En algunos momentos de mi vida, un deseo interno salía de mi corazón. Deseaba ver a nuestro Dios. Jesús es Dios hecho hombre. Jesús es un personaje que ha vivido en la historia. Dios, que todo lo puede, podría hacerse visible.
Esos pensamientos han cruzado mi mente. Nunca se los he expresado a nadie. Me hubieran tachado de loco. La mente entretenía estos pensamientos y se centraba en el Padre como un elemento único, hermoso y maravilloso.
Es posible que en una cultura centrada en el ego donde se da culto a la persona, y donde sólo tiene la gloria el primer@, mi pensamiento, siguiendo el mismo criterio, se centrara en la figura del Creador.
Solamente se destacaban las personas que sobresalían en las disciplinas o sus hechos eran encomiables. Todos los demás eran segundones, imitadores, sin importancia. No destacaban por nada.
No gozaban de la gloria en ninguna de sus facetas. Una gloria, por otra parte, efímera y vanidosa. Pero destacar era la noticia, tanto en lo positivo como en lo negativo.
No estamos acostumbrados a trabajar en equipo, en grupo, en la generosidad y en el apoyo de un@s por los otr@s. Siempre surgen envidias, competencias, diferencias y las aceptamos como normales en un mundo donde el Reino es el ego.
¿Cómo sería imaginar un mundo de colaboración, donde el primero no fuera el único galardonado ni se llevara todo el premio económico? Sin duda, un cambio de mente se impondría para hacer esa imaginación posible.
Juntos somos más fuertes. Juntos nos apoyamos mucho mejor. Juntos nos sentimos unidos. Juntos es nuestro objetivo común. Juntos es nuestro adecuado desarrollo como criaturas del Creador.
Los textos que nos siguen abren una luz a esa imaginación de un mundo de colaboración y no de competición.
“Dios sólo da de manera equitativa”.
“Si reconoces Su don en cualquiera, habrás reconocido lo que Él te ha dado a ti”.
“No te conoces a ti mismo porque no conoces a tu Creador”.
“No conoces tus creaciones porque no conoces a tus herman@s quienes las crearon contigo”.
Es una maravilla poder ver a los demás como compañer@s, colaboradores, como Hij@s de Dios al igual que nosotr@s. Eso crea el espíritu de unión. Juntos somos más fuertes. Y junt@s nos consideramos iguales: Hij@s del Creador.
Tus alegrías son mis alegrías. Tus victorias son mis victorias. Tus momentos de felicidad son los míos. Tus inconvenientes los compartimos juntos. Y ese es el poder de la Filiación: conjunto de Hij@s de Dios.
Esta mentalidad nos cambia la visión. Cualquier persona es Hij@ de Dios. La respetamos, la admiramos, la atendemos y gratamente la tratamos. Entonces estamos viendo al Dios Creador en cada persona con la que nos cruzamos.
Recuerdo el semblante sonriente de una madre y un padre cuando estuve jugando con su hijo pequeño de un modo muy dinámico. El muchachito reaccionaba con risas a mis propuestas. Su risa era contagiosa y nos hacía reír a todos de felicidad maravillosa.
Seguro que el Padre también sonríe cuando ve que sus hij@s se tratan con tanta naturalidad y tanta nobleza. Así, el deseo de mi corazón encontró su respuesta en otro sistema de pensar. Ya no competimos. Nos amamos y nos ayudamos.
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