Fue una experiencia inenarrable la vida que Carlos pasó con el director de la institución donde trabajaba. En el terreno profesional se sentía apreciado, reconocido y valorado. Sus principios eran los principios de la institución y seguía las orientaciones del director.
Carlos iba desarrollando su experiencia e iba analizando las actuaciones del director. Pronto se dio cuenta que su actuación con todos los profesores tenía una incidencia en l@s alumn@s. Era una persona cercana, con experiencia en el campo de la enseñanza, psicólogo y un carácter empático acentuado.
Solía tener encuentros personales con cada un@. Aprovechaba cualquier momento para dirigir unas palabras de ánimo, cualquier noticia que le había llegado. Se paraba, en otras ocasiones, a escuchar el planteamiento de una persona interesada en consultarle.
Y, siempre, por supuesto, tenía su oficina disponible para cualquier persona. Una vez, Carlos quería hablar con él. Se dirigió a la recepción para notificar que quería hablar con el director. La recepcionista se puso en contacto y el director le dijo que estaba ocupado. Dentro de media hora podría atenderle. Siguió al teléfono y escuchó las palabras de contrariedad de Carlos.
El propio director le pidió a la recepcionista que Carlos se pusiera al teléfono. Le preguntó a Carlos si tenía inconveniente en ir media hora más tarde. Carlos le contestó que le venía mal. El director le dijo entonces que le diese diez minutos y que trataría de atenderlo de inmediato. Carlos se quedó sorprendido de que el propio director le hablase. Se calmó y esperó. A los diez minutos salió el director a recepción para indicarle que pasara a su despacho.
Carlos se dio cuenta de que no permitía que la ansiedad tomara asiento en nadie. En la conversación que mantuvo con él, observó que tenía muy bien diseñado el plan que le iba a ofrecer a él para el próximo curso. Le indicó las razones, el plan económico, las posibilidades de compaginar algunas otras clases y un plan de trabajo para su esposa.
Carlos no daba crédito a lo que estaba pasando. Pensó que ni el padre más avezado hubiera tenido en cuenta todas las circunstancias oportunas para alcanzar todos los objetivos. ¿Estaba viviendo un sueño deseado, imaginado? Tenía que aceptar que era real y que se iba a cumplir con la palabra del director.
Carlos recordaba como, en una ocasión, se acercó y le manifestó la satisfacción de los padres con sus clases, con su trabajo y con el trato con los estudiantes. Se lo dijo de una forma sencilla, natural y con cierta satisfacción de reconocimiento.
Y lo que Carlos apreciaba más era que el comportamiento del director era el mismo con todas las personas. Así tenía un equipo de personas motivadas, atendidas, sin ansiedades que transmitían esa alegría a sus estudiantes en las aulas.
Carlos concluía que el director era un Hijo de Dios. Le sacaba los mejores talentos, actitudes, visiones y generosidades de su interior. Una oportunidad maravillosa para su vida.
“Un Hij@ de Dios es feliz únicamente cuando sabe que está con Dios”.
“Ese es el único medio ambiente en el que no sufre tensión porque ahí es donde le corresponde estar”.
“Es también el único medio ambiente que es digno de él porque su valía está más allá de cualquier cosa que él pueda inventar”.
Y esta es la seguridad que se desarrollaba en el equipo de trabajo bajo la orientación del director. Todos eran Hij@s de Dios y todos colaboraban en desarrollar ese ambiente de confianza, de generosidad y de atención a los estudiantes.
Alguien expresó: “esto no es trabajar, esto es un placer”. Así se resolvían todas las incidencias de toda la comunidad educativa con la seguridad de la confianza.
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