domingo, abril 17

NOBLEZA UNIVERSAL

Sergio tenía un libro en las manos. Estaba pensando en las frases que acababa de leer. No lo tenía claro en su mente. Recordaba que desde pequeño en casa le habían hablado que había gente mala, gente realmente mala. Un pensamiento que le había generado mucho miedo en su vida. No debía fiarse de nadie.

Sergio sentía que iba en contra de su natural proceder. Para él, todo el mundo se merecía confianza hasta que se demostrara en la relación que no la merecía. Daba siempre la oportunidad a todo el mundo que a él se acercaba. Así que se llevó algunos disgustos y algunas sorpresas. Pero, seguía pensando que no era justo aplicar el “no” a toda la gente. 

Fue creciendo y sentía que en las conversaciones, en las ideas y en las conclusiones se partía del concepto que había gente realmente mala. Le costaba aceptarlo. Pensaba que podría haber confusión. Toda la gente busca la felicidad. Toda la gente quiere escapar del miedo. Necesita la seguridad. Si no se portaban bien, era por falta de comprensión de la situación. 

Más tarde, Sergio descubrió el concepto del ego. Un nuevo acercamiento para comprender a las personas. Volvió a encontrar personas confundidas. Todas en busca de la felicidad, la buscaban por caminos diversos, opuestos y equivocados. Pero el ego siempre tenía razón y el que tenía que cambiar es el otr@. 

Fue ahondando más y un día leyó que el que tenía que cambiar era él. Le contrariaba mucho. Siempre había intentado influir sobre los demás. Clarificar la equivocación de los otr@s. Él se entendía muy bien. Si se equivocaba, reconocía el error y lo cambiaba. Pero, la persona que había recibido su error no conocía sus planteamientos. 

Sergio empezó a darse cuenta que lo mismo le pasaba a la gente. Todos cambiamos, pero no vamos agitando banderas de nuestros cambios. Le resultaba difícil considerar que las otras personas fueran diferentes a él. Todos aprendemos, todos nos equivocamos, todos nos disculpamos. 

Por ello, no aceptaba las ideas que estaba leyendo. No hay gente mala. Hay gente confundida. Gente que está en proceso de cambio. Pero, esa tarde descubrió algo más. 

Vio que era innecesario ejercer presión sobre la gente equivocada. Cuando la gente se equivoca, no está en su posición óptima. Paga su error en los caminos de su vida. Sufre en muchos momentos la contradicción interna en la que se ha metido. 

Recordaba una frase que le llamó mucho la atención: “la gente mala disfruta de sus malas acciones”. Sergio pensaba que la gente mala era gente confundida. No podía disfrutar en el sentido de la palabra. “Disfrutar” viene de fruto. Recoger el fruto de la acción del árbol y deleitarse con él. El fruto del árbol tratado con amor, respeto, cuidado y atención. 

Una persona equivocada no puede “disfrutar” recoger el fruto de un árbol que no ha tratado bien, que no ha cuidado, que no le ha otorgado amor, que no lo ha respetado. Una persona equivocada alejada del amor no puede gozar de la paz del corazón. 

Por ello, las personas equivocadas lo pagan caro en su vida y en su experiencia. Cada un@ en su nivel. 

A Sergio le vino a la memoria la historia real que su profesor de psicología compartió en clase. Tenía que terminar la carrera y debía realizar una serie de prácticas. Eligió la prisión para llevar a cabo su proyecto. Le llamó la atención un recluso, condenado a muerte, huraño, peligroso al que no le dejaban recibir visitas por el riesgo que entrañaba. 

El profesor pidió visitar a ese recluso. No se lo permitieron. Estaba prohibido. El profesor siguió insistiendo. Nada podían perder por intentarlo. Ante la constancia del profesor, le autorizaron a visitarlo con ayuda de guardias para protegerlo. 

El profesor había logrado su objetivo: poder visitarlo. Fue a la cárcel. Le introdujeron a través de las celdas. Llegaron a la celda del preso. El profesor pidió que lo dejaran solo. Los guardias se negaron a obedecerle. El profesor reflexionó con ellos que el preso no se abriría si estaban los guardias oyendo. 

Después de momentos de charla, los guardias le hicieron firmar un documento donde asumía toda la responsabilidad. El profesor lo firmó y se quedó solo. El primer día saludó al preso y estuvo sentado mirándolo. El preso lo miraba desconfiado. 

No cruzaron palabras, cruzaron miradas. Sus ojos hablaron. El profesor viendo a un joven equivocado. El preso viendo a una persona extraña. El silencio se instauró. Se oían los ruidos normales de la prisión. Algún abrir y cerrar de rejas y llaves abriendo cerrojos. El tiempo pasó. Los guardias le dijeron al profesor que se fuera. Antes de marchar, se dirigió al preso y le que dijo que al día siguiente volvería. 

Llegó la hora. Al día siguiente, otra vez, el profesor y el preso estaban solos en la prisión. El preso le preguntó al profesor por qué eran tan osado. El profesor le contestó que dentro de él había una gran persona. Otra vez el silencio se instauró. Los ojos siguieron cruzándose al igual que sus miradas. El preso desconfiando del profesor. El profesor buscando lo mejor del preso. 

Así estuvieron diez días. Los silencios matadores. Hacían su efecto y remordían conciencias. El preso no lo podía soportar más. Se dirigió al profesor y le dijo: 

- Yo sé por qué estoy aquí. Me merezco lo que tengo. Lo tengo claro. No hay nada que tenga que hablar con usted. 

- No quiero hablar. Solamente he venido a escuchar. No tengo nada que decir. 

- Es usted un insensato. Se ha expuesto a mi reacción incontrolada.

- Lo sé. Pero, siempre he confiado y sigo confiando en ti. 

- Usted se equivoca conmigo. No sabe quién soy. 

- Un joven confundido. Nada más. 

- ¿Podría hacerme un favor?

- Si está en mi mano, completamente. 

- Dígale a mi madre que tengo lo que me merezco. No puedo decir otra cosa. Pero, que me pesa en el alma el dolor que le he causado y que le estoy causando. Dígale que le pido su perdón. Ella no se lo merece. Estoy avergonzado.

El profesor oyó la petición con las lágrimas corriendo por las mejillas del preso. Se le rompió el corazón. Pero, una vez más su tesis quedaba reforzada. Dentro de cada ser humano hay una luz que no se apaga y siempre está encendida en su corazón. Dentro de cada ser humano hay una bondad universal. 

Su insistencia en ver al preso se basaba en esta premisa. Su contacto y su aceptación de riesgos iban en la misma dirección. Las palabras finales de aquel muchacho reflejaban el brillo de una luz inextinguible en el corazón humano. 

Mi profesor pensaba que de no haber tenido su insistencia, aquel muchacho no podría haber descansado su corazón. De no haber mostrado esa confianza que a todos nos es tan necesaria, esas palabras verdaderas y auténticas se hubieran quedado enterradas en el fondo de su alma. Nadie las hubiera escuchado. 

Sergio descubría en las frases que leía que la idea de la mirada es determinante para lograr el resultado. Si la mirada es que la persona es mala, no hace falta visitarla. Su silencio es para siempre. Si la mirada es que hay una bondad en su interior, el resultado es el que se encontró su profesor. Así que Sergio concluyó que siempre veíamos lo que de antemano habíamos decidido en nuestro corazón. 

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