Juan caminaba por la calle. Iba a realizar una gestión. Mucha gente se cruzaba con él. Mucha gente iba sumida en sus pensamientos. Juan también iba sumido en los suyos.
Sus ojos detectaban labios de personas que se movían. Hablaban en su interior y llevaban una conversación personal. Sus caras reflejaban los estados de ánimo de dichas palabras que imaginariamente intercambiaban.
Juan se dio cuenta de que él también tenía su conversación particular. Iba recordando un concepto de perfección que había leído en un libro. Recordaba al sabio que expresó en la antigüedad: “Errare humanum est”. Es propio del hombre equivocarse.
Se centraba en el pensamiento científico. El error era un camino que había que evitar. Se debían explorar otros senderos. Le gustaba a Juan el camino de la ciencia. Comprobar, verificar, aceptar o desdeñar según los resultados. Gracias a este método la ciencia había avanzado muchísimo.
Las verdades categóricas dichas por eminencias ya no tenían validez si no se verificaban en la realidad. Esa era una manera de orientarse hacia la verdad y no hacia los enunciados basados sólo en la autoridad.
Juan notaba que la experiencia y la voz interior suya le ayudaban en este camino. Notaba que lo leído eran unas afirmaciones que resonaban en su interior. Su experiencia se lo decía. La coherencia de lo escrito era clara y precisa. Una propuesta que le daba confianza, convencimiento y seguridad:
“La plenitud cura porque es algo propio de la mente”.
“Toda clase de enfermedad, incluso la muerte, son expresiones físicas del miedo a despertar”.
“Esta es una forma patética de tratar de no ver inutilizando la facultad de ver”.
““Descansa en paz” es una bendición para los vivos, no para los muertos, ya que el descanso procede del despertar, no de dormir”.
“Dormir es aislarse; despertar, unirse”.
Juan iba con sus ideas de despertar y estar dormido. Desde el punto de vista de la ciencia, se precisaba estar despierto. Así podría verificar los resultados. Así tendría una idea clara del experimento.
Estar dormido era una situación para cometer muchos errores. Comprendía la aseveración de: “errare humanum est”. La mayoría de la gente iba dormida. Seguía las mismas rutinas. Repetía las mismas reglas. No se cuestionaba ninguna. Todo era parte de un automatismo.
Despertar era vivir. Despertar era evitar las divisiones. Despertar era una experiencia maravillosa. Juan quería conocer un poco más esa idea del despertar. Un autor se la definió como “estar presente”.
Juan sabía que todos caminaban y todos pensaban en otra cosa. Él también lo hacía. Así que decidió tratar de estar presente siempre que pudiera. Dejaría su mente quieta. Si estaba caminando, solamente caminando. Pensando en sus pasos. Relajando su cuerpo. Disfrutando el ambiente.
Si estaba con alguien, estaría presente. No dejaría que su mente tratase de resolver cualquier otro asunto. Estaba con una persona y eso era, en ese momento, lo más importante.
Despertar implicaba también ser consciente de lo que estaba haciendo. La gente caminaba por la calle sin darse cuenta de que estaba resolviendo otros asuntos.
Juan decidió ser consciente de los pasos que daba. De lo que hacía su mente. De lo que hacían los demás. Y del gesto de sus pasos y su sonrisa siempre complaciente.
Así podría desarrollar su idea de ver. No quería inutilizar la facultad de ver (ser consciente). Con la consciencia todo adquiría un nuevo significado. La enfermedad era la consecuencia de estar dividido. Quería despertar a esta división. Solucionar la división.
Quería experimentar la plenitud de la mente que cura. Sin división, era la función normal de la mente. Y eso le atraía mucho. Quería vivir con plenitud. Quería sentir la plenitud.
Cuando llegó a realizar la gestión, iba lleno de alegría, lleno de entusiasmo. No estaba lejos la plenitud por esos caminos dibujados. Recogió la documentación. Se sintió atendido con mucha amabilidad. Salió satisfecho. Respiró otra vez en la calle.
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