Carlos estaba sentado una tarde en un claro de la montaña que se iniciaba desde allí hasta las alturas de las colinas que rodeaban el lugar. Un pequeño claro protegido por el abrigo de las colinas que extendían sus brazos para proteger esa porción de terreno.
Carlos se sentía protegido por las montañas. El silencio le invadía con el canto de los pájaros que, de vez en cuando, interrumpían el dulce ambiente que le rodeaba.
El color verde de los pinos. El color verde de los matojos que cobraban vida por los lugares donde nadie pisaba. El color marrón oscuro de los troncos de los árboles. Los miraba. En ocasiones, parecía que le hablaban a su interior y los sentía muy cerca.
Una sombra le cobijaba. Una mirada amplia a lo lejos le ofrecía la profundidad que alegraba su alma. Allá a lo lejos la línea del horizonte del mar fundía sus azules con el aire. Una silueta de un buque se desdibujaba en la lejanía. Se sentía bien, tranquilo, relajado y con su alma preguntando.
Aquella tarde sentía el miedo de los inconvenientes que la vida pudiera traerle. No podía pedir más. Todos sus proyectos habían llegado a término. Sin embargo, el miedo lo atenazaba. La seguridad que pedía se le esfumaba de las manos y no podía controlarla.
La vida es inseguridad. Su mente concluía. El miedo se le dejaba traslucir en su alma, en su interior. No podía comunicarla a sus hijas. No podía compartirla con su esposa. El miedo estaba allí. Se preguntaba: ¿era eso la vida?
Parecía que eso era la vida. Al menos su interior se lo devolvía en forma de miedo que le atenazaba la garganta.
Allí, sentado, sacó un papel de su bolsillo. Lo había escrito por la mañana. Lo había copiado de un libro. Estaba leyéndolo, releyéndolo. Quería volverlo a leer y captar su contenido.
“El Espíritu Santo te enseña a usar el cuerpo sólo como un medio de comunicación entre tus hermanos y tú, de modo que El pueda enseñar Su mensaje a través de ti”.
“Esto los curará, y, por lo tanto, te curará a ti”.
“No permitas que el cuerpo sea el reflejo de una mente dividida”.
“No dejes que sea una imagen de la percepción de pequeñez que tienes de ti mismo”.
“No dejes que refleje tu decisión de atacar”.
“Se reconoce que la salud es el estado natural de todas las cosas cuando se deja toda interpretación en manos del Espíritu Santo, Quien no percibe ataque en nada”.
“La salud es el resultado de abandonar todo intento de utilizar el cuerpo sin amor”.
“La salud es el comienzo de la correcta perspectiva con respecto a la vida bajo la dirección del único Maestro que sabe lo que ésta es, al ser la Voz de la Vida Misma”.
Carlos se fijaba en la frase que le rondaba la cabeza: “No dejes que sea una imagen de la percepción de pequeñez que tienes de ti mismo”.
Era una expresión nueva que llegaba a su vida. Nunca se había planteado que la imagen que tenía de sí mismo era de pequeñez. Se sorprendió. Reconocía que el miedo que sentía era algo de pequeñez en su interior.
Su confianza todavía no estaba segura. Pero, la idea le cautivaba. ¿Estaba sintiéndose pequeño frente a la vida? ¿Estaba sintiéndose indefenso frente a la vida? Tenía que reconocer que el miedo así se lo decía. No podía ser verdad. No podía aceptar esa pequeñez.
Había luchado mucho para alcanzar sus logros. Había sido victorioso en mil acciones. Sin embargo, a pesar de su coraje, el miedo le tocaba para despertarlo. No podía tener una imagen de sí mismo pequeño.
Lo que más le sorprendió de la frase era que tenía una imagen de pequeñez. Se decía así mismo que no. Se repetía que no era cierto. Tenía una imagen de confianza y de lucha. Tenía una imagen de victorias y de superaciones. ¿Dónde radicaba entonces el miedo de aquella tarde?
Carlos reconoció que una sensación de soledad se apoderaba de él. Se dio cuenta que confiaba en sus fuerzas, en sus luchas, en sus logros. A pesar de todo, no conseguía la paz.
El canto de unos pájaros le interrumpió el pensamiento. Levantó los ojos. Vio el cielo. Vio el mar. Vio los pinos. Vio el camino. Vio el color. En un flash se le coló el pensamiento. En todos sus recursos no tuvo en consideración su filiación divina.
Sabía luchar. Sabía superarse. La energía de la vida lo seguía. Su confianza empezaba a recuperarse. Observó la energía de la mente. No estaba solo. Tenía a todo un Dios con él. Tenía todo el universo consigo. Tenía un corazón lleno de amor Suyo.
Fue descubriendo la fortaleza del amor. Todo se iba aclarando en su mente. El miedo empezó a bajar sus presiones. Una nueva libertad nacía en sus células. Un nuevo riego de vida se sentía palpitar.
Una nueva visión se colocaba delante de sus ojos. Por fin, había dado con la tecla para apaciguar, tranquilizar y diluir ese miedo en el océano de la confianza que tenía ante su mirada.
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