Sergio reconocía que había acontecimientos que le bajaban mucho su ánimo. Se veía afectado por ellos. Su sensibilidad sufría. Sentía un enorme peso encima de él. Se le nublaba la vista y todo se le cerraba en su horizonte.
Trataba de mostrar buen aspecto a los demás. No quería preocuparlos con sus debilidades anímicas que de vez en cuando le visitaban. Sergio se preguntaba cómo poder elevarse en esos momentos de tristeza interna.
No tenía a casi nadie para compartir esos momentos personales. Esos momentos de soledad. Había aprendido a llevarlos solo. Era algo que les sucedería a todos y era mejor callarse.
Esta actitud le daba un aspecto de persona equilibrada, sensata, sabia y respetada. Sergio lo oía y se decía en su interior: “nadie sabe lo que realmente me está pasando. Soy como una hoja al viento volando sin dirección ni sentido”.
Había aprendido a no compartirlos. Muchos problemas suyos quedaban en su interior. Cierto autor le contestaba, con sus planteamientos, muchos de los interrogantes que llevaba dentro.
Al menos tenía un amigo en secreto con el que dialogar en sus momentos de retiro. Un amigo que exponía en sus libros respuestas a preguntas del fondo interior de su vida.
Sergio estaba contento por haberlo encontrado. Su lectura era casi como un diálogo para él. En sus momentos de meditación, de reflexión, de pensamiento aquellas propuestas iluminaban su camino.
Desbrozaba muchos planteamientos que sentía en su interior. Una respuesta a sus inquietudes. Con él, se sentía realmente él. Le tenía mucho afecto al autor y mucha admiración.
Esa tarde tenía un libro entre las manos que también le llegaba mucho. Libros que se escribían y que parecían que se iban haciendo compañeros en el camino de la vida.
Sergio sentía una nueva ilusión. Un planteamiento que le sacaba de ese marasmo triste en que algunos pensamientos le sumergían en su vida. Leía y releía:
“Siempre que pongas en duda tu valor di: Dios mismo está incompleto sin mí”.
“Recuerda esto cuando el ego te hable y no le oirás”.
“La verdad acerca de ti es tan sublime que nada que sea indigno de Dios puede ser digno de ti”.
“Decide, pues, lo que deseas desde este punto de vista, y no aceptes nada que no sea digno de ser ofrecido a Dios”.
“No deseas nada más”.
“Devuélvele tu parte y Él te dará la totalidad de Sí mismo a cambio de la devolución de lo que es Suyo y de lo que le restaura Su plenitud”.
Sergio se sentía animado. Esas palabras de identificación y del acercamiento amoroso le llegaban muy hondo. Ese trato le dejaba abierto el camino a la superación de su estado anímico.
Todo un Dios cerca de él. Todo un Dios incompleto sin él. No podía pedir más. La sensación de soledad se disipaba y le abría ante sí los horizontes del día y de su felicidad.
La vida se hacía amor. El encuentro se hacía calor de abrazo. El momento se llenaba de una profunda comprensión. Sergio, en ella, nadaba como hermoso atleta del pensamiento y de la confianza en su Señor.
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