jueves, mayo 12

RECONOCERSE A SÍ MISM@

Alberto estaba en la clase de lengua extranjera. Las primeras lecciones trataban de presentarse unos alumnos a otros. Se decían el nombre. Se comunicaban las nacionalidades. Seguían con la profesión. Se intercambiaban los gustos y los hobbies.

Se descubrían en el idioma extranjero las características físicas. Los detalles sobresalientes y decían la ropa que llevaban. Toda una serie de informaciones que hablaban de nosotr@s mism@s. 

Seguían con las costumbres del desayuno, la comida, la cena. Las horas de comida. Los ingredientes preferidos. Las relaciones familiares y el saludo más común entre las personas cuando se encontraban. 

Los estudiantes norteamericanos concebían que se podía comer en las aulas. En su país era una costumbre natural. Debían aprender que en España eso no era normal. No se podía comer en las aulas. Así las culturas se iban haciendo conscientes en los diferentes alumn@s. 

Una forma de conocerse, de tener una idea aproximada de su lugar en el mundo, de sus formas de comportarse. Alberto, después de la clase, en su habitación se decía para sí mismo que no era una forma de conocerse realmente. 

Todo lo que habían estudiado en clase era una forma de clasificarse, de ponerse en diferentes cajones de los conceptos exteriores que tenemos un@s de otr@s. Sin embargo, lo más importante del ser humano quedaba totalmente al resguardo de unos ojos profundos. 

Una forma superficial de contactar y orientarse. Lo demás podría surgir en una conversación, en una amistad, en una relación, en una hermosa conversación más privada. 

Abrió su libro y leía: 

“En última instancia todo el mundo tiene que recordar la Voluntad de Dios porque, en última instancia, todo el mundo tiene que reconocerse a sí mismo”. 

“Este reconocimiento es el reconocimiento de que su voluntad y la de Dios son una”. 

“En presencia de la verdad, no hay descreídos ni sacrificios”. 

“En la seguridad de la realidad, el miedo no tiene absolutamente ningún sentido”. 

“Negar lo que simplemente es, tan sólo puede dar la impresión de que es temible”. 

“El miedo no puede ser real sin una causa, y Dios es la única Causa”. 

“Dios es amor y Él es ciertamente lo que tú deseas”. 

“Ésa es tu voluntad”. 

“Pide esto y se te concederá, porque estarás pidiendo únicamente lo que ya te pertenece”. 

Alberto veía que esa profundidad esencial era lo que necesitaba su alma. Las clasificaciones exteriores tenían su lugar. El conocimiento interior tenía su trascendencia. 

Las clasificaciones exteriores tenían una finalidad informativa. La realidad interior tenía un germen que se reflejaba en su forma de ser, en sus creencias, en sus actitudes, en sus pensamientos y en las elecciones que a diario hacía. 

Tenía un espejo amplio en el que mirarse. Tenía una invitación para considerar la grandeza de su alma. Se le ofrecía un pensamiento de identificación con la Voluntad del Creador. Alberto vibraba, pensaba, consideraba, se alegraba y su corazón rebosaba. 

La mente de Alberto volaba por las nubes y después bajaba a su habitación para sentirse ampliamente reconocido y agradecido a Su Creador. Era una criatura divina por creación, por reflexión y aceptación.

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