miércoles, abril 13

EL ESPEJO SALVADOR

Carlos estaba en un alto en la montaña. Era una tarde tranquila. Su novia se había ido a otra localidad. Tenía una reunión de su organización juvenil. Carlos había dedicado esas horas de soledad a leer un libro y pensar en sus adentros ciertos temas que le interesaban.

Leía y releía los textos y se quedaba estupefacto. Aquellos planteamientos eran contrarios a toda lo que había leído de antemano. No sabía qué pensar. Estaba sorprendido porque nunca antes había conocido esto. Algo nuevo aparecía y necesitaba entenderlo, comprenderlo y digerirlo: 

“Conócete a ti mismo”. 

“Todo el mundo anda buscándose a sí mismo y buscando el poder y la gloria que cree haber perdido”. 

“Siempre que estás con alguien, tienes una oportunidad más para encontrar tu poder y tu gloria”. 

“Tu poder y tu gloria están en él porque son tuyos”. 

“El ego trata de encontrarlos únicamente en ti porque no sabe dónde buscar”. 

“El Espíritu Santo te enseña que si buscas únicamente en ti no te podrás encontrar a ti mismo porque tú no eres un ente separado”. 

“Siempre que estás con un hermano, estás aprendiendo lo que eres porque estás enseñando lo que eres”. 

“Tu hermano reaccionará con dolor o con alegría, dependiendo del maestro que tú estés siguiendo”. 

“Será aprisionado o liberado de acuerdo con tu decisión, al igual que tú”. 

“Nunca olvides la responsabilidad que tienes hacia él, ya que es la misma responsabilidad que tienes hacia ti mismo”. 

“Concédele el lugar que le corresponde en el Reino y tú ocuparás el tuyo”. 

Carlos no se lo podía creer. Sin embargo, no podía refutarlo. La idea de que “no era un ente separado” rondaba su cabeza. Le daba vueltas. No era una unidad sino parte de una unidad. Nunca lo había considerado. 

Concluía entonces: Nosotros somos tal cual nos comportamos con l@s demás. La definición de cada un@ se fundamentaba en la relación. No en otra idea. No en otro concepto. No en otra consideración. 

Carlos se daba cuenta que la misma definición de Dios como amor se basaba también en una relación. El nuevo pensamiento horadaba su pecho, sus entrañas, sus planteamientos y sus presupuestos. Reconocía que en un@ mism@ no había definición. En la relación se producía el fenómeno de mostrar lo que había en el interior. 

Tal como nos dirigimos al otr@, nos dirigimos a nosotr@s mism@s. Si lo/a tratamos con descuido, nos tratamos con descuido y somos descuido. Si lo menospreciamos, nos menospreciamos a nosotr@s mism@s y somos menosprecio. Si lo tratamos con amor, nos tratamos con amor y somos amor.

Carlos quedaba en silencio, mirando el ocaso del sol en el horizonte. La última frase se deslizaba ante sus ojos: “Concédele el lugar que le corresponde en el Reino y tú ocuparás el tuyo”. Repetía estas lecturas y no podía, por menos, que aceptarlas como verdaderas.

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