Una vez leyendo, el autor me llevaba sobre la idea de la multiplicidad de personas que se esconden en nuestro interior. No somos l@s mism@s cuando estamos en el trabajo que cuando estamos en casa. No somos l@s mism@s cuando estamos con nuestra esposa que cuando estamos con nuestros hijos.
No somos l@s mism@s en el trabajo con nuestro jefe que con algun@ de nuestr@s compañer@s. No somos l@s mism@s cuando pedimos un favor que cuando nos lo piden a nosotr@s.
Así que estamos en multiplicidad de situaciones y en cada situación hemos desarrollado una máscara. En cada situación somos actores o actrices distint@s. El autor seguía insistiendo en que estamos rotos en múltiples trozos bien adaptados a cada una de las experiencias que tenemos.
Al llegar a casa por la noche adoptamos la máscara de espos@ y seguimos interpretando nuestros roles. Por una parte, me quedaba estupefacto. Tenía razón el autor. Somos cada vez distint@s. Y, sin embargo, lo veía tan natural. Era mi experiencia diaria. En cada contexto representaba el papel que me tocaba y que había aprendido.
Hablaba de la necesidad de conseguir la unicidad en nuestro interior. Ser el mismo actor/actriz en cada situación. Ser honest@s con nosotr@s mism@s. Pero, es difícil de captar, difícil de llevarlo a efecto, difícil de dejar de ser una máscara distinta en cada situación.
Creo que si no nos paramos a pensar, ni siquiera nos damos cuenta de ello. Ya forma parte de nuestra piel, de nuestros órganos, de nuestros saludos y de nuestras formas de dirigirnos a los demás. Somos mil caras según el contexto.
Esta unicidad que subraya el autor vuelve a aparecer aquí en estas afirmaciones:
“El Reino se extiende para siempre porque está en la mente de Dios”.
“No conoces tu propio gozo porque no conoces la plenitud de tu propio Ser”.
“Excluye cualquier parte del Reino y no podrás gozar de plenitud”.
“Una mente dividida no puede percibir su llenura, y necesita que el milagro de su plenitud, alboree en ella y la cure”.
Estas son leyes de nuestra mente. Sin embargo, nuestra vida está llena de lo que me gusta y lo que me disgusta. Está llena de diferencias. Podemos decir que estas personas nos gustan y otras personas nos disgustan. Establecemos diferencias porque nuestra mente lo decide así.
Pero, habría que preguntarse qué parte de nuestra mente establece comparaciones. La contestación es fácil: el ego. Nuestra cultura, nuestra sociedad vive en la mente del ego. Es la que provoca las mil caras que tenemos. Es la que se opone al mundo de la unicidad. Es la que ve enemigos en todas partes.
“Cuando aprecias por completo la llenura de Ser de tu mente, el egoísmo se vuelve imposible y la extensión inevitable”. Todos somos Hij@s de Dios y somos tod@s iguales y colaboradores con nuestro Creador. No podemos dejar de ser consecuentes con toda, toda, toda la Creación de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario