Julio jugaba con sus piedras y con el charco de agua que había delante de él. Le gustaba tirar las piedras al agua. Observaba el conjunto concéntrico de ondas que se desplegaban alrededor del impacto de la piedra con el agua. Unas ondulaciones bien delineadas, formaban un dibujo concéntrico en movimiento de una armonía trémula y bella.
Sus ojos seguían las ondas. Veían la irradiación de energía. Se percibía en todas direcciones y no excluía ninguna. ¡Qué paz sentía en su apreciación de la figura! ¡Qué confianza le daban esas leyes que no se olvidaban de nada!
La superficie del agua dejaba expresar esas leyes en la tranquilidad de la tarde. La brisa le acariciaba su cara. Los rayos de sol oblicuos le daban sesgos de luz a su mirada. Un ruido en forma de “chop” le atraía la atención, le centraban sus pensamientos.
Julio, con sus pensamientos, colocaba en ese “chop” a la energía creadora. Una energía que tenía equilibrio, armonía, plenitud y todo lo abarcaba. Una energía definida como amor por las palabras, por la emoción, y por los ojos húmedos de su alma.
Amor que se desgranaba en unas frases escritas en el trozo de un papel. Lo miraba, lo leía, descansaba, veía las ondas, el sol de la tarde descendiendo detrás de las montañas, su imaginación sintiendo la verdad de las afirmaciones de una energía que ante su mente se paraba. De allí, en círculos concéntricos, por todo su cuerpo se ampliaban.
Quería entender el “chop” de esa energía en el interior de su alma. Energía que lo embargaba en esos momentos finales del sol en la línea de la montaña. Levantó el papel, se lo acercó a los ojos y empezó a leer en voz alta para no permitir entrar otro ruido que el vibrar de sus palabras. Decían así:
“Si lo que la Voluntad de Dios dispone para ti es paz y dicha absolutas, y eso no es lo único que experimentas, es que te estás negando a reconocer Su Voluntad”.
“Cuando no estás en paz ello se debe únicamente a que no crees que estás en Él”.
“Su paz es absoluta y tú no puedes sino estar incluido en ella”.
“Sus leyes te gobiernan porque lo gobiernan todo”.
“No puedes excluirte a ti mismo de Sus leyes, si bien puedes desobedecerlas”.
“Si lo haces, no obstante, y sólo en ese caso, te sentirás solo y desamparado porque te estarás negando todo”.
En el último “chop” de la tarde. En los últimos rayos del sol yéndose detrás de la montaña, Julio sintió un estremecimiento lleno de paz, comprensión y entendimiento.
Se encontraba dentro de las leyes del “chop” en sus aros circulares y en las leyes de la inclusión que lo unían en su hondura con su Creador. Julio se sentó sintiéndose solo aquella tarde. Se levantó sintiéndose parte de todo con su Creador. Un círculo concéntrico de amor alcanzó su mente, su cabeza, su ilusión y su palpitante corazón.
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