Desde pequeño siempre me ha entusiasmado aprender, conocer, ampliar, saber. En primaria me bebía los temas de matemáticas, física, geometría, gramática, etc. Me gustaba todo.
Un profesor, al ver mi interés general por el conocimiento, me indicó que tenía una mente renacentista. Estaba abierta a todo el saber en general. Yo no captaba todavía el alcance de su información sobre mi mente renacentista.
Aprender era mi ilusión, mi alegría, mi tesoro, mi interés. Al terminar primaria, tuve que incorporarme al mundo del trabajo, pero retomé mis estudios en el instituto en la modalidad de nocturno.
Trabajaba mi jornada laboral y a las siete de la tarde me encontraba en la clase del instituto para seguir ampliando mis conocimientos. Me sentía lleno, satisfecho. Mi mundo se iba ampliando, mis horizontes iban alargándose y mi mente crítica iba apareciendo.
Observaba que los temas científicos no ofrecían discusión. La ciencia lo había constatado y el comportamiento de los fenómenos se habían medido y valorado en su justa medida por observación.
En los temas humanísticos la situación era diversa. Aquí no había la objetividad de la observación metódica. La opinión de autores, la visión de grandes personalidades y los ilustres que estaban en las instituciones daban su opinión y parecía que sentaban cátedra en la materia.
Mientras en los temas científicos la plenitud era total, en los temas humanísticos no había total concordancia. Se abría un amplio abanico de pensadores de distinto signo. Un@s amantes de la humanidad y de ayudar a elevar a tod@s, otr@s pesimistas, otr@s con tendencia económica como principal valor, otr@s mercantilistas, etc.
Una serie de enfoques que terminaban cada uno en el punto de partida según su amor o no a la consideración humanitaria de sus propuestas. Todo un mundo complejo en el que mi mente se perdía inicialmente y buscaba con ahínco las posturas más comprensivas para tod@s.
Algunas propuestas que no tenían en cuenta el valor de la persona humana chirriaban en mi mente, en mis huesos y, algunas veces, en dolor estomacal por inhumanas. Mi mente se revelaba. Mi cuerpo las sufría y mi comprensión se entorpecía con algunas conclusiones hirientes y atrevidas.
“Aprender es placentero si te conduce por la senda que te resulta natural, y facilita el desarrollo de la que ya tienes”.
“Mas si se te enseña en contra de tu naturaleza, lo que aprendas supondrá una pérdida para ti porque te aprisionará”.
“Tu voluntad forma parte de tu naturaleza, y por lo tanto, no puede ir contra ella”.
Así, en mi mente juvenil, me iba topando con actitudes muy elaboradas, pero no por ello, contradictorias con la visión humanitaria. Y me confundían y me ponían en conflicto. Algo exterior no concordaba con algo interior.
A lo largo de los años he tenido conciencia de que interiormente dentro de mí había una conciencia que actuaba de filtro para las propuestas que iba conociendo. Con algunas de ellas, mi filtro vibraba y se ponía de acuerdo. Con otras, se oponía rotundamente.
Ahora comprendo la certeza de esta afirmación: “Tu voluntad forma parte de tu naturaleza, y, por lo tanto, no puede ir contra ella”. Tenemos una naturaleza de equidad, comprensión y generosidad especialmente. Esa es nuestra verdadera identidad. Y esa verdadera identidad ha estado resonando en mi interior.
Es cierto que algun@s están obviando esta naturaleza y han elegido el ego: el “yo” por encima de todo. Pero, esta elección no les está dando los dividendos esperados. Buscan la seguridad y no la encuentran. Buscan la confianza y no la ofrecen. Buscan el amor y son incapaces de amar.
Después de tanto trajín es mejor seguir nuestra verdadera naturaleza de equidad, comprensión y generosidad que nos ofrece todo lo que nuestro corazón pueda sentir.
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