Germán estaba delante del hospital. Su amiga Irene se acababa de marchar. Se quedó solo. Había visto a su amigo en el cuarto del hospital. Estaba todo hundido por la gravedad de las dolencias que tenía. Germán también estaba afectado, contrariado. No podía comprender la situación de su amigo.
Las enfermedades pululan a nuestro alrededor. Siempre tenemos conocimiento de alguna persona que está pasando un mal momento con su salud. Solemos olvidar y pasamos del tema. Pero, cuando nos conciernen de un modo más cercano, nos para, nos hace reflexionar y tenemos algunos pensamientos.
Desde pequeños estamos habituados a la enfermedad. Hemos crecido con ella Nos ha afectado en algunas ocasiones. La hemos sufrido. Nos hemos recuperado y hemos ido siguiendo nuestro camino. Germán, esa tarde, no las tenía todas consigo.
Estaba inmerso en un conflicto. Estaba dividido. Una situación que lo rasgaba interiormente como un tejido usado que se rompe por el uso continuado. Impresionado por enfermedades que destrozan vidas jóvenes y despiertas. Triste por la situación de su amigo.
La vida se volvía nublada en su mirada. La oscuridad lo envolvía y la angustia hacía su aparición en la garganta que se ahogaba. No podía comprender muchas cosas. No podía comprobar la causa de todo. Sólo le venía a la mente las duras consecuencias que a lo largo de su vida había experimentado.
Tanto enfermo, tanta enfermedad, tantas personas pendientes de una mano amiga que le diga en silencio: te quiero. Esa había sido su función esa tarde. Decirle, con su visita, a su amigo la falta que le hacía. Lo mucho que lamentaba su situación y el revés que, en su interior, se debatía.
Germán estaba metido en nuevos caminos. Nuevas ideas se acercaban a su mente. Nuevos planteamientos le daban una pizca de ilusión en su vida tan convulsa en esos momentos.
Leía y releía unos pensamientos escritos en su bolsillo:
“Un cuerpo enfermo no tiene sentido”.
“No puede tener sentido porque la enfermedad no es el propósito del cuerpo”.
“La enfermedad tendría sentido sólo si las dos premisas básicas en las que se basa la interpretación que el ego hace del cuerpo fuesen ciertas: que el propósito del cuerpo es atacar, y que tú eres un cuerpo”.
“Sin estas dos premisas la enfermedad es inconcebible”.
Germán consideraba la primera: el propósito del cuerpo es atacar, según el ego. El miedo a los demás, el miedo a lo desconocido, el miedo a sentirse separado nos hace estar en guardia. Y, a veces, confundimos el propósito del cuerpo con el ataque.
Se repetía que el propósito del cuerpo no es el ataque. Es la comunicación. Una comunicación física con los demás. Una comunicación mental con toda persona. Una comunicación con todos los seres en movimiento con los que nos cruzamos.
El cuerpo abraza, ama, se siente entendido, comprendido. El cuerpo comunica maravillas. Un abrazo va más allá de las palabras. Un beso es un trozo de alma.
Maravilloso cuerpo que con sólo una mirada vivifica y transmite energía interna. Es capaz de alegrar el día. Una mano amiga que se estrecha. Dos manos enamoradas que se unen. Dos cuerpos que caminan con el mismo paso compartiendo sus latidos.
Germán entendía cada vez más que el cuerpo es comunicación. No es ataque. Si el cuerpo ataca, se tensa. Si el cuerpo ataca, todos sus órganos se estresan. No podemos confundirnos con un cuerpo. Es cierto que hay una gran industria que nos dirige la mirada al cuerpo.
Sin embargo, somos una mente, una energía inconsciente que vivifica nuestro cuerpo y le da su toque personal. Al ser una mente, el cuerpo queda subordinado a las órdenes de la mente.
Ella es la que dirige. Germán recordaba los últimos avances de la investigación. La influencia de la mente en el cuerpo era vital para mantener su salud.
Así que Germán, en su paseo, concluía que quien enferma es la mente. El cuerpo sigue sus dictados. El cuerpo no opone resistencia. El cuerpo obedece.
La alegría de la mente le daba alas al cuerpo. La tristeza de la mente lo encogía y lo privaba de sus graciosos movimientos y de su natural lozanía.
Sin darse cuenta, su pecho se descongestionó con esas conclusiones. Empezaba a vislumbrar un nuevo camino. La vida de la mente era su prioridad. La influencia de sus actitudes sobre el cuerpo era visible.
Iba a cambiar su mentalidad. Su mente le enviaría los mejores mensajes a su cuerpo de comprensión, de perdón, de amor, de amabilidad.
Se los enviaría a los demás y su cuerpo los recibiría. Toda semilla germinaba en su mente. Decidió sembrar semillas de bondad para darle a su cuerpo la bondad de su salud.
Estaba contento. Estaba feliz. Los ojos le brillaban y vio venir a Irene, su amiga, y se volvió a llenar de ilusión. Compartiría con ella sus descubrimientos. Los dos amigos fueron alejándose del hospital.
Cruzaban las calles. Se perdían a lo lejos. Se les veía animados hablando. La paz quedó en el ambiente. Germán había dejado claro en su mente ese tema crucial de la enfermedad.
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