medicina como si fuera para mi madre. La sacaba en la farmacia y se la enviaba. 

El seguro de su tía no cubría las medicinas. Las restricciones económicas eran severas. Así que debían buscar caminos para ayudarse. Su madre no lo dudaba. Ponía su mente a trabajar para buscar la manera de ayudar a su hermana. 

Las cartas se sucedían. Se comunicaban. Se apoyaban. Se querían y siempre sabían las noticias. El tiempo fue pasando. Las situaciones económicas mejoraron. Ya no hacía falta ese apoyo tan continuo que en el pasado había funcionado. Las cartas llegaban más tarde, de tanto en tanto. 

Cierto día llegó el padre de Carlos a casa y no se creía lo que había visto. Caminando por la acera de una calle vio a la hermana de su madre con su esposo. El padre de Carlos se quedó estupefacto. No sabían nada de que su tía había llegado a su ciudad. 

No habían recibido ninguna carta, ningún aviso, ningún comentario. La madre de Carlos se sintió totalmente sorprendida. No era posible lo que su esposo le estaba contando. Según ella, no había sucedido nada entre ellas para dejar de hablarse ni estar contrariadas. 

Una situación incómoda y enojosa. En casa no daban crédito. La comida de aquel día no tenía la alegría habitual. La noticia había helado los ánimos y los buenos sentimientos. La buena relación entre las familias se había roto sin motivo alguno. 

Por la tarde, alguien de la casa de la hermana mayor de la madre de Carlos les visitó. Entonces se enteraron de lo que estaba pasando. Una de las primas de Carlos le dijo a su madre que la hermana que había venido estaba disgustada por un enfrentamiento que había tenido la madre de Carlos con su madre, es decir, su abuela. 

La abuela de Carlos había comentado con sus hijas el inconveniente que había tenido con la madre de Carlos. Una situación que debería haber quedado en el corazón de la abuela de Carlos. Y esta hermana, al enterarse, tomó posición en contra de la madre de Carlos. 

No se lo dijo por carta. No se lo comunicó. Así que la madre de Carlos se quedó sorprendida. Entendía que era cosa de ella y su madre. Nadie tenía que tomar ningún partido. Pero, la libertad era suprema y la tía de Carlos había tomado partido. 

La madre de Carlos se contrarió. Pensaba que algunas cosas no debían salir de la boca de algunas personas. Las relaciones se enrarecieron. Dos hermanas que habían estado muy unidas ahora estaban enfrentadas por una tercera persona. Esa tercera persona era su propia madre. 

La tía de Carlos partió a su ciudad sin visitar a su hermana. Carlos se entristeció. Tenía un buen recuerdo de ella cuando años atrás había estado en su casa. Lo habían tratado muy bien. Había tenido una experiencia genial. 

Recordaba que vivía en un décimo piso sin ascensor. Todo un esfuerzo para llegar a las alturas. En casa, tenían un papel para anotar todas las cosas que necesitaban. No podían darse el lujo de olvidarse de nada. Diez pisos de altura disuadían de cualquier olvido. 

En ese piso vivían un matrimonio realquilado. Tenían su habitación. Reducían su vida a su espacio. Solamente, en algunos momentos, iban por la cocina para hacerse la comida. 

La tía de Carlos fumaba. Carlos estaba impresionado. Ninguna de sus tías lo hacía. Eran épocas donde las mujeres apenas fumaban. Su tía le dijo que era para quitarle el apetito. Tenía muchos kilos demás y pretendía controlarlo con el tabaco. Carlos no opinaba ni sabía nada al respecto. 

El tío de Carlos era castellano viejo. Una buena presencia, un policía nacional, un excelente mecanógrafo, una velocidad endiablada escribiendo a máquina. Un señor autoritario. Todo lo dominaba en casa. La tía de Carlos compró unos melones en la frutería. Le dijo a Carlos que no le dijera nada a su espos. Ella sabía lo que hacía. 

Carlos comprobó que el control era fuerte, férreo y preciso. La falta de confianza era natural. Cada persona tenía su orientación. Una cierta libertad era necesaria. Pero, la tía de Carlos lo eludía cuando podía. 

Los quince días que pasó Carlos con sus tíos le supieron a gloria. Todavía recuerda muchos lugares que su tío le enseñó. Le llevaron a ver un espectáculo sobre hielo. El cartel decía: Holiday on ice. Carlos lo grabó en su mente. Sobre el hielo vio la representación del Lago de los Cisnes. Una función maravillosa. 

Todo ello se acumulaba en su mente con el enfrentamiento que su madre tenía con su tía. En casa había contrariedad. Se creyó que lo mejor era ponerlo por escrito y enviarle a su tía una carta con sus visiones. Inicialmente se vio como la mejor solución. 

Pero, tras recibir la carta de la tía de Carlos, la situación se fue enrareciendo. Las repetidas cartas no lograban desbloquear la situación. Carlos sufría. No podía disociar a su madre de su tía. No entendía a su tía. No entendía a su abuela. No entendía nada. 

Pasado el tiempo, los padres de Carlos decidieron visitar a su abuela. Fueron al lugar de origen. Al llegar, descubrieron que la tía de Carlos había pensado lo mismo. Las dos hermanas estaban en el mismo piso. 

Se vieron. No se saludaron. Estaban calladas las dos. Carlos acentuaba su tristeza todavía más. Por la mañana, se levantó. Vio a su madre sentada en la silla del comedor al lado del pasillo. Giró la vista y vio a su tía sentada en la silla del comedor del otro lado del pasillo. 

Una escena triste. Un juego triste. Un pulso entre las dos. Nadie iba a dar su brazo a torcer. Parecía que era rebajarse. La tensión se palpaba en el ambiente. Carlos veía la escena y se helaba. Las necesitaba a las dos. Quería a las dos. 

No sabía qué hacer. Los días que iban a transcurrir serían tensos en la casa. El silencio parecía que era el invitado mayor. De pronto, apareció la abuela de Carlos. Entró al comedor. Sintió el silencio que cortaba el aire. Cogió la mano de la madre de Carlos, cogió la mano de la tía de Carlos y les dijo: “por favor, daos un beso”. 

Sin mediar palabra, las dos se abrazaron, lloraron y se desahogaron. Carlos se vio sorprendido por aquella efusión. Se habían arreglado sin palabras. Nadie había intervenido. La abuela de Carlos hizo su función. Las hermanas, como habían hecho toda la vida, obedecieron a su madre y superaron el enfrentamiento. 

Carlos descubrió que un error no se puede solucionar en el mismo plano que ocurrió. Las palabras, las ideas, las actitudes, ganar, perder, todo eso se desarrollaba en el plano del enfrentamiento. Ninguna palabra de ese plano podía encontrar la solución. Siempre había un perdedor en ese plano y un ganador. 

Su abuela había renunciado a ese plano. No se necesitaban palabras. No había ni perdedor ni ganador. Había unos afectos, unos lazos de amor entre todas ellas indiscutibles. Y con la fuerza del amor se acabó toda discusión. Carlos vio la paz en la cara de su madre. Vio la alegría en la cara de su tía. Carlos sintió caer un peso de su interior. Todo solucionado.

Una lección que nunca olvidó. Entendió que las soluciones a los enfrentamientos tenían que venir de otro nivel. Y ese descubrimiento le ayudó mucho en la vida para superar muchos reveses. 

Al ponerse en el nivel de la comprensión, del amor y de la ayuda, la relación tomaba una visión totalmente distinta. Sin lugar a dudas, era más feliz, clara y verdadera. 

viernes, abril 29

LA EXPERIENCIA DE LA DIVINIDAD

Hay una palabra en el diccionario que pocas veces he utilizado y pocas veces la he visto escrita: “inefable”. Su definición es sencilla: que no se puede explicar con palabras.

En algunas ocasiones me he visto un tanto contrariado al no poder explicar un concepto. No he encontrado las palabras. La metáfora al uso no me satisfacía por completo. 

En esos momentos me preguntaba cómo explicar el color blanco a alguien que no lo ha visto en su vida. Una dificultad que terminaba con la experiencia. La visión de verlo, compararlo, identificarlo y gozarlo. Se podía gozar con los sueños, con las imaginaciones, con todos los sentidos y bellezas que despertaba en nuestro interior. 

Era el contacto directo. Nada puede reemplazar dicha visión. Las palabras se demostraban incapaces de realizar dicha función. No podían transmitir la visión directa, la experiencia que todo lo llena de sentido en nuestro interior. 

Y, sin embargo, vivimos un mundo de palabras. Un mundo del pensamiento que se maneja con palabras. Ideas que pululan en nuestra mente y por repetir algunas de ellas, creemos que conocemos la realidad a la que hacen referencia pero, que no tenemos ninguna experiencia real con ellas.

La experiencia es lo que realmente cuenta. El sabor agrio del limón nos recuerda a aquellos limones que exprimimos y bebimos. Y de este modo nuestras experiencias nos van dando una idea de lo que realmente es. Las palabras se quedan totalmente cortas.

En esa línea de la experiencia entendemos estos textos que se despliegan ante nosotros: 

“El viaje a Dios es simplemente el redespertar del conocimiento de dónde estás siempre y de lo que eres eternamente”. 

“Es un viaje sin distancia hacia una meta que nunca ha cambiado”. 

La verdad sólo puede ser experimentada”. 

“No se puede describir ni explicar”. 

“Yo puedo hacerte consciente de las condiciones que la facilitan, pero la experiencia en sí forma parte del ámbito de Dios”. 

“Juntos podemos satisfacer sus condiciones, pero la verdad vendrá a ti por su cuenta”. 

Así podemos concluir, con pleno conocimiento, que la verdad es inefable.

jueves, abril 28

EL TESORO DE NUESTRA VIDA

Javier pensaba, de vuelta a casa, en las palabras que su jefa de departamento le acababa de decir. Tenía que jubilarse. La edad le había llegado y era mejor que aceptara el descanso.

Ella sabía que a Javier le hubiera gustado seguir dos años más en el trabajo. Pero, con claridad, le dijo que se jubilara. Lo mejor era que abandonara el trabajo. 

Javier se había sentido siempre muy bien con el trabajo. Todos los directores que había tenido lo habían valorado mucho. Sin darse cuenta, ponía en su trabajo toda su valía. Era metódico, comprensivo, esforzado, comprometido y ayudador. 

Sin esperarlo, se veía abocado al final de su actividad sin el aprecio del que siempre había gozado. Javier estaba dividido. Por una parte pensaba que era estupendo dejar la actividad. Por otra parte, unos dos años le habrían venido muy bien. 

Su mente trataba de parar el golpe. Un ataque a una valía centrada en el trabajo. Era la primera vez que lo recibía. Pensaba que era una orientación que la naturaleza le decía a través de su jefa de departamento. Él no la hubiera tomado. 

Pero, había aprendido que la vida siempre tiene razón y que debía seguir las indicaciones que la vida le daba. Su mente le hacía jugadas de regate con el ego en danza. 

Estuvo varios días, algunas semanas, con el runrún en su mente. Su valía había sido tocada sin esperarlo. Toda la vida, de forma inconsciente, le había dado a la formación un lugar destacado. Su valía estaba asentada en su formación, en su superación y en su trabajo donde volcaba todo lo que tenía y era. 

Ahora, sin poder volcar, con la jubilación, todo su acervo en el trabajo, se veía desprovisto de la base de su vida, del sostén de su premisa sobre la valoración de las personas. Algo indefinido se abría delante de él. 

Un día leyó un escrito y encontró algo realmente diferente: 

“Escucha la parábola del hijo pródigo, y aprende cuál es el tesoro de Dios y el tuyo: el hijo de un padre amoroso abandonó su hogar y pensó que había derrochado toda su fortuna a cambio de cosas sin valor”. 

“Le daba vergüenza volver a su padre porque pensaba que lo había herido”. 

"Mas cuando regresó a casa, su padre lo recibió jubilosamente toda vez que el hijo era en sí su tesoro”. 

“El padre no quería nada más”. 

Javier se quedó pensativo. Su valía no radicaba en su trabajo. Su valía radicaba en él. Nadie le podía quitar su valía. Todo su esfuerzo, toda su superación, toda su claridad mental le había dado una visión maravillosa del Eterno. Eso nadie se lo podía quitar. 

El hijo pródigo perdió todo el dinero (el dios de este mundo) y estaba avergonzado. Pero, descubrió el tesoro eterno. Su valía estaba en él. Su cambio de mentalidad totalmente diferente a la del hijo que había abandonado la casa había vuelto, había comprendido. 

El tesoro, para el padre, no era el dinero perdido sino la nueva mentalidad ganada por su hijo. Él era el tesoro de Dios

Este dato le había pasado inadvertido a Javier durante mucho tiempo. El ego siempre había jugado sus bazas. El malestar de su hermano que no se había ido quedaba manifiesto porque pensaba en el dios del dinero. Javier ahora descubría que la valía siempre es interior. 

Este pensamiento le dio paz. Aquietó sus dudas sutiles que, en ocasiones, le asaltaban. Ya podía dejar su trabajo sin ningún problema de valía amputada o no apreciada. Su valía radicaba en su interior por el apoyo del Creador.

miércoles, abril 27

BONDAD INDELEBLE DEL CORAZÓN

Siempre hay momentos donde aflora la bondad indeleble de nuestros corazones. No se puede ocultar lo que realmente anida en nuestro interior. Por ello, no podemos dudar de los maravillosos tesoros que llevamos dentro.

Me acuerdo de la historia que leí en un libro de psicología sobre un campamento de chicos difíciles. Los habían llevado allí para que superaran sus inconvenientes. Los monitores estaban dirigidos por un grupo de psicólogos para orientar el campamento y solucionar las dificultades que se podrían presentar. 

Se formaron dos grupos naturales muy competitivos y muy enfrentados entre ellos. La convivencia era difícil. Los altercados, continuos. Cada día se enconaban mucho más los ánimos. Se llegó a un punto que no se sabía qué dirección tomar para superar los duros enfrentamientos entre los dos grupos. 

El grupo de psicólogos tenía que tomar una decisión. El responsable del campamento expuso la idea que llevarían a cabo durante la noche. El campamento estaba alejado de cualquier punto habitado. La salida del lugar era difícil. Había que cruzar un puente de cuerdas sobre un desfiladero montañoso.

El agua que tenían era vital para su supervivencia. Su vida dependía de ella. El lugar estaba bien acondicionado y disponía de toda el agua necesaria. Esa noche dispuso que romperían los conductos del agua y que dejarían al campamento sin agua. También cortarían el puente de cuerdas para hacer muy complicada la salida. 

Todos se quedaron sorprendidos. Sin embargo, ante la situación insostenible de las relaciones, no había otro tipo de solución. En la madrugada, despertaron a los chicos y les dijeron la dificultad sucedida. No tenían agua y no podían abandonar el lugar. 

La situación era extrema. Su vida iba en sus decisiones. Les propusieron a los chicos que había que reparar la avería y tenían que reponer el puente de cuerdas. Unas caras de asombro. Pensamientos rápidos. No podían abandonar. Estaban encajonados en aquel valle. 

El día amanecía. Las caras somnolientas. Las miradas entre los grupos aceradas. Cada grupo iba por su lado. Los dos, muy preocupados. Se reunieron con el responsable del campamento. Evaluaron la situación. No había otra que tratar de reparar la avería. 

Todos asintieron. Se les pidió colaboración a todos los chicos. Dependían del agua para su supervivencia. Formaron equipos de trabajo. La emergencia era vital. Tenían que acometer todas las acciones lo más pronto posible. Ante tal emergencia se pusieron todos al trabajo. 

Los dos grupos, focalizados en esa situación vital, se pusieron a trabajar juntos los unos con los otros. Ya no había diferencias, protagonismos, desprecios, superioridad, indiferencia, ataque. La situación tan desesperante había cambiado todo eso por colaboración, intereses comunes, salvar sus vidas, apoyarse los unos a los otros. 

La vida de cada uno dependía del esfuerzo de los demás. Los picos que tenían ya no servían como arma mortal de ataque entre ellos. Se lo intercambiaban para cavar rápido la zanja que necesitaban. Los largos palos con los que se desafiaban se ponían para tender otra vez las cuerdas y restablecer el puente roto del desfiladero. 

Las azadas ya no eran armas de ataque. Eran herramientas para arrastrar la tierra que necesitaban debajo de los tubos para soportan el peso y la presión. La comida no era objeto de lanzamiento. Ahora reponían las fuerzas de su trabajo rápido y certero para impedir que se agotara el agua antes de canalizarla.

Una necesidad los había reunido, les había hecho descubrir sus mejores partes interiores. Se descubrieron a sí mismos y descubrieron a los demás con la alegría de estar trabajando todos para su bien propio. Se había acabado la competencia, la jerarquía, el desprecio y el insulto. 

Todos se animaban, se ayudaban, se turnaban. El trabajo requería de celeridad. El agua se iba desparramando y no podían permitírselo. Se relevaban unos a otros. Había que taponar la brecha. El trabajo en equipo sin escatimar ningún esfuerzo fue preciso, rápido y certero. 

Al caer la tarde lo lograron. Todos estaban cansados, exhaustos, sudados, llenos de tierra. Respiraban aliviados. Su vida ya no corría peligro. Tenían agua suficiente para resistir mientras se restauraba el puente de cuerdas. 

Unos abrazos, unos apretones de manos, unos ojos claros y despiertos se felicitaban unos a otros por el esfuerzo realizado. Todos se agradecían a todos la salvación de sus vidas. Todos reconocían el esfuerzo del otro. La vida les daba otra oportunidad con una visión muy distinta. 

El campamento terminó siendo un gran éxito. Aquellos muchachos descubrieron la inutilidad del ataque y la maravilla de la colaboración. Muchos hermosos sentimientos nacieron. Empezaron a valorarse y a valorar al otro. En aquella mañana descubrieron su mutua necesidad. 

La alegría de la superación había unido a aquellos chicos difíciles del campamento. Sus propios padres quedaron impactados. No se podían creer lo que estaban viendo. Los dos grupos montaron la fiesta final. Expusieron sus descubrimientos de colaboración. 

Todos los padres estaban satisfechos. Se miraban entre sí. Agradecieron a Dios y a los responsables del campamento el resultado de la experiencia tan estupenda. Siempre hay quien confía en el interior del ser humano. No les dieron ninguna ayuda. Solamente los pusieron ante una circunstancia crucial. 

Y ellos sacaron lo que realmente había en su corazón cuando la mirada se focalizó en lo mejor que tenían. Se hicieron patentes sus tesoros de confianza, de ilusión, de superación, de colaboración, de ayuda, de apoyo y de aceptación. 

De no haberlo tenido, no habría surgido. Pero, realmente lo tenían y lo compartieron con total generosidad. Lograr la supervivencia quitaba todos los demás enconamientos. Proyectos comunes que incidían en su mutua necesidad, en su mutua colaboración. 

La experiencia quedó en mi corazón como testimonio de la fuente inextinguible de bondad que anida en cada ser humano. Al menos, en esta ocasión, la bondad se hizo patente y brotó. 

Permitamos, pues, que nuestra bondad se haga presente en nuestras vidas y nos llene, con sus aportaciones, de la luz fabulosa que nos ilumina y nos fortalece.

martes, abril 26

LUZ, ORIENTACIÓN, SEGURIDAD

Carlos estaba en las estribaciones de una montaña. Era un lugar que recorría de continuo entre su lugar de trabajo y su casa. Los árboles verdes, las hierbas que se desarrollaban con libertad, el aire lleno de oxígeno durante el día deleitaban sus sentidos.

Los pasos de cada día habían formado un camino pisado y sin vegetación. Discurría con todos los giros y recovecos de la sinuosidad de la montaña. Seguía la tendencia natural de la vertiente. No había pérdida. Empezando el camino y dejándose conducir por él llegaba hasta su casa. 

Era su caminar de regreso. El sol alumbraba en el horizonte. De pronto, vino a su mente un esbozo del desarrollo de la vida. Había perdido a su madre y a su padre. Tenía a sus hijas mozas de 12 años. 

Se daba cuenta que la vida consistía en formar una familia. Apoyar el desarrollo de sus hijas y educarlas. Desarrollar en ellas los buenos principios, las habilidades musicales e intelectuales. Cuidarlas, atenderlas y compartir buenos momentos. 

En un momento se le cerró esta visión global en un punto como resumen del devenir de la vida. Algo sintético que se repetía en cada momento, en cada época, en cada familia. Eso era todo. Fue como un flash que alumbró su interior. 

Sentía que era un proceso muy reducido, sintético y repetido. Él no podía quejarse de la vida. Todo se había desarrollado según sus objetivos. Pero, aquel flash le dejó, por un instante, con una visión empobrecida. Sentía que algo más debería ser el paso por la vida. 

Al llegar a casa, fue a su despacho. Cogió un libro y empezó a leer: 

“¿Quieres saber lo que la Voluntad de Dios dispone para ti?

“Pregúntamelo a mí que lo sé por ti y lo sabrás”. 

Nuestra jornada es simplemente la de regreso a Dios que es nuestro hogar”. 

“Siempre que el miedo se interpone en el camino hacia la paz, es porque el ego ha intentado unirse a nuestra jornada, aunque en realidad no puede hacerlo”. 

En esta jornada me has elegido a mí de compañero en vez de al ego”. 

“No trates de aferrarte a ambos, pues si lo haces, estarás tratando de ir en direcciones contrarias y te perderás”. 

Aquel flash que tuvo Carlos se había centrado en el camino del ego. Era una visión reducida, centrada en el cuerpo, centrada en las habilidades. Faltaba una dimensión mayor, más amplia. Se repetía la frase: “nuestra jornada es simplemente la de regreso a Dios que es nuestro hogar”. 

Hacía tiempo que consideraba la presencia de Dios en la vida diaria. Había abandonado la idea de un encuentro después de la muerte. Simplemente el concepto de que Dios es nuestro hogar lo llenaba otra vez de ilusión. La vida era el hogar donde todas nuestras facultades superiores encontraban su razón de ser. 

Resonaba en su mente: “nuestra jornada es simplemente la de regreso a Dios que es nuestro hogar”. Su matrimonio, sus hijas le habían ampliado la visión. Comprendía mejor a Dios. Ahora solamente le faltaba incorporar cada día, cada momento, cada pensamiento en ese encuentro gozoso de Dios en su corazón. 

Carlos ahora se sentía más completo. El flash le había dejado temblando. Le había encogido su alma. Ahora con aquellos textos, su visión se había ampliado, completado. 

Tenía un nuevo gozo delante de él. Y a partir de aquel día dejó de lado el miedo por el ego. Se centró en su objetivo. Empezó a vibrar y a encontrar ese sentido completo de su vida que aquel flash le había reducido.

lunes, abril 25

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Uno de mis jefes me llamaba la atención cuando repetía una de sus frases. Decía: “Yo me enfado porque me haces enfadar tú. Si no me hicieras enfadar tú, yo no me enfadaría”.

Siempre me dejaba pensativo esta afirmación. Veía que no era responsable de sus reacciones. Según él, sus actuaciones las dirigían los demás. Yo veía en ello una falta de libertad. Y eso no lo podía aceptar. La libertad es de un@ mism@. No nos la pueden quitar los demás. 

La libertad nos la quitamos nosotr@s mism@s. La libertad que cuenta es la libertad interior, no la libertad externa que no podemos manejar en algunas ocasiones. Pero la libertad interior siempre es nuestra. 

También veía en la afirmación una falta de responsabilidad. Cada uno somos responsables de nuestros modos de actuar. Nadie nos puede obligar. Nosotros somos quienes decidimos nuestras propias actuaciones. No lo eligen los demás por nosotros. 

Resaltaba el ataque a los demás. Los demás son responsables de mi actitud. Una forma indulgente de justificarse y de compadecerse de sí mismo. Con el tiempo he ido descubriendo el ego. Esa parte de nosotros que manejamos nosotr@s con nuestra seguridad de que sabemos hacerlo. 

Cuando nos sentimos molestos, heridos, incómodos, es el ego que está funcionando en nosotros. Creemos que no se nos respeta, que no se nos valora y que no se nos atiende de la debida manera. Una percepción totalmente subjetiva. 

Nosotros tenemos una parte divina dentro de nosotros. La mente de Cristo está en nuestro interior. No nos pueden afectar cuando no dicen la verdad acerca de nosotros. Es como si nos dijeran que dos y dos no son cuatro. Nos quedamos tranquilos. Sabemos que el error no está en nosotros. 

Hay un refrán que nos recuerda que no ofende quien quiere sino quien puede. Inicialmente no nos puede ofender cualquier persona. Solamente les dejamos esa posibilidad a algunas de ellas. Sin embargo, cuando estamos seguros de nosotr@s mism@s, nadie nos puede ofender porque nada de lo que nos digan es verdad. 

Si fuera verdad, lo aceptamos, nos disculpamos y cambiamos. La vida es tan maravillosa y tan sencilla como eso. Pero, este tipo de reflexión la debemos hacer desde la mente de Cristo que mora en nosotros. Desde el ego, que también mora en nosotros, no la podemos hacer. 

Por eso somos libres de elegir. Podemos replicar desde la mente de Cristo o desde la mente del ego. Es nuestra elección. Nadie nos puede obligar para elegir el ego. 

Ser conscientes de esta realidad nos hace libres, totalmente libres. Elegimos lo que consideramos que es mejor para nosotr@s. Y en esa elección está nuestra responsabilidad. Si elegimos la mente de Cristo, la respuesta será conciliadora. Si elegimos el ego, será de enfrentamiento y ataque. 

Cada ser humano en su libertad realiza la elección. Y si vemos claramente, veremos que el ego nos produce heridas, contusiones, molestias y enfrentamientos. La mente de Cristo nos ofrece comprensión, conciliación, perdón e inclusión.

Así la afirmación de mi jefe quedaba en su justa medida. Nadie nos puede inducir nuestro comportamiento. Es nuestra total libertad y nuestra total responsabilidad.

sábado, abril 23

APRENDER EN LA ACCIÓN

Hay frases que suenan bien. Nos abren la atención. Nos hacen pensar. Las apreciamos. En ocasiones, nos atrevemos a compartirlas con otr@s. Sin embargo, no alcanzamos su profunda comprensión hasta que no las hacemos y la experimentamos.

APRENDEMOS CUANDO HACEMOS

Una frase que no podemos discutir ni quitarle su verdad. Recuerdo los momentos de escribir a máquina. Leí el libro. Repasé cada parte de la máquina. Memoricé todos los movimientos. 

Pero, la práctica diaria me hacía comprender mucho mejor la teoría. La posición de los dedos, la fuerza con que presionaba la tecla, la función de la cinta que pasaba y la letra que quedaba impresa en el papel. 

Aprendí la armonía del ritmo. La regularidad de la pulsación. Me encontré con dos letras que se cruzaban en su golpe sobre la cinta. Dificultades que me fueron orientando. La práctica me fue dando lo que la teoría sólo me orientaba. 

CUANDO AYUDAS A LOS DEMÁS, TE AYUDAS A TI MISM@

Es una frase hermosa, pero si no tenemos una comprensión del funcionamiento de nuestro interior nos cuesta aceptar. Alguien podría decir: “Yo no necesito ayudar a los demás para ayudarme a mí”. Otros podrían añadir: “Yo soy yo y el otro es el otro. Cada un@ recorre su camino”. 

Una discusión que teóricamente tiene su contenido. Pero, vamos a cambiar la frase para poder captar mejor el sentido. 

CUANDO AMO A LOS DEMÁS, ME AMO A MÍ MISM@

Esta frase nos abre mejor la comprensión. Cuando nos enamoramos, nos olvidamos de nosotr@s mism@s y focalizamos en la otra persona nuestra atención. Deseamos hacerla feliz. Deseamos sorprenderla con nuestras ideas, con nuestros regalos, con palabras escogidas. Nos encanta ver la sonrisa en su cara. 

Ese deseo interno de hacer feliz a la otra persona nos está haciendo felices internamente. Y en ese aprendizaje aprendemos de lo que hacemos. Lo que hacemos sale de nuestro interior. Al hacer, conocemos nuestro interior. Esa es la función del hacer: conocer nuestro interior. 

Sin la otra persona no podemos conocer nuestro interior. Es una necesidad de cada persona. Ahora podemos comprender un poco mejor la primera frase:

CUANDO AYUDAS A LOS DEMÁS , TE AYUDAS A TI MISM@

La frase sigue sonando bien. Sigue invitándonos a algo hermoso. Ahora que la comprendemos, se añade algo mucho más incisivo. Comprendemos por qué se dice. Aceptamos que es un medio de aprendizaje. Vemos que es un medio de saber lo que anida en nuestro interior. Y al hacerlo, practicarlo, lo experimentamos y lo gozamos. 

Una realidad preciosa que se abre ante nosotros como una flor en su belleza, como un río claro y cristalino en su correr por su cauce con el tiempo labrado, como una luz que ilumina nuestra vida y la pone en su verdadera posición. Así nos entendemos mucho más y nos descubrimos mucho mejor. 

EL/LA OTR@ ES NUESTRO MEDIO DE CONOCIMIENTO INTERIOR

Un tesoro de comprensión y de práctica que nos llena de sabiduría y de una hermosa verdad que nos hace vibrar con profunda ilusión.

EL MIEDO, NUESTRO COMPAÑERO

Es hermoso descubrir, conocer esa sensación que aparece dentro de nosotr@s y nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Es cierto que se habla de una dosis pequeña de miedo. Unas gotitas nada más.

Cuando aparece en una dosis mayor se trata de otra cosa. Tiene, entonces, otro tratamiento. Pero, en pequeñas dosis tiene su efecto de tranquilizarnos, de darnos sensatez y de hacer otro tipo de consideraciones. 

Dejarnos ir de la mano del Dr. Mario Alonso Puig en este terreno nos da confianza, sosiego, claridad y seguridad. Su lenguaje es sencillo. Tod@s lo entendemos. Su planteamiento es claro. Tod@s lo captamos. No nos genera dudas. Sabe orientarnos. 

Las sólidas bases de la ciencia nos dan raíces sobre la experimentación llevada a cabo. No es sólo una teoría. Es una afirmación confirmada. Podemos estar tranquilos con su exposición. Su línea, magistralmente trazada, va poniendo los cimientos de un convencimiento pleno y cristalino. 

Se pone siempre en el lugar del oyente. No se centra en él mismo. Piensa en el público que le está escuchando. Nos transmite un aprecio humano profundo. Nos comparte una simpatía poco común. Parece que se comprende y nos comprende. Un hilo de comunicación sincera se abre entre él y nosotr@s.

Nos eleva. Nos centra. Nos hace entrar en nuestro interior. Asentimos con la cabeza la verdad que sentimos cada día y nos hace ser protagonistas de las ideas compartidas. Perdemos la idea de escuchar y vivimos las ideas con naturalidad. 

Nos anima a creer en nosotr@s mism@s. Nos abre los ojos para elegir mejor. Nos define los mecanismos que se desarrollan en nuestros pensamientos. Nunca nos deja sol@s. Siempre tiene el respeto que cada humano necesita para no tener temor de abrirse internamente. 

Parte siempre de la premisa de que lo importante es que despertemos. Nos descubramos. Nos hace conscientes del proceso. Saca nuestra belleza interior. Cree en los tesoros infinitos del ser humano. Es la voz tranquila que entra por nuestros poros y se hace cuerpo en nosotr@s. 

Es una maravilla poder gozar de una persona amable, de un científico admirable, de un humanista cariñoso, de un amigo cercano, de un investigador indomable. 

Al terminar nos deja con la idea de una grandeza interior que late, vive, se expresa y se siente en todo nuestro ser. Creemos mucho más en nosotr@s mism@s. El mundo parece que ha cambiado. La ilusión de nuestro corazón se ha ensanchado. Y tod@s junt@s nos abrazamos en un sentido de unión y comprensión.

viernes, abril 22

MIRADA INTERIOR

Lucía había acabado su trabajo. Estaba algo cansada. La intensidad del ritmo, la atención prestada y el cuidado de no equivocarse le estaban pasando factura al final de la jornada.

Le gustaba su trabajo. Lo amaba. Pero, en ocasiones, le aumentaba la preocupación la celeridad del mismo. Todo debía ser acabado de inmediato. Todos estaban esperando. Daba la impresión de que el mundo se pararía. Bueno, ella, muy preocupada, le ponía su especial carga por su responsabilidad. 

Ahora ya en la calle, caminando, relajándose, parecía que retomaba su pulso. Se recomponía por dentro. Por fuera nadie notaba nada. Respirar el aire, sentir que nada le agobiaba y palpar su libertad, realmente la elevaba. El día había terminado. Sus fuerzas se habían acabado. Pero, todo iba bien. 

Se paraba ante los escaparates de las tiendas que pasaba. Una mirada a los artículos, a la belleza, a la creación y al conjunto de armonía desplegado, le hacía olvidar todas las anécdotas del día. Iba descargando y vaciándose de toda la presión acumulada. 

Bajó lentamente las escaleras del metro. Se dirigió al andén. Se unió a toda la gente que iba en su misma dirección. Todos esperando el tren. A esa hora había aglomeración. Una más entre todas las almas que pululaban a su alrededor. 

Llegó el tren. Esperaba encontrar un asiento para poder sentarse y descansar un poco durante el viaje. Todos los asientos estaban ocupados. Pero, se fijó en una estampa un poco peculiar. Un muchacho estaba sentado en un asiento y ocupada los otros dos con sus pies. Realmente estaba muy cómodo. 

El vagón iba lleno. Nadie osaba hablar con el muchacho. Sus ropas especiales. No se podía deducir qué tribu era. Pero, tenía una aparente calma de ocupar tres asientos con su peculiar forma de estar sentado. 

Lucía observó su rostro. Se fijo en su ropa, en su cuerpo, en sus gestos. No notaba nada especial para temer agresividad por parte de él. Pensó que podía dirigirse respetuosamente al muchacho y pedirle por favor que quitara los pies de los asientos. Así quedarían dos asientos libres. 

Al final se decidió. Se dirigió al muchacho y le invitó a que le permitiera sentarse. El muchacho rápidamente accedió. Se incorporó. Le dejó el asiento libre y Lucía se sentó junto al muchacho y se lo agradeció:

- Muchas gracias, muy amable. 

- Sabe, estoy cansado de la gente que me juzga mal por la apariencia que llevo.

- No le veo nada de raro a tu apariencia. 

- Eso creo yo. Sé que soy diferente, pero no hago daño a nadie. 

- ¿Y por ello estabas sentado así?

- Sí. Había decidido que si nadie me decía nada seguiría ocupando los tres asientos. 

- Una decisión un poco atrevida. 

- Sí, tiene razón. Era una forma de mostrar mi protesta. Pasaba por ser un chico malo. Bueno, actuaba como un chico malo. Así llamaría la atención. 

- Realmente la has llamado. Pero, tienes razón. No tienes detalles de agresividad ni en tu rostro ni en tu mirada. 

- Yo le doy las gracias. Soy una persona normal. No ofrezco problemas ni quiero crear conflicto. No quiero que me cataloguen y me clasifiquen como una persona rara y poco comprensiva. 

- No. No lo eres. Y ahora me confirmas la impresión que he descubierto en ti. 

- No sabe cómo se lo agradezco. Era lo mejor que me podía haber pasado. Encontrar a alguien que me entendiera, que me comprendiera. 

- Me alegro. Un pequeño detalle, un pequeño gesto y todo resuelto. 

- Pero usted se ha atrevido. Se ha lanzado. Me ha mirado. Me ha respetado. Y eso es muy importante. 

- Creo que todas las personas ofrecen lo que tú has citado. En ocasiones no sabemos quién hay dentro. 

- Lo sé. Por ello, he querido hacer la prueba. Usted ha sido la única persona que se ha dirigido a mí con educación. 

- No creo que nos podamos dirigir a nadie sin educación. Todas las personas nos debemos un respeto los unos a los otros. 

- ¡Cuánto me alegra oír esas palabras!

- ¿No es lo que recibes?

- Por desgracia no. El temor de la apariencia calla a muchas personas. Piensan muchas cosas. 

- Por eso es bueno hablar, contactar, conocernos, respetarnos y apoyarnos. 

- Creo que esta tarde ha valido la pena hacer este experimento. Veo que hay personas siempre abiertas, reflexivas y muy comprensivas. 

- Siempre. No debes dudar de ello. 

Siguieron su conversación de sorpresa, de reflexión y de los elementos básicos de las relaciones humanas. El muchacho se bajó en su parada. Lucía continuaba su viaje. 

Lucía se dio cuenta que esa conversación le había hecho olvidar la tensión del día, las anécdotas sucedidas y la preocupación añadida. Se sentía libre otra vez. La mente, centrada en el muchacho, había olvidado todo. 

Se sentía una mujer nueva, reconfortada. La felicidad volvía a su rostro, a su interior. La necesidad de aquel muchacho había quedado satisfecha. No era alguien que pasaba desapercibido, que despertaba sospechas. Era un ser natural que necesitaba el respeto y el aprecio como cada mortal. 

Durante el día, Lucía había echado de menos alguna sonrisa, alguna comprensión, alguna frase animadora. Ahora, de vuelta a casa, el final del día le regalaba una conversación comprensiva y el agradecimiento de un alma, aparentemente perdida, pero en el metro encontrada. 

Momentos que nos sorprenden por la naturalidad, por la frescura, por el respeto, por la admiración que un humano puede dar a otro humano y llenarlo con su presencia.

jueves, abril 21

MÁS ALLÁ DE . . . HAY UN CAMINO MEJOR

Carlos bajaba las escaleras del metro aquella tarde-noche. Una gran cantidad de personas se cruzaban. Las diversas bocas estaban muy concurridas. 

La gente salía del trabajo. Se dirigía a sus casas, a sus momentos de ocio, a su siguiente lugar. Grupos de personas llenaban los diferentes tramos de aquellos largos pasilllos. Todos en movimiento.

Llegó al andén del metro. Esperaba la llegada del tren. Dos filas se fueron formando a lo largo de su longitud para entrar por las puertas una vez que se abrieran. Antes debían separarse de la entrada y dejar salir a las que descendían. 

Aglomeración conocida en dichos momentos por todos los usuarios del transporte urbano. No había problema de ningún tipo. Todos colaboraban y todos se ayudaban con agrado para lograr su objetivo de desplazamiento. 

El tren se paró. Se abrió la puerta delante de Carlos. La gente se apartó de una forma extraña ante la puerta. 

Sentado justo en la puerta, había un joven de unos 23 años en forma de Buda, Las rodillas en el suelo y los pies recogidos hacia el centro interior. No se podía entrar de forma fluida. 

Todos fueron con cuidado y no tocaron al joven. Entraron, se alejaron todo lo que pudieron. No dijeron nada. Todos callados. No querían ningún problema ni ningún altercado.

Carlos entró por el lateral que le dejaba y se puso entre las dos filas de cuatro asientos reservados a las personas mayores. Todos se acomodaron como pudieron en la aglomeración. El muchacho continuaba sentado con su posición de Buda.

Carlos sentía cierta tensión en su interior. No veía ninguna solución. Temía que, de un momento a otro, se produjera un altercado y la violencia estallara en una discusión agria y de enfrentamiento. 

Carlos buscaba en su mente alguna solución, alguna alternativa para zanjar aquel sinsentido. Todos aglomerados. Todos apretados. El joven sentado en el suelo. Todos pensaban en sus cabezas la absurda posición que ofrecía aquella persona. 

En esos momentos donde el silencio se cortaba con un afilado cuchillo, una señora de unos cincuenta años habló con voz clara, firme y decidida. Se dirigió al muchacho y le dijo: 

- Aquí estás. Actuando como una persona negligente. Tú estás avergonzando a tu madre. ¡Qué pena de madre! ¡Qué pena de hijo! Si te viera tu madre, se moría de vergüenza. 

Nadie osaba comentar nada. El muchacho no contestó ni hizo ningún gesto. Todos nos quedamos quietos, petrificados. Ignorábamos su reacción. 

La mujer no se había comido la lengua. No sentía temor. No sentía ningún problema. Su tono y su reflexión caían por su peso. La señora reposó un poco y tomó otra vez la palabra: 

- ¡Anda! ¡Levántate! Deja ya de avergonzar a tu madre y compórtate. 

Todos expectantes. ¿Seguiría callado el muchacho? ¿Le replicaría? Los segundos iban pasando. El silencio se cernía sobre las mentes. Y, ante el asombro de todos, se fue lentamente incorporando. Se diluyó entre la gente y, sin decir nada, siguió con el flujo de personas sin hacerse notar. 

Carlos no se lo podía creer. Constató el poder de una mujer que era madre. Constató la energía y el poder de decisión y de influencia que tuvo con aquel muchacho rebelde y provocador con su posición. Una mujer con unas palabras logró lo que los hombres hubieran sido incapaces de lograr si no hubiera sido con pelea. 

Carlos pensaba que, incluso si hubiera venido la policía, el desalojo no se hubiera producido con tanta naturalidad. El muchacho, por sí mismo, cambió su mente y retomó su comportamiento normal.

Carlos pensaba que más allá de la fuerza hay un camino distinto, diferente. Se dio cuenta de que todo no se podía solucionar con la imposición. Aquella mujer, con sus palabras, sin mover un músculo, fue capaz de entrar en su interior y hacerle ver la trascendencia de su actitud. 

En todo ser humano hay una madre. Hay unos sentimientos. Hay unas experiencias que se graban para siempre. Aquella mujer no le dijo que estaba haciendo mal. Aquella mujer no le atacó a él personalmente. No lo insultó. 

No le dijo la barbaridad que estaba haciendo. Aquella mujer le recordó que estaba poniendo en evidencia a su madre. Su madre no aprobaría dicho comportamiento. Su madre estaría avergonzada de él. 

El muchacho se olvidó de su rebeldía. Dejó de lado su frontalidad. Dejó caer su rabia y su lucha interior. Ya no se trataba de él. Se trataba de su madre. Se había puesto en cuestión el papel de su madre. Y, como ser humano, criado por los brazos amorosos de una madre, la recordó y no quiso dejarle en su vida este equivocado comportamiento.

Carlos siguió cruzando estaciones. Siguió pensando en el poder de la mujer. Se dio cuenta que se recurrió al amor. No hubo ataque personal. No hubo insultos. No hubo pelea. No hubo enfrentamiento. Solamente se había tocado el amor de fidelidad que todo humano debe a su madre. 

Carlos se dio cuenta que su madre se había desvivido por él. Y comprendió en toda su extensión los argumentos de aquella señora de cincuenta años. Y se quedó perplejo y asombrado de que, siempre “más allá de lo que ven nuestros ojos”, hay un camino mejor. 

Un camino lleno de amor que ningún hombre se atrevió a utilizar. El grupo de personas le ofreció su silencio, su respeto. Nadie lo tocó. Nadie le increpó. El silencio ayudó a la situación. Y la voz de aquella señora con esos hermosos pensamientos, le llegó al corazón. 

Nada más le quedaba integrarse en el grupo de personas y agradecer, juntamente con todos, las horas de cariño y cuidado de una madre. El amor total y completo, que nos entregó con total dedicación.

Más allá de. . . hay un camino mejor

miércoles, abril 20

RECONOCIENDO TU PERFECCIÓN

La perfección es un tema que ronda y ha rondado en nuestras cabezas. En ocasiones queremos conseguirla a toda costa, con esfuerzos, con sacrificios, con renuncias, con trabajo. En otras se ve como una buena idea. Las más, como una imposibilidad en nuestras vidas.

En ocasiones hay autores que nos hablan de una perfección relativa, no de una perfección absoluta. Nos dicen que un(a) nin@ es perfecto cuando es completo a los tres años y habla, siente, comprende y participa con sus habilidades de tres años. Así va alcanzando sucesivas perfecciones a medida que va madurando. 

En otras se mide la perfección por la cantidad de habilidades adquiridas. Los perfectos con muchas habilidades se ven como seres superiores frente a los demás porque saben algo más que l@s otr@s. Se sientes fuertes, potentes, creídos y establecidos en sus conquistas. 

Vamos descubriendo que el ego tiene sus caminos de comparación, de superioridad en su idea de la perfección. Lo característico del ego es el error. Ve errores por doquier. Puede ver muy bien los errores de los demás pero con dificultad puede ver los propios. Bueno, si es que los tienen, piensan ell@s. 

Realmente la perfección debe radicar en otro nivel. Su asiento debe tener otras motivaciones. Debe corresponder a algo que existe en nuestro interior. Nadie nos puede decir: “Sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, si no tuviéramos la capacidad de la perfección. 

¿Dónde está dentro de nosotros la perfección? ¿Cómo encontrarla? ¿Cómo concebirla? Leamos los siguientes textos y pensemos: 

“Si tu perfección reside en Él, y sólo en Él, ¿cómo podrías conocerla sin reconocerlo a Él?”

“Reconocer a Dios es reconocerte a ti mismo”. 

“No hay separación entre Dios y Su creación”. 

“Te darás cuenta de esto cuando comprendas que no hay separación entre tu voluntad y la mía”. 

“Deja que el Amor de Dios irradie sobre ti mediante tu aceptación de mí”

“Mi realidad es tuya y Suya”. 

“Cuando unes tu mente a la mía estás proclamando que eres consciente de que la Voluntad de Dios es una”. 

Ahora sí que se nos abre una vereda, un camino por donde caminar para buscar la perfección. Esta afirmación nos lo evidencia totalmente: “Cuando unes tu mente a la mía estás proclamando que eres consciente de que la Voluntad de Dios es una”. 

La conclusión es lógica: a nuestra mente unida a la mente de Cristo, se une la Voluntad de Dios. Los tres unidos por una mente. Dios es perfecto. Nosotros somos perfectos al unirnos a la mente de Cristo. 

En nosotros está la mente de Cristo. En nosotros está el ego. No se habla de la perfección del ego porque no existe. Es una falsedad. La única perfección es la celestial. La decisión está en nuestras manos. A medida que vamos aceptando la mente de Cristo en nosotros y se va ampliando, la mente del ego va disminuyendo. Ese es el proceso de nuestra perfección. 

Y nuestra perfección se expresa en el Amor de Dios. ¡Bendita ilusión, bendito tesoro, maravillosa bendición!

martes, abril 19

LA DEBILIDAD DE LA DIVISIÓN

Federico estaba triste aquella tarde. Había estado jugando con sus amigos y vio como su mejor amigo le había roto su juguete preferido: Un caballo precioso con su jinete a los lomos. No se lo hubiera esperado. Y nunca que fuera su mejor amigo.

Dos fuerzas luchaban en su interior. Una le repetía que era su mejor amigo. Era la persona que mejor le comprendía. Era la persona con la cual más se divertía. Era la persona con la que intercambiaba secretillos de su caminar por la vida. 

Otra le resonaba que su amigo había sido un inconsciente. Se lo había roto porque sabía que a él le gustaba mucho. Aquel brusco movimiento no tenía sentido. La voz insistía que se lo había roto a propósito. Luchas en su interior que lo tenían dividido.

Cuando pensaba en su mejor amigo, la cara se le iluminaba. Lo apreciaba mucho. Era genial estar con él. Las horas pasaban deprisa en su compañía. Todo se paraba cuando ellos jugaban. Un deleite estar juntos. 

Cuando pensaba en el percance del juguete roto, una cara hosca, de pocos amigos se reflejaba en su rostro. La cara fruncida, los morros apretados y una contrariedad sentida se desarrollaba en su interior con una fuerza incontenible. 

Todos sus amigos estaban juntos, jugando, hablando, departiendo, riendo, disfrutando y teniendo buenos momentos. Él se encontraba solo, dividido, frustrado, contrariado y sufriendo. 

¿Quién debía ganar este pulso en su interior? La voz que le indicaba la maravillosa amistad o la voz que le mostraba el juguete roto y descompuesto. Las dos eran importantes. Si elegía la voz de la amistad despreciaba la voz del juguete roto. Y eso era como burlarse de él mismo.

No. No podía admitir la falta de cuidado de su amigo. Pero, no podía romper su hermosa amistad. Las dos voces empezaron a elevar su volumen, a agrietarlo por dentro, a hacerlo sentir débil y hacerle perder el buen momento que estaban pasando sus amigos. 

Ninguna voz quería ceder. Ninguna voz daba su brazo a torcer. Lo continuaban rompiendo. Federico descubrió que no podía seguir a las dos voces. Los destrozos sentimentales en su seno eran terribles. Solamente una voz debía permanecer por encima de la otra. La otra voz debía desaparecer. 

“Solos no podemos hacer nada, pero juntos nuestras mentes se funden en algo cuyo poder es mucho mayor que el poder de sus partes separadas”. 

“Puesto que nuestras mentes no están separadas, la Mente de Dios se establece en ellas como nuestra mente”. 

“Esta mente es invencible porque es indivisa”. 

Federico eligió la voz de la amistad. Su amigo era mucho más importante que él. Le fue fácil comprender y aceptar cuando sus amigos se interesaron por él. Fueron a invitarle a estar con ellos. Y Federico comprobó que la alegría, la ilusión había vuelto a su rostro. La fuerza y el empuje brotaban con desparpajo. Se integró al grupo de la amistad. Y con ellos, la voz del juguete roto desapareció. 

Descubrió el valor de esa frase tan potente: “Esta mente es invencible porque es indivisa”. 

En esa hora de la tarde, descubrió la potencia de la unión.

lunes, abril 18

TU MENTE: CAMPO DE BATALLA

Ángel se hallaba sentado en una roca saliente. A sus pies estaba el océano con su inmensidad de agua. El día estaba gris. Soplaba viento. Las aguas rompían con estrépito contra las rocas. Olas de tres metros se alzaban potentes y seguras de aplastar todo con su furia y su energía. Desazón en el mar. Desazón en el alma.

Tristeza en el corazón, indecisión en la visión, colgado en la montaña, pensamientos errantes por caminos tortuosos y allí, esperando paciente, su respuesta de entendimiento, de razón y de reflexión. Algunas gotas del mar recalaban en su ropa. El viento las traía. Impasible, las recibía. Nubes grises, oscuras, amenazantes se cernían sobre la comarca. 

Ángel repasaba aquellos pensamientos que cruzaban como un relámpago su razón: 

“¿No crees que el mundo tiene tanta necesidad de paz como tú?”.

“¿No te gustaría dársela en la misma medida en que tú deseas recibirla?”. 

“Pues a menos que se la des no la recibirás”. 

“Si quieres recibirla de mí, tienes que darla”. 

“La curación es una empresa de colaboración”. 

“Yo puedo decirte lo que tienes que hacer, pero tú tienes que colaborar teniendo fe en que yo sé lo que tienes que hacer”. 

“Sólo entonces decidirá tu mente seguirme”. 

“tu mente es el medio por el cual determinas tu propia condición, ya que la mente es el mecanismo de decisión”. 

“Es el poder mediante el que te separas o te unes, y, consecuentemente, experimentas dolor o alegría”. 

“Mi decisión no puede imperar sobre la tuya porque la tuya es tan poderosa como la mía”. 

Ángel se daba cuenta de su responsabilidad. Su colaboración era necesaria. No se trataba de una petición y que una fuerza extraña hiciera todo lo que él deseaba. Se veía ante el mar con su misma agitación. No estaba tranquilo. Nunca había considerado su participación. 

Había pensado que no era importante. Había aceptado que las fuerzas superiores harían los cambios oportunos. Él era un grano insignificante en la cadena de sucesos y de la energía. Y, sin embargo, aquellos textos le daban un poder insospechado. 

“Mi decisión no puede imperar sobre la tuya porque la tuya es tan poderosa como la mía”. 

Esta frase se iba haciendo presente. Su mente se centraba en ella. Por primera vez vislumbraba el poder de decisión que poseía. “La curación es una empresa de colaboración”. Su mente iba tomando posiciones. No era un mero espectador. No era un miserable humano. Era alguien importante para que la naturaleza lo respetara y lo tomara en serio.

La lucha de las aguas, la lucha de sus ideas, la lucha de sus experiencias chocaban contra aquellos textos que le daban su lugar y el respeto por su decisión. No se lo creía. Se sorprendía de tener esa posibilidad en su mente. Quería colaborar, compartir, decidir. Nunca se lo había planteado así. Por ello, su confusión luchaba. 

Se sentía contento con esa posibilidad. Tenía miedo de ejercerla por primera vez. “Yo puedo decirte lo que tienes que hacer, pero tú tienes que colaborar teniendo fe en que yo sé lo que tienes que hacer”. “Sólo entonces decidirá tu mente seguirme”.

Ángel repetía y repetía. Buscaba la paz, la tranquilidad, la serenidad, la claridad. Se daba cuenta que era un nuevo escenario. Debía aceptar la presencia del eterno en su diario vivir y desarrollar la confianza de que, hasta en los mínimos detalles, estaba con Él. 

Cambiar la mente implicaba cambiar su forma de pensar. Un momento solemne en su corazón. Ángel quería aceptar de buen grado la proposición. Vio que algo se oponía a esa nueva luz que aparecía ante sus ojos. Su experiencia pasada le decía que no había sido así. La lucha estaba servida entre el ayer y el presente. La lucha de las aguas reflejada en su interior. Momentos donde todo se pone gris, triste, amenazante porque desaparece todo lo conocido hasta entonces. 

La nueva forma de pensar se abría poco a poco en sus ideas. Se levantó. Respiró con hondura. Abrió la boca en toda su amplitud. Gritó con todas sus fuerzas: “Si tiene que ser así, sea así. Me siento parte de la tierra y de mi historia. Por fin alcanzo mi libertad. Sí, sí, sí, quiero contigo colaborar”. 

Ángel se fue del mar. Se adentró otra vez en la tierra. Caminó por senderos seguros. La paz retornó a su rostro. Se sintió, por primera vez, decidiendo junto con su Creador.