martes, abril 5

LA DICHA

La dicha aparece casi sin darte cuenta. Es un elemento alado que revolotea a tu alrededor y te hace olvidarte de todos los múltiples quehaceres de tu incansable mente. 

Te relaja, te tranquiliza, te centra y te llena de significado. Te llena de emoción, de sorpresa y de encanto. Todo desaparece de tu atención excepto aquello que te mantiene centrado y emocionado. 

No sabes cómo pero te has quedado absorto. No sabes cómo pero todo se ha diluido a tu alrededor. La paz del interés se ha despertado y no te merece distraer la atención por el bienestar que sientes y sigues disfrutando. 

La dicha no sabe de tiempo, sabe de experiencia. No sabe de tiempo, sabe de entrega generosa y silenciosa. No sabe de tiempo, vive en la eternidad prendida de tu mente preciosa. 

La dicha es contagiosa. Se vive, se comparte, se observa, se palpa. La dicha es un recuerdo de tu mente poderosa. Mente prendida de tu Creador y del compañero que siempre anda contigo cuando buscas la luz, tu amigo Jesús. 

La dicha se expande, se hace grande, abarca, no tiene límites. La dicha hace vibrar los elementos gozosos de la vida. La dicha se experimenta, nos envuelve y nos da una visión de sencillos caminantes. 

“Si eres la Voluntad de Dios, y no aceptas Su voluntad, estás negando la dicha”.

“El Espíritu Santo siempre te guiará acertadamente porque tu dicha es la Suya”.

“Eso es lo que Su Voluntad dispone para todos porque habla en representación del Reino de Dios, que no es otra cosa que dicha”. 

“Seguirle, por consiguiente, es la cosa más fácil del mundo, y lo único que es fácil, ya que no es de este mundo”. 

La dicha nos entrega, humilde, su gozo y su ternura en la paz del equilibrio y en el camino de la sabiduría.

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