martes, mayo 31

CONFIANZA, APERTURA, UNIDAD

Raúl se debatía interiormente. Quería conocer esa afirmación de ser como niños para alcanzar la dicha del gozo y de la iluminación. Se preguntaba qué cualidades del niño entraban en juego en ese contexto. 

Había escuchado muchas propuestas. No todas le convencían. Sus pasos le llevaban de una forma automática por aquel prado, por aquellas montañas, por aquellos senderos que pasaban muchas almas. 

Disfrutaba del ambiente, de la vista, de la brisa y del ruido de sus botas. Sentía como se clavaban en cada paso que daba. Iba lento, despacio. Nada le empujaba ni le aceleraba. 

Raúl entendía que una de las cualidades infantiles era la confianza. Una confianza total en sus padres, en sus palabras, en sus orientaciones y en sus ideas que abiertamente compartían y le enseñaban. La seguridad del amor lo envolvía todo de un agradecimiento total. 

No entendía aquella historia que le contaron acerca de un padre jugando con su hijo. Lo elevó a una altura. Le invitó a que se tirara. El muchacho confiado inició su vuelo a los brazos de su padre. El padre se apartó. No le ofreció sus brazos. 

Dejó que el muchacho diera con sus huesos en el suelo, todo desconsolado y frustrado. Un padre duro e implacable le espetó: “Nunca te debes fiar de nadie, ni de tu propio padre”. 

Una forma de romper los vínculos de la confianza por la desagradable sensación de la pura desconfianza. Así quería que abandonara la cualidad infantil por otra más madura y adulta. Un terror para el muchacho. Parecía que el padre había descubierto poca confianza en el mundo adulto. 

Sin embargo, Raúl había notado los buenos resultados de la confianza en los adultos. Un enfermo que espera recibir palabras de apoyo, de ánimo y de franqueza en su doctor. La confianza funcionaba. Las palabras del doctor se tomaban al pie de la letra. Se las consideraba. 

En algunas ocasiones, ante una duda en su camino, le habían dicho: “no te preocupes, ese señor es un hombre de palabra. Ten confianza”. Y esta afirmación le había calmado su interior, su inquietud. Había recobrado la paz. 

Por ello, a pesar de todo, Raúl seguía viendo la confianza como un elemento esencial en su camino. Dar confianza, recibir confianza era vital. Una cualidad encomiable que produce una buena siembra de bondad. 

Otro autor le dijo que los niños siempre preguntan. No saben el significado de lo que captan, oyen, ven, leen y lo preguntan. La persona cercana tiene el medio de clarificar la cuestión oportuna. Los niños no lo saben todo. Quieren saberlo y preguntan. 

Los adultos, respecto a la vida, creen que lo saben todo. Raúl se acordaba de una conversación que tuvo con una persona mayor. Raúl le compartía sus proyectos, su visión amable del ser humano, su entusiasmo y el respeto por todos los demás. 

La persona mayor le decía que ya se haría mayor y que todos esos fuegos juveniles de naturalidad, confianza y buen ambiente se le irían diluyendo en la dureza de muchos momentos. 

Raúl se descorazonaba. En algunos instantes temió hacerse adulto. Pero, su fuerza interior luchaba con ahínco y con destreza. El ser humano era genial y no podía, de ninguna manera, menospreciarlo. Nadie se lo merecía. 

Y comprobaba que los adultos parecían que lo sabían todo. Conocían la vida, conocían sus vericuetos y estaban hartos engreídos de que ya lo habían aprendido. Una cualidad que no existía en el niño. 

Raúl se daba cuenta de que su planteamiento no podía abandonar la actitud del niño: buscar siempre la respuesta al significado de las cosas de la boca de las personas sabias. Decidió que no quería perderse esta cualidad infantil. 

Respetaba a las personas sabias que se le cruzaban en la vida. Admiraba a las personas que conservaban sus tesoros de búsqueda sincera y continua. Él quería seguir ese camino en su vida. 

Raúl reconocía que había mucho para saber y aprender. Y ese proceso no terminaba nunca. En su interior, decidió unas palabras que se repetía de continuo: “Este niño interior deseoso de aprender no saldrá nunca de mí”. 

Siempre le gustaba rodearse de buenas personas, agradables, sabias y poder compartir con ellas, en hermosas conversaciones, sus inquietudes de la vida. Eran momentos supremos. Eran momentos de delicia. Aprender era el placer más gozoso de su existencia. 

Se quedó sorprendido al escuchar que las personas siempre piden amor. Unas lo hacen directamente. Son muy pocas las personas que admiten su necesidad en esta área. Otras lanzaban algunas palabras molestas. La barrera les impide compartir su propia necesidad. 

Y otras, las más torpes, atacaban a las otras personas. Raúl se quedó estupefacto cuando una persona sabia le decía que no lo interpretara como ataque. Era una forma de decir que la amaras. Raúl no cabía en sí de asombro. Aparentemente no sonaba así. 

Pero le gustaba tener esta cualidad de aprendizaje de un niño. Le decía la persona sabia que la interpretación era siempre la misma: falta de amor. La persona es esencialmente amor. Cuando la persona es amada, se equilibra. El amor dulcifica, apacigua y llena esa carencia interior. 

Raúl entendía a ese muchacho que recibió esa frustración por los brazos del padre que desaparecieron. Un alma así necesitaba el amor para restablecer el equilibrio interior de su vida emocional. Su forma de pedirlo tendría que nacer del enojo y de la desconfianza. 

Raúl se afianzaba en sus principios de niño. La confianza y el aprendizaje serían sus aliados continuos en su deambular por la vida. Con estos principios se acercó a estos pensamientos: 

“Herman@ mío, tú eres parte de Dios y parte de mí”. 

“Cuando por fin hayas visto los cimientos del ego sin acobardarte, habrás visto también los nuestros”. 

“Vengo a ti de parte de nuestro Padre a ofrecerte todo nuevamente”. 

“No lo rechaces a fin de mantener oculta la tenebrosa piedra angular, pues lo protección que te ofrece no te puede salvar”. 

“Yo te daré la lámpara y te acompañaré”. 

“No harás ese viaje sol@”. 

“Te conduciré hasta tu verdadero Padre, Quien, como yo, tiene necesidad de ti”. 

¿Cómo no ibas a responder jubilosamente a la llamada del amor”. 

Raúl se sentía emocionado al constatar esa compañía que siempre ansiaba en su interior. La descubría de un modo especial. “Yo te daré la lámpara y te acompañaré”. Recibía la lámpara. Tenía su misión. Tenía la posibilidad de ver en la oscuridad. Pero, también, sentía la compañía. 

Raúl se reafirmaba en su decisión. Ese niño interior salía. La luz en la mano. La compañía a su lado. Y esa enorme seguridad que lo envolvía. “No harás este viaje solo”. “Te conduciré hasta tu verdadero Padre”. Raúl no cabía en sí de gozo. 

De una forma consciente elegía. De una forma consciente se dejaba orientar como un niño. De una forma consciente aceptaba el aprendizaje de la sabiduría suprema. Así Raúl aprendía que el niño era confiado de forma inconsciente. El niño-adulto aprendía confianza de forma consciente. 

Era como un viaje de retorno a nuestra infancia pero de forma totalmente consciente. El niño confiaba totalmente inconsciente y vivía su cielo. El niño-adulto confiaba totalmente consciente y vivía su cielo profundo.

lunes, mayo 30

TIEMPO, ETERNIDAD, DICHA

Julio estaba jugando con unos dados en su mano, resbalaban entre sus dedos, una y otra vez. Parecía que los estaba sintiendo. Pero, su mente estaba lejos, muy lejos. Sentado en la mesa, un libro abierto, la ventana dejando pasar la brisa, un horizonte lejano y azul. El sol cayendo enviaba sus rayos paralelos al terreno. Deslumbraba su mirada.

Julio se adentraba con sus ojos en esa luz intensa que chocaba con sus pupilas y las empequeñecía. La miraba de frente. Le daba sensación de irrealidad, de misterio y de una nueva visión luminiscente. 

Sus ojos reflejando esa luz del atardecer y su mente lidiando con los conceptos de temporal y eterno. Recordaba de joven cuando empezaba a reflexionar y la incomodidad que le supuso pensar en la eternidad como aquello que se repite y que nunca se acaba. 

Julio pensaba que el aburrimiento sería eterno. El vacío sería eterno y lo no acabado sería insufrible. Acabó por desterrar de su mente la idea de eterno. La idea de que nunca se acaba. Le dolía en el alma. Le dolía en el pensamiento. Nunca el tiempo dejaba de ser. 

Un nuevo concepto había llegado a su mente de eterno. La idea del tiempo no era lo esencial. En muchos momentos se había quedado tan absorto en el estudio, en el juego, en la conversación y en sus pensamientos que el tiempo se le había pasado sin darse cuenta. 

Julio descubría que la longitud de tiempo no era lo esencial. Lo que realmente importaba era esa sensación de plenitud que experimentaba cuando se centraba y disfrutaba. En algunas ocasiones le habían interrumpido una conversación donde él y uno de sus amigos disfrutaban sin darse cuenta del correr del tiempo. 

Se había quedado sorprendido. Pasaron tres horas y tuvieron la sensación de que habían estado solamente una media hora. ¡Qué experiencia tan maravillosa! ¡Qué experiencia tan estupenda! Julio empezaba a concebir otro concepto: cuando se está disfrutando, el tiempo se para, no pasa. 

Si el tiempo no pasa, entonces, la eternidad, en lugar de ser mucho tiempo, podría ser el no-tiempo. Este concepto se abría paso en la mente de Julio. El no-tiempo es el momento de intensidad preciosa placentera donde la mente olvidaba el lugar y el tiempo que pasaba. 

Así las expresiones de “vida eterna” no tenían la consideración de su duración sino la cualidad de no-tiempo por lo maravillosas, extraordinarias, placenteras, dichosas y entregadas. Esas experiencias, pensaba Julio, no deberían acabar nunca. Y ese pensamiento lo ligaba con el de la eternidad y entonces todo cambiaba. 

Julio se daba cuenta de que en su reflexión juvenil había tenido en cuenta la duración del tiempo. Ahora, más mayor, se fijaba en la cualidad que la expresión “eterna” le daba a la vida. Se estaba sorprendiendo él mismo. Un cambio significativo en su campo de comprensión. 

Julio deducía que lo importante no era la duración. Lo importante era la cualidad de maravilloso que tenía. Y eso ya lo había experimentado en algunas ocasiones. Así que concluyó que tiempo y eternidad eran dos conceptos distintos. 

Tiempo se refería a la duración. Eternidad se refería al gozo de la experiencia. El tiempo marcaba la extensión, la longitud de su discurrir. La eternidad fijaba en el gozo su presencia y entonces la extensión no se producía. Se quedaba fija en el punto que se daba. La eternidad era igual al no-tiempo. 

Con esto en mente decidió leer el párrafo donde los conceptos de eternidad y tiempo aparecían. Ahora tenía un concepto mucho más certero: 

“La arrogancia es la negación del amor porque el amor comparte y la arrogancia no”. 

“Mientras ambas cosas te parezcan deseables, el concepto de elección, que no procede de Dios, seguirá contigo”. 

“Si permites que lo temporal te preocupe, estarás viviendo en el tiempo”. 

“Como siempre tu elección estará determinada por lo que valores”. 

“El tiempo y la eternidad no pueden ser ambos reales porque se contradicen entre sí”. 

“Sólo con que aceptes lo intemporal como lo único que es real, empezarás a entender lo que es la eternidad y a hacerla tuya”. 

Julio se afirmaba en sus conclusiones. Era consciente de que la arrogancia estaba situada en el tiempo, en lo temporal. No ofrecía ese gozo que fuera capaz de hacer desaparecer el tiempo. En cambio, el amor sí tenía ese poder y esa cualidad. 

Julio se sentía pleno. Ahora la expresión “vida eterna” se llenaba de un nuevo brillo, de un nuevo fulgor, de una nueva visión. Eran las experiencias diarias vividas con la dicha de amar.

domingo, mayo 29

PAZ, CONCIENCIA, TRANQUILIDAD

Germán estaba una mañana en una celebración de los vecinos de su barrio. Todo era algarabía, alegría, gozo, diversión. Cada casa había adornado su fachada. Cada familia había aportado la comida a una gran mesa dispuesta en un parque cercano.

Una comida conjunta. Todas las familias unidas. Todos charlando. Todos departían. Germán observaba que había una buena organización. Unos se divertían con juegos de grupo. Otros adornaban el lugar. Las vecinas se dedicaban a los menesteres de la comida. 

Los pequeños disfrutaban con todo tipo de juguetes, bicicletas, trenes y diversos artilugios que compartían unos con otros. Las pequeñas señoritas hablando en sus corrillos de los chicos, de las señoras, de la estética y esas cosas que les interesaban a su edad. 

El tiempo correspondía a la celebración. Un domingo agradable, soleado, con una brisa suave que daba la temperatura adecuada. El parque abría sus brazos y los acogía a todos con sus sombras, sus verdes, sus aguas corriendo y los susurros entre sus hojas. 

Las conversaciones proliferaban. Las ayudas de unos a otros se brindaban. Una gran cantidad de acciones dentro de una excelente amabilidad entre todos. Germán gozaba con el espectáculo, con el lugar, con el tiempo agradable y con las personas que saludaba. 

Se retiró a un lugar con una copa de refresco en su mano y una tranquilidad de espíritu ante la novedad del día. De improviso, un ruido discordante le llamó la atención. Una vecina gesticulaba con sus manos, con sus gritos, trataba de dirigir a un grupo de asistentes. No estaba de acuerdo con lo que hacían y al no sentirte atendida empezó a gritar de forma incontrolada. 

Era una vecina sensata, muy preparada, muy dispuesta siempre a la ayuda. Tenía, eso sí, un carácter muy firme, dominante e impositivo. Al no poder imponerse se encolerizó y perdió el control de la situación, y se puso histérica. Germán se sintió muy incómodo. 

En eso, se levantó un señor de unos cincuenta años y se dirigió hacia ella. Sin mediar palabra, le espetó un guantazo en la cara. Germán se quedó estupefacto. Esperaba que la reacción fuera mortal. El silencio se hizo tenso y temeroso. 

Para sorpresa de Germán, la vecina se calmó. La sentaron en una silla. Y preguntó qué había pasado. Germán no lo podía creer. Fue poco a poco comprendiendo que había entrado en histeria. Y era necesario que un tratamiento de choque la hiciera retornar a su paz interior. 

Germán comprendió que en el momento que esa vecina quería llamar la atención de aquel grupo, lo había hecho de tal manera que se había atacado a ella misma. Ahora comprendía mejor lo que había leído: 

“Todo ataque es un ataque contra uno mismo”. 

“No puede ser otra cosa”. 

“Al proceder de tu propia decisión de no ser quien eres, es un ataque contra tu identidad”. 

“Atacar es, por lo tanto, la manera en que pierdes conciencia de tu identidad, pues cuando atacas es señal inequívoca de que has olvidado quién eres”. 

“Y si tu realidad es la de Dios, cuando atacas no te estás acordando de Él”. 

“Esto no se debe a que Él se haya marchado, sino a que tú estás eligiendo conscientemente no recordarlo”. 

“Si te dieses cuenta de los estragos que esto le ocasiona a tu paz mental, no tomarías una decisión tan descabellada”. 

Germán, aquella mañana, entendió muchas ideas de estas palabras. La vecina había tomado una dirección inadecuada en sus pensamientos. Creía que se dirigía a los demás y se estaba atacando a sí misma. 

Perdió la paz y su propia consciencia. Germán entendió que nunca ninguna circunstancia justificaba perder la paz, el amor, la comprensión y la exquisita amabilidad con los demás. 

Así, con el recuerdo de aquella experiencia, las palabras del ataque se grabaron en su corazón.

sábado, mayo 28

AMOR, PODER, DECISIÓN

Rubén no daba crédito a lo que estaba leyendo. Era la primera vez que se enfrentaba con una afirmación de este tipo. Tanto tiempo le habían repetido que era una criatura caída que había concluido por admitir que todo él era un problema.

Ahora Rubén, en su lectura, descubría que su mente era santa. Todo se removía dentro de él. Todo se ponía en guardia en su interior. ¿Era posible lo que estaba leyendo? Por primera vez escuchaba algo bueno de su existencia y de su persona como esencia. 

Rubén dejó de leer. Estiraba los brazos. Se recostaba en su silla. Su mente, sorprendida, lidiaba con el nuevo concepto que llegaba a sus dominios. Era tan novedosa la afirmación que la recibía como un haz luminoso que le deslumbraba en el camino. 

Se levantó. Se volvió a sentar. - ¿Cómo es esto posible? – Se preguntaba, se repetía, se ampliaba su horizonte. Era una solemne afirmación que necesitaba confirmarla con otros argumentos más sólidos. 

Rubén continuó leyendo: 

“Tu santa mente determina todo lo que ocurre”. 

“La respuesta que das a todo lo que percibes depende de ti porque es tu mente la que determina tu percepción de ello”. 

“Dios no cambia de parecer con respecto a ti, pues Él no duda de Sí Mismo”. 

“Y lo que Él conoce se puede conocer porque no se lo reserva para Sí Mismo”.

“Te creó para Sí Mismo, pero te dio el poder de crear para ti mismo a fin de que fueses como Él”. 

“Por eso es por lo que tu mente es santa”. 

“¿Qué podría haber que fuese más grande que el Amor de Dios?”.

“¿Qué podría haber, entonces, que fuese más grande que tu voluntad?”. 

“Nada externo a tu voluntad te puede afectar porque, al estar en Dios, lo abarcas todo”. 

“Cree esto, y te darás cuenta de hasta qué punto todo depende de ti”. 

Rubén recibía todos estos argumentos como una lluvia fuerte en su persona. Era una nueva agua, desconocida. Un sol brillante que salía por el horizonte. Una luna maravillosa que alumbraba al caminante. 

Resoplaba con sus labios, con su voz, con su garganta. Movía su cabeza de lado a lado. No podía ser posible, se repetía. Y, sin embargo, algo en su interior le daba una suave y cálida bienvenida. 

Los circuitos de su mente se ponían en comunicación rápida y simultánea. El ser caído se convertía ahora en la santidad de su mente y en la creatividad de su vida y de sus decisiones. 

Recordaba la vida de Nelson Mandela. Muchos años encarcelado físicamente en una prisión. Pero su espíritu era libre, creativo, amante, poderoso y sensible. Aquel hombre desarrolló esa mente santa. Y supo liberar a su pueblo de la opresión y del desprecio. 

Rubén recordaba las palabras de este hombre cuando tomó posesión del cargo de presidente de Sudáfrica. “El hombre no tiene miedo de su oscuridad, de sus egoísmos, de sus enfrentamientos. Parece que prefiere vivir en ese lugar. El hombre tiene miedo de su luz, de su amor, de su unión”. 

Ahora Rubén vibraba con este descubrimiento de su mente santa. Todo dependía de él mismo. Rubén se daba cuenta que había creado su mundo con sus pensamientos y con sus opiniones. 

Ahora, con esta seguridad, podría crear pensamientos más acertados, más encaminados a la luz del amor. Y esos pensamientos le darían una nueva visión en la vida. 

Leía y releía: 

“Nada externo a tu voluntad te puede afectar porque, al estar en Dios, lo abarcas todo. Cree esto, y te darás cuenta de hasta qué punto todo depende de ti”. 

Rubén pensaba, digería, asumía, veía nuevos caminos, veía nueva luz, veía, sobre todo, un nuevo amanecer en su vida. Rubén empezaba a caminar en esa nueva luz que lo envolvía.

viernes, mayo 27

DENTRO, AMOR, CAMBIO, COMPRENSIÓN

Sergio estaba leyendo el texto y no se lo creía. Un flash nuevo le deslumbraba el pensamiento. Toda su vida, como profesor de lengua, había enseñado que el castellano dividía el espacio en tres lugares: esto, eso, aquello.

Recordaba la dificultad de los estudiantes americanos que estudiaban castellano. Ellos solamente tienen dos espacios: here and there [aquí y allí]. Tenían que poner entre esos dos lugares uno intermedio: aquí – ahí – allí. 

Sergio deducía que a medida que iban evolucionando las lenguas se iba reduciendo el espacio. Tres distinciones en castellano, dos en inglés. Lo práctico se imponía y la riqueza expresiva se contraía. 

Pero, esa noche estaba leyendo que solamente había un espacio: yo pienso. Eso le incomodaba. ¿Cómo era eso posible?

“Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti”. 

Esto era todo un desafío. Siempre se había considerado a sí mismo y a los demás. Su propia realidad y la realidad que le rodeaba. Muchas veces había considerado que el entorno que le rodeaba era desagradable o agradable. 

Eran sus coordenadas. Eran sus referencias. Ahora debía pensar que esas coordenadas no existían. Solamente existía una coordenada: era su pensamiento. Y ese pensamiento nadie podía afectarlo excepto él mismo. 

Se levantó de la silla. Salió de la habitación. Empezó a caminar. Dio un paseo alrededor de su casa. Su mente no había escuchado nunca esta unicidad. Este único protagonista de su vida. 

Empezaba a admitir que todo lo que veía era un reflejo de su pensamiento. El mundo que le rodeaba estaba organizado por sus ideas. “Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti”. 

La interpretación del mundo exterior que le llegaba era el reflejo de la estructura de su mente que funcionaba. Las dificultades que veía en el exterior eran las dificultades que veía en su interior. 

Recordaba que hacía unos días había decidido cambiar su pensamiento acerca de uno de sus compañeros de trabajo. Lo había entendido un poco más. Ahora, al cambiar su pensamiento, no lo veía como antagonista a sus propuestas. Ahora lo veía de otra manera mucho más positiva. 

Su compañero no había cambiado en nada. Seguía siendo el mismo. Pero, él había cambiado su pensamiento. Por ello, su mirada era distinta. Sergio vislumbraba en su experiencia que realmente el espacio quedaba reducido a la coordenada única de su mente. 

Todo lo que le rodeaba era el reflejo, la proyección de su mente. Sergio se quedó impactado. Se dio cuenta de que sus miradas provenían de su pensamiento. Si cambiaba su forma de pensar y de opinar, el mundo que le rodeaba cambiaba. 

Una luz empezó a arder en su corazón. Lo animaba. Lo elevaba. Una fuente inagotable de reflexión. Ahora comprendía las palabras de uno de sus autores preferidos. “No te preocupes en cambiar el mundo. Si cambias tú, el mundo cambiará”. 

Sergio veía que esta única coordenada de espacio era el camino para lograr el cambio personal. Así, con otra mirada, con pensamientos distintos, el mundo cambiaría. Lo vería de forma distinta.

jueves, mayo 26

DEBILIDAD, FORTALEZA, DUDA, CONFIANZA

Julio estaba adentrándose en la bioneuroemoción. Leía y releía la definición: la Bioneuroemoción es un método de consulta humanista que estudia el impacto de las emociones en nuestro cuerpo y el funcionamiento de nuestro inconsciente.

Recordaba que ya los antiguos exponían que el corazón alegre es buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos. En esta línea le habían impactado los descubrimientos de la medicina. 

Se ha demostrado que una actitud de tristeza produce en el cerebro glutamato y cortisol. Estas hormonas destruyen neuronas. Mientras la alegría genera dopamina y serotonina. Hormonas muy beneficiosas. 

La idea de separar la mente del cuerpo ha sido el campo de la medicina en todo su desarrollo. Un amigo de Julio refería que en una visita a un médico que le llevaba el control de la tensión, le preguntó las causas de la tensión alta. 

El médico, con mucha claridad, le expuso que ese no era el campo de la medicina. Como médico sabía tratarla para que no fuera nociva para el cuerpo. Las causas no estaban en el dominio de su área. 

Sin embargo, hay otros médicos especialistas que tratan de unir la mente con el cuerpo en el tratamiento y consideración de algunos trastornos. Julio veía en la bioneuroemoción una visión holística, completa del ser humano. 

Todos tenemos asociados que ciertas alteraciones del estómago están relacionadas con disgustos, reveses y emociones frustrantes. La emoción repercute en el cuerpo y lo altera. 

Julio se analizaba a sí mismo. Su seguridad radicaba en el control de todas las incidencias que llegaban a su vida. Cuando una de ellas escapaba de su control, le producía una sensación de miedo interno, de desasosiego y alteraba su organismo.

Notaba molestias en su estómago, en sus intestinos, en su intranquilidad, en la alteración del sueño. Una reacción que había aprendido en sus tiernos años de niño. Tenía que restablecer el control para dejar de sentir ese miedo que le atenazaba y que le perturbaba. 

Aparentemente nadie notaba nada. La procesión iba por dentro. Julio se repetía que todo tendría una salida. Se repetía a sí mismo que debería estar tranquilo y no preocuparse. 

Pero, su mente, acostumbrada al control, no lo aceptaba. Julio se sentía vendido por sus pensamientos. Le daba mil vueltas. Discutía con él mismo. No encontraba la solución. 

Muchas veces se había dado cuenta de que no servía de nada sentir esa desazón. Él era un hombre capaz de resolver los asuntos. Y todo, en esta vida, tiene su solución. Se aferraba a esta idea cuando el miedo le atenazaba. 

Julio, al relacionar las emociones negativas con la alteración del organismo, llegaba a la conclusión de que era una falta de confianza en él mismo. Y si desconfiaba de sí mismo, desconfiaba del poder de la grandeza divina y hacía evidente, una vez más, la pequeñez. 

Julio se sorprendía cómo estaba entretejida, en sus mínimas reacciones, esta sensación de la pequeñez. Era un hombre osado, atrevido, luchador y había conseguido muchas cosas en la vida. 

Pero, se daba cuenta de que en ciertos momentos, esta experiencia aprendida, en su infancia, de la pequeñez, todavía estaba en el fondo de su ser. Por ello, le hacía tanto bien repasar, releer y descubrir el pensamiento equivocado que provocaba tal situación. 

“Tu valía se encuentra en la Mente de Dios y, por consiguiente, no sólo en la tuya”. 

“Aceptarte a ti mismo tal como Dios te creó no puede ser arrogancia porque es la negación de la arrogancia”. 

“Aceptar tu pequeñez es arrogancia porque significa que crees que tu evaluación de ti mismo es más acertada que la de Dios”. 

“Si la verdad es indivisible, tu evaluación de ti mismo tiene que ser la misma que la de Dios”. 

“Tú no estableciste tu valía, ésta no necesita defensa”. 

Julio iba desmontando en su interior esos pensamientos erróneos. Iba rompiendo la estructura que había edificado durante años. No hay control que pueda resolverlo todo. Siempre hay algo que escapa a ese control. 

Julio descubría que no se trataba de dirigirlo todo. Su posición cambiaba al aceptar que en cada momento era una persona creativa. Era una valía divina por creación. Y con esa valía por derecho de todo ser humano, se sentía capaz de resolver toda incidencia que pusiera en duda sus cimientos. 

Julio releía la cita: “tu valía se encuentra en la Mente de Dios y, por consiguiente, no sólo en la tuya”. Con esa compañía, con esa verdad, con esa comprensión de su esencia, Julio encontraba otra falla superada en la estructura de su ser.

Se sentía feliz. Se sentía contento. Se sentía como un crío que descubre por primera vez el mar. Se enamora de su amplitud, de su belleza y del hermoso color de esas amorosas olas que se acercan a sus pies.

miércoles, mayo 25

TRABAJAR, CUIDAR, LIMPIAR, SEPARAR

Javier estaba trabajando esa tarde en los alrededores de su casa. Toda la naturaleza estaba en su apogeo. Se daba cuenta que hacía cierto tiempo que no había atendido a sus plantas, a sus flores, a sus caminos llenos de hierbas y matojos.

A Javier le gustaba pensar en el cuidado del campo porque veía su correspondencia en el cuidado de la mente. Había momentos que debía arrancar las hierbas no productivas. Debía limpiar ciertas plantas. La poda era necesaria para proporcionar nueva energía. 

Así no podía dejar el campo mucho tiempo porque su apariencia se cambiaba por completo. Su inercia le llevaba por otros derroteros. El trabajo tenía que ser constante. El trabajo equilibraba al que lo hacía y a la tierra que lo recibía. Toda la energía se expresaba en una creatividad que la tierra agradecía. 

Los ojos se ponían contentos. El paisaje cambiaba. Una simbiosis de tierra y alma. Una conjunción de energía de la naturaleza y energía de la estética. Javier se sentía contento. Siempre terminaba satisfecho. Siempre se preguntaba que su mente necesitaba esos cuidados tan precisos, certeros y hermosos. 

Quitar pensamientos estancados. Arrancar hierbas improductivas. Podar ciertos planteamientos. Afinar su visión. Profundizar la tierra de su ser. La vida, el campo, su pensamiento, su alma, caminaban juntos en la misma senda. 

Javier se sentía el cuidador del campo de su mente y de su pensamiento. Con esta visión, se acercaba a las plantas que habían crecido en su corazón. Empezaba a distinguirlas. Empezaba a comprenderlas. Y veía el camino limpio de hierbajos y matojos: 

“La verdad y la pequeñez se niegan mutuamente porque la grandeza es verdad”. 

“La verdad no cambia; siempre es verdad”. 

“Cuando pierdes la conciencia de tu grandeza es que la has reemplazado con algo que tú mismo inventaste”. 

“Quizá con la creencia en la pequeñez; quizá con la creencia en la grandiosidad”. 

“Mas cualquiera de ellas no puede sino ser demente porque no es verdad”

“Tu grandeza nunca te engañará, pero tus ilusiones siempre lo harán”. 

“Es fácil distinguir la grandeza de la grandiosidad, pues el amor puede ser correspondido, pero el orgullo no”. 

Javier se daba cuenta de que cuando no cuidaba, en su campo interior, la grandeza la reemplazaba con otra planta insidiosa llamada grandiosidad. Los frutos eran totalmente opuestos. La grandeza resultaba del amor; la grandiosidad, del orgullo. 

La grandeza del amor la podía compartir con todos. La grandiosidad del orgullo era un fruto espinoso que solo podía verse pero no ser compartido. La primera llevaba al abrazo. La segunda, a la distancia, a la soledad y a la herida. Él era el cuidador y podía desarrollar la primera y arrancar la segunda. 

Un trabajo cuidadoso, lleno de atención y de mucho mimo. Unos golpes bien dirigidos para enderezar el buen fruto. El corazón agradecía esos trabajos que se tomaba Javier. Sus latidos seguían ritmos distintos según la influencia de la grandeza o la grandiosidad.

Javier se sentó en una piedra. Vio el campo delante de sí. Vio sus pensamientos. Daba gracias por tener tan claros los conceptos y tan claros los caminos. Eso era desbrozar. Eso era limpiar. Eso era ordenar. Eso era fructificar. 

La alegría lo invadió. Los conceptos claros lo envolvieron. La vida le abría sus misterios y, él, como buen jardinero, aprendía de su Creador.

martes, mayo 24

RAZÓN, DESCUBRIR, GOZAR

Carlos estaba pensando en lo que acababa de leer. “Si lo entiendes, si lo comprendes, entonces lo superas”. Se quedó un tanto desorientado. No podía ser tan fácil como decía el autor.

Sin embargo, Carlos le tenía mucha confianza a ese escritor porque le había clarificado muchas otras cuestiones de su vida. Había encontrado que tenía razón. 

Carlos se planteaba que solamente tenía que comprenderlo. No repetirlo como una idea para que fuera verdad. Debía llegar a la comprensión basado en sus experiencias y entonces podría superarlo. 

No se trataba de ningún estado especial que debía alcanzar. No debía esforzarse por seguir ningún método particular. “Si se entendía, si se comprendía, se superaba”. 

Era un camino a su alcance. No era una prueba difícil de obtener. Como estudiante libre había tenido que lidiar con muchos conceptos que no entendía. No podía asistir a las clases por estar trabajando. Tenía que resolverse todas las cuestiones por sí mismo. 

Recordaba una asignatura que debía rendir examen en junio. Un capítulo de dicha asignatura trataba de la resistencia de los materiales. En el libro había una tabla de valores que debía comprender y aplicar. 

Carlos se esforzaba en leer, comprender, tratar de ver el proceso, seguir paso a paso el desarrollo del problema. Sin embargo, no acababa de captar el funcionamiento de dicha tabla. 

Horas de reflexión. Muchas alternativas en sus ideas. Pero, la tabla seguía sin desvelar el misterio. Un compañero de clase de años anteriores tenía un hermano en ese curso. Se le ocurrió contactarlo para pedirle a su hermano que le explicara el funcionamiento de dicha tabla. 

La respuesta fue inmediata. Se fijó una fecha, una hora. Se reunieron y Carlos le expresó sus incógnitas. Con una breve indicación, la tabla de datos se le desveló ante Carlos como una herramienta de información clara y concisa. 

Carlos se alegró inmensamente. Todo estaba claro. Lo entendía. No necesitó más de cinco minutos. Su reflexión había preparado el camino y con una breve aclaración, todo funcionaba. 

Así entendía la afirmación de aquel autor. “Si se entiende, si se comprende, se supera”. 

Así que Carlos iba leyendo línea a línea e iba comprendiendo con sus reflexiones lo que leía: 

“El ego queda inmovilizado en presencia de la grandeza de Dios porque Su grandeza establece tu libertad”. 

Carlos descubría que el ego era dependencia, comparación con los demás. La grandeza de Dios es per se. No se compara con nada. Y esa grandeza está en nuestro interior. Al no compararla con nada, Carlos encontraba su libertad. 

“La grandeza está totalmente desprovista de ilusiones y, puesto que es real, es extremadamente convincente”. 

Carlos pensaba en cuántas ilusiones se habían formado en su mente por alcanzar esto, aquello. Después, una vez alcanzado, desaparecían. Era una completa frustración. En cambio, la grandeza era real. No tenía ninguna ilusión aparejada. La grandeza es nuestra naturalidad tal como somos. 

“Mas la convicción de que es real te abandonará a menos que no permitas que el ego ataque”. 

“El ego no escatimará esfuerzo alguno por rehacerse y movilizar sus recursos en contra de tu liberación”. 

“Te dirá que estás loco, y alegará que la grandeza no puede ser realmente parte de ti debido a la pequeñez en la que él cree”. 

Carlos se sentía reflejado en esta afirmación. La idea de pequeñez siempre le había acompañado. Tenía ganas de superación. No tenía medios económicos para luchar y salir por sus medios. Esto le dio una idea de debilidad en sus comportamientos. 

Ahora veía que el ego siempre busca fuera los valores personales. Carlos se aferraba a esos valores interiores que no pueden ser derrotados a pesar de los inconvenientes económicos. Su grandeza estaba en él. No iba a luchar con esas ideas de carencia. 

En algunos momentos se había revelado por la carencia económica. Pero había descubierto que dicha carencia le había hecho desarrollar habilidades impensables. Y se afirmaba que la grandeza estaba en él como en cualquier otro ser humano. La verdad radicaba en el interior. 

Muchos le habían llamado loco por emprender sus estudios universitarios con tan pocos recursos económicos. Pero, en su corazón no tenía ninguna duda. Creía en él mismo. Luchó y lo consiguió. La pequeñez del ego no lo había detenido. 

Y en esos momentos de reflexión veía que el autor tenía razón. Cuando hay una claridad, una voluntad firme y una comprensión de las fuerzas que se mueven dentro de nosotros, no hay nada que nos pueda parar. El ego no puede detenernos. 

“Pero tu grandeza no es ilusoria porque no fue invención tuya”. 

“Inventaste la grandiosidad y le tienes miedo porque es una forma de ataque, pero tu grandeza es de Dios, Quien la creó como expresión de Su amor”. 

Carlos empezaba a comprenderlo. Veía ese punto claro en su vida, en sus pensamientos, en sus reflexiones de cada día. Y esa fuerza lo acompañaba. Le daba paz. Era su delicia y su tranquilidad se asentaba en su respiración. 

“Desde tu grandeza tan sólo puedes bendecir porque tu grandeza es tu abundancia”. 

Esos años de estudios universitarios se habían convertido en sus descubrimientos más excepcionales. En todos los campos del saber, pero, en especial, en su interior que había sido asediado por las llamas del ataque feroz para que dejara de estudiar. 

Había terminado sus estudios con plenitud. Reconocía esa grandeza que el Creador le había ido sacando desde el fondo de su corazón.

lunes, mayo 23

AMOR, GRANDEZA, IMPRESIÓN

Julio estaba escuchando en una charla el concepto de neuroplasticidad. Se quedaba asombrado por las cualidades que el orador estaba comentando en su presentación.

Decía que los pensamientos eran capaces de cambiar el funcionamiento del cerebro. Los pensamientos influían sobre él. Utilizaba un símil fácil de captar. Todos sabemos distinguir entre el hardware y el software. El hardware es el elemento físico. El software, el programa que hace funcionar la parte física con las órdenes programadas. 

El cerebro es el hardware y los pensamientos son el software. La neuroplasticidad indicaba que el software es capaz de moldear el hardware, el componente físico. 

Julio no dejaba de maravillarse de la influencia de los pensamientos. Esa influencia no se extendía a los demás. Su repercusión modelaba su propio cerebro. 

Empezaba a darse cuenta del poder que tenemos en nuestros cerebros. El poder que tenemos en nuestras reflexiones y en las ideas que albergamos. Un pozo sin fondo en nuestras manos. 

Se maravillaba. Se asombraba. Era genial. Era estupendo. Ante nosotros teníamos una infinita posibilidad de crecimiento. Julio no sabía qué pensar. Nunca le había dado tal trascendencia a sus propios pensamientos. 

Sin darse cuenta siempre había buscado el poder en el exterior. Una acción exterior podría darle su plenitud. Muchos años había navegado en esos mares. Pero, esa tarde se daba cuenta que lo más profundo y hermoso se encontraba en su interior y en la valoración que hacía de sí mismo. 

No dejaba de admirar al ser humano. No dejaba de sorprenderse del poder de la mente, del poder del espíritu, del poder de sus pensamientos. Veía en ellos el poder de creación. Los pensamientos [software] moldeando su parte física [hardware]. 

Una nueva serie de conexiones, de redes, se formaban con la influencia de las nuevas ideas. Había oído tantas veces que somos cocreadores con Dios que en esos momentos veía, de una forma tangible, ese poder creador en marcha. 

Julio veía, en esos planteamientos, posibilidades infinitas. Una grandeza total por la capacidad albergada por el cerebro y sus ramificaciones nerviosas comunicativas. 

Esto se conjugaba con la lectura que tenía delante: 

“La grandeza es de Dios y sólo de Él”. 

“Por lo tanto se encuentra en ti”. 

“Siempre que te vuelves consciente de ella, por vagamente que sea, abandonas al ego automáticamente, ya que en presencia de la grandeza de Dios la insignificancia del ego resulta perfectamente evidente”. 

“Cuando esto ocurre, el ego cree – a pesar de que no lo entiende – que “su enemigo” lo ha atacado, e intenta ofrecerte regalos para inducirte a que vuelvas a ponerte bajo su “protección””. 

“El autoengrandecimiento es la única ofrenda que puede hacer”. 

“La grandiosidad del ego es la alternativa que él ofrece a la grandeza de Dios”. 

“El propósito de la grandiosidad es siempre encubrir la desesperación”. 

“No hay esperanza de que pueda hacerlo porque no es real”. 

“Es un intento de contrarrestar tu sensación de pequeñez, basado en la creencia de que la pequeñez es real”. 

Julio lo estaba teniendo claro. Esa pequeñez que en muchos momentos de su vida lo había atenazado, lo había desvalorizado, no tenía frente a la neuroplasticidad y a la grandeza de Dios ninguna razón de ser. No tenía ninguna realidad. El hombre podría sentirse de muchas maneras. Pero, nunca era real su pequeñez. 

Su corazón latía. Sus pulmones se ensanchaban. La grandeza de Dios estaba en cada un@ de Sus Hij@s. Su pensamiento iba desde la neuroplasticidad a la grandeza divina. Y su cuerpo se lo agradecía. Todas las células vibraban contentas. 

Julio se seguía sorprendiendo. Julio aceptaba la verdad. No lo dudaba. Se encontraba en esos momentos donde dos caminos se presentaban ante él. Y en esos momentos no tenía ninguna duda. Tenía el firme convencimiento de su razón, de su experiencia, de su vida y de la eterna bondad. 

Julio daba gracias a los cielos. Daba gracias a la investigación. A esos científicos que habían descubierto la neuroplasticidad y a esas afirmaciones de la grandeza de Dios llenando todos los huecos vacíos de su personalidad. 

La sonrisa en su cara, el gozo en su mirada, impulsaban nueva sangre y nueva alegría en su corazón.

domingo, mayo 22

DUDA, SEGURIDAD, CONFIANZA

Sergio reconocía que había acontecimientos que le bajaban mucho su ánimo. Se veía afectado por ellos. Su sensibilidad sufría. Sentía un enorme peso encima de él. Se le nublaba la vista y todo se le cerraba en su horizonte. 

Trataba de mostrar buen aspecto a los demás. No quería preocuparlos con sus debilidades anímicas que de vez en cuando le visitaban. Sergio se preguntaba cómo poder elevarse en esos momentos de tristeza interna. 

No tenía a casi nadie para compartir esos momentos personales. Esos momentos de soledad. Había aprendido a llevarlos solo. Era algo que les sucedería a todos y era mejor callarse. 

Esta actitud le daba un aspecto de persona equilibrada, sensata, sabia y respetada. Sergio lo oía y se decía en su interior: “nadie sabe lo que realmente me está pasando. Soy como una hoja al viento volando sin dirección ni sentido”. 

Había aprendido a no compartirlos. Muchos problemas suyos quedaban en su interior. Cierto autor le contestaba, con sus planteamientos, muchos de los interrogantes que llevaba dentro. 

Al menos tenía un amigo en secreto con el que dialogar en sus momentos de retiro. Un amigo que exponía en sus libros respuestas a preguntas del fondo interior de su vida. 

Sergio estaba contento por haberlo encontrado. Su lectura era casi como un diálogo para él. En sus momentos de meditación, de reflexión, de pensamiento aquellas propuestas iluminaban su camino. 

Desbrozaba muchos planteamientos que sentía en su interior. Una respuesta a sus inquietudes. Con él, se sentía realmente él. Le tenía mucho afecto al autor y mucha admiración. 

Esa tarde tenía un libro entre las manos que también le llegaba mucho. Libros que se escribían y que parecían que se iban haciendo compañeros en el camino de la vida. 

Sergio sentía una nueva ilusión. Un planteamiento que le sacaba de ese marasmo triste en que algunos pensamientos le sumergían en su vida. Leía y releía: 

“Siempre que pongas en duda tu valor di: Dios mismo está incompleto sin mí”. 

“Recuerda esto cuando el ego te hable y no le oirás”. 

“La verdad acerca de ti es tan sublime que nada que sea indigno de Dios puede ser digno de ti”. 

“Decide, pues, lo que deseas desde este punto de vista, y no aceptes nada que no sea digno de ser ofrecido a Dios”. 

“No deseas nada más”. 

“Devuélvele tu parte y Él te dará la totalidad de Sí mismo a cambio de la devolución de lo que es Suyo y de lo que le restaura Su plenitud”. 

Sergio se sentía animado. Esas palabras de identificación y del acercamiento amoroso le llegaban muy hondo. Ese trato le dejaba abierto el camino a la superación de su estado anímico. 

Todo un Dios cerca de él. Todo un Dios incompleto sin él. No podía pedir más. La sensación de soledad se disipaba y le abría ante sí los horizontes del día y de su felicidad. 

La vida se hacía amor. El encuentro se hacía calor de abrazo. El momento se llenaba de una profunda comprensión. Sergio, en ella, nadaba como hermoso atleta del pensamiento y de la confianza en su Señor.

sábado, mayo 21

AMOR, EGO: DOS TIPOS DE MIRADAS

Carlos había salido de una reunión con sus compañeros de trabajo. Varios temas habían tensado las relaciones entre los diferentes componentes del grupo. Discusiones que sembraban dudas en las consciencias de todos y no eran fáciles de olvidar.

Al siguiente día continuarían con sus trabajos, sus comunicaciones y sus saludos. La convivencia los mantenía unidos. A Carlos le disgustaba el ambiente creado. Pensaba que podían tener discrepancias, pero nunca desavenencias entre ellos. 

El buen ambiente del trabajo era esencial. La alegría debía rebosar de sus corazones. Los ojos siempre atentos a ayudar. Y las manos tendidas para soportar el peso en esos momentos de flaqueza de un@s y otr@s. 

Su contrariedad le quitaba la paz. Una vez más concluía que el amor era la esencia del ser humano. El amor era la esencia de las relaciones. Era el motor de la alegría de cada día. Cambiaba el color de los días nublados sin sol. 

No estaba contento consigo mismo. Se analizaba. Pensaba en su actuación. Puede que hubiera sido demasiado duro con algunas propuestas. Puede que no hubiera entendido del todo la exposición de los demás. Había elevado el tono. Y no creía que hubiera sido lo adecuado. 

Carlos llegó a casa y se metió en su cuarto. Tenía una hoja marcada en uno de sus libros. Necesitaba leerla. Necesitaba recobrar la paz, el equilibrio, la comprensión. Las emociones habían jugado un papel nada oportuno. 

Se preguntaba si habría herido a alguno de sus compañeros. No había sido su intención. Los apreciaba a todos mucho. Era cierto que la discrepancia los había cogido a todos de improviso. Esa sorpresa se había dejado sentir en el ambiente. 

Nada previsto. Nada planificado. Pero, la realidad se había impuesto y los había llevado por derroteros no deseados. Carlos se dedicó a la lectura: 

“Es perfectamente obvio que si el Espíritu Santo contempla con amor todo lo que percibe, también te contempla a ti con amor”. 

“La evaluación que Él hace de ti se basa en Su conocimiento de lo que eres, y es, por lo tanto, una evaluación correcta”. 

“Y esta evaluación tiene que estar en tu mente porque Él lo está”. 

“El ego está también en tu mente porque aceptaste que estuviese ahí”. 

“La evaluación que él hace de ti, no obstante, es exactamente la opuesta a la del Espíritu Santo, pues el ego no te ama”. 

“No es consciente de lo que eres, y desconfía totalmente de todo lo que percibe debido a que sus percepciones son muy variables”. 

“El ego, por lo tanto, es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor”. 

“Esa es la gama de sus posibilidades”. 

“nunca está seguro de nada”. 

Carlos reconocía que el razonamiento no había ido por el camino adecuado. La sorpresa les había jugado a todos un equivocado enfoque de la situación. Carlos se preguntaba por qué habían caído en la trampa. Se quedó estupefacto cuando descubrió que el ego no le amaba. 

Veía que ese ego sin amor se había impuesto en la discusión y los había enfrentado entre ellos. Resonaban en su interior la cualidad del ego: “es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor”. Y esa desconfianza se había hecho presente en la reunión. 

Algunos atisbos de crueldad también salieron. Carlos era consciente de esas dos fuentes que vivían en cada un@ de l@s compañer@s. La sorpresa había suscitado sus temores y se dejaron llevar. 

Carlos se hacía consciente. El ego no podía imponerse. El amor, el aprecio y la valoración que tenía de sus compañer@s eran excelentes. Ese ambiente en esa reunión nunca debería haberse hecho presente. Al menos había servido para descubrir esa parte de su interior. 

Esa noche entendió que no tenía razón esa parte. Esa noche decidió que no debía imperar esa forma de sopesar, analizar y compartir. Debía incorporar en su vida la mirada del Espíritu Santo. Iba a tener cuidado. “El Espíritu Santo contempla con amor todo lo que percibe, también te contempla a ti con amor”. Carlos decidía, en su fuero más profundo, tener esa misma mirada. 

La paz retornó a su rostro. Sus ojos descansaron de la tensión. Su respiración se aquietó tranquila. Se dejó llevar por los pensamientos del Espíritu Santo y comprobó, una vez más, que estaba hecho de amor, que era amor.

viernes, mayo 20

CORDURA, AMOR, SUPERACIÓN

Julián había salido solo aquella mañana de domingo para adentrarse en la montaña y disfrutar de la naturaleza. Tenía ganas de verse con el interior de su alma en aquellas creaciones de roca, árboles, matorrales, espinos, colores y configuraciones asombrosas.

Julián pasaba por un lugar amplio con una caseta en uno de sus lados. Recordaba con intranquilidad los gritos punzantes de un cerdo en su proceso de matanza. Sonidos agudos que resonaban en la montaña, se mezclaban con los directos y los recibía Julián con mucha incomodidad en su cuerpo estremecido. 

Era una experiencia que le había quedado en la memoria. Él era un muchacho de ciudad con mucha actividad industrial que desconocía estas artes de las comarcas rurales. 

Seguía subiendo hasta los pies de la montaña. Divisaba desde las alturas la piscina municipal con sus grandes instalaciones llenas de agua. La altura lo empequeñecía todo y parecían simples charcos de agua azul en lontananza. 

Un camino serpenteado bordeaba las dificultades y se iba introduciendo en el paso que dividía aquellas dos moles imponentes que presidían la ciudad. Julián estaba familiarizado con el lugar. Era precioso. 

La mañana estaba clara. Un día soleado. Una temperatura agradable. El ejercicio al aire libre le llenaba de oxígeno y le devolvía una buena energía que Julián la dedicaba al pensamiento y a la ligera ascensión de su caminata. 

Se dirigió a una de las laderas interiores del macizo de la derecha. Una rampa ascendente le facilitaba llegar allí donde su vista había decidido sentarse y contemplar el horizonte. 

Vistas hermosas. Vistas llenas de color. Vistas con mil figuras. Combinaciones fabulosas que llenaban su vista, su interpretación y los movimientos rumiantes de sus ideas. 

Se remontaba al pasado. Tierras habitadas por árabes. Conquistadas otra vez. Una historia amplia y larga. Ahora, Julián sentía que era su momento. Se dirigió hacia el futuro. Su mente se paró en esos lindes donde la creencia hace su asiento para interpretar lo no visto. 

Futuro en manos de proyecciones de todas clases y cualidades. Su alma estaba serena. ¿Qué depararía el futuro? ¿Hacia dónde se dirigiría su mirada y su realidad? Julián confiaba en sus lecturas y en la voz interna de su corazón. 

El futuro causaba escalofríos por temor a lo desconocido y a las relaciones que pudieran establecerse. El texto que había caído en sus manos le daba tranquilidad, seguridad, sosiego y esperanza. 

“El ego vive literalmente de tiempo prestado, y sus días están contados”. 

“No tengas miedo del Juicio Final, sino que, por el contrario, dale la bienvenida sin más demora, pues el tiempo de que el ego dispone lo - toma prestado - de tu eternidad”. 

“Este es el Segundo Advenimiento, el cual se concibió para ti de la misma manera en que el Primero fue creado”. 

“El Segundo Advenimiento es simplemente el retorno de la cordura”. 

“¿Cómo iba a ser esto temible?

Julián seguía rumiando en su mente y las matemáticas se hacían sus cábalas interiores: 

El ser humano = amor + ego

Esa era la fórmula de cada viviente

El ego = no amor

El ego se revelaba como la negación del amor. Pero negar el amor era porque, de alguna manera, se sabía que había amor allí. Julián dibujaba en su mente todos los esfuerzos para negar al amor en muchas ocasiones. A veces aceptaba la dureza de la negación como una afirmación de fortaleza. 

Muchos incidentes le habían revelado esa falta de amor. Esa potencia del ego. Muchas personas habían dejado de creer en el ser humano. Sin embargo, Julián se resistía. El amor siempre hacía aparición en situaciones precisas. 

El retorno de la cordura, pensaba Julián, se refería a la negación del ego. Es decir: 

Cordura = no ego = no [ no amor ] = amor

Así veía la plenitud de la persona. Se podría expresar: 

Ser humano = amor + cordura = amor + amor

Julián se adentraba en esas voces interiores que salen del corazón y tratan de llevarlo a la vida práctica. Esa voz le clamaba que el amor era la parte vencedora de la persona. 

Por ello, aquellos planteamientos concordaban con lo que sentía su alma. El futuro se declaraba precioso, completo, placentero y juicioso. Su corazón latía de forma inesperada. 

Una ilusión inusitada le invadía. Se incorporó. Miró a su alrededor. Sus pulmones se ensancharon. Vieron sus ojos claros lo que veía en esos momentos y en su futuro. Toda era una delicia. 

Julián fue recorriendo esa mañana de domingo aquel recorrido alrededor de las montañas. Una caminata preciosa. Le colmó su alma. Llegó a casa contento y pleno de esperanza.