Uno de mis jefes me llamaba la atención cuando repetía una de sus frases. Decía: “Yo me enfado porque me haces enfadar tú. Si no me hicieras enfadar tú, yo no me enfadaría”.
Siempre me dejaba pensativo esta afirmación. Veía que no era responsable de sus reacciones. Según él, sus actuaciones las dirigían los demás. Yo veía en ello una falta de libertad. Y eso no lo podía aceptar. La libertad es de un@ mism@. No nos la pueden quitar los demás.
La libertad nos la quitamos nosotr@s mism@s. La libertad que cuenta es la libertad interior, no la libertad externa que no podemos manejar en algunas ocasiones. Pero la libertad interior siempre es nuestra.
También veía en la afirmación una falta de responsabilidad. Cada uno somos responsables de nuestros modos de actuar. Nadie nos puede obligar. Nosotros somos quienes decidimos nuestras propias actuaciones. No lo eligen los demás por nosotros.
Resaltaba el ataque a los demás. Los demás son responsables de mi actitud. Una forma indulgente de justificarse y de compadecerse de sí mismo. Con el tiempo he ido descubriendo el ego. Esa parte de nosotros que manejamos nosotr@s con nuestra seguridad de que sabemos hacerlo.
Cuando nos sentimos molestos, heridos, incómodos, es el ego que está funcionando en nosotros. Creemos que no se nos respeta, que no se nos valora y que no se nos atiende de la debida manera. Una percepción totalmente subjetiva.
Nosotros tenemos una parte divina dentro de nosotros. La mente de Cristo está en nuestro interior. No nos pueden afectar cuando no dicen la verdad acerca de nosotros. Es como si nos dijeran que dos y dos no son cuatro. Nos quedamos tranquilos. Sabemos que el error no está en nosotros.
Hay un refrán que nos recuerda que no ofende quien quiere sino quien puede. Inicialmente no nos puede ofender cualquier persona. Solamente les dejamos esa posibilidad a algunas de ellas. Sin embargo, cuando estamos seguros de nosotr@s mism@s, nadie nos puede ofender porque nada de lo que nos digan es verdad.
Si fuera verdad, lo aceptamos, nos disculpamos y cambiamos. La vida es tan maravillosa y tan sencilla como eso. Pero, este tipo de reflexión la debemos hacer desde la mente de Cristo que mora en nosotros. Desde el ego, que también mora en nosotros, no la podemos hacer.
Por eso somos libres de elegir. Podemos replicar desde la mente de Cristo o desde la mente del ego. Es nuestra elección. Nadie nos puede obligar para elegir el ego.
Ser conscientes de esta realidad nos hace libres, totalmente libres. Elegimos lo que consideramos que es mejor para nosotr@s. Y en esa elección está nuestra responsabilidad. Si elegimos la mente de Cristo, la respuesta será conciliadora. Si elegimos el ego, será de enfrentamiento y ataque.
Cada ser humano en su libertad realiza la elección. Y si vemos claramente, veremos que el ego nos produce heridas, contusiones, molestias y enfrentamientos. La mente de Cristo nos ofrece comprensión, conciliación, perdón e inclusión.
Así la afirmación de mi jefe quedaba en su justa medida. Nadie nos puede inducir nuestro comportamiento. Es nuestra total libertad y nuestra total responsabilidad.
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