Julio tenía varias ideas en su mente que le rondaban, le daban vuelta. Por primera vez había escuchado que el cuerpo no puede enfermar. Es la mente quien hace enfermar al cuerpo.
Era una idea para su percepción. La enfermedad era una realidad. La había experimentado, la había pasado. Había visitado a personas enfermas. La enfermedad era algo que afectaba el cuerpo. Esa idea del cuerpo que no puede enfermar era muy novedosa para él.
Sin embargo, algo de razón sí que tenía en su propia experiencia. Recordaba una ocasión, a los catorce años, ir al médico. Su estómago no funcionaba bien. Lo consultó con su madre y ella lo animó a que fuera al médico. Una vez en la consulta, el médico le preguntó qué le pasaba y Julio le indicó los síntomas.
Cuando terminó, El doctor le hizo una pregunta que no se esperaba. Quería saber si había tenido algún disgusto recientemente. Julio pensó y le afirmó al doctor que hacía dos días había tenido un disgusto significativo. El doctor le confirmó que ese disgusto era la causa de su desarreglo estomacal.
Desde entonces supo que las emociones podían influir en el organismo. Ahora, al leer la frase de que el cuerpo no enferma, su mente volvió atrás y recordó aquel hecho. Julio constataba en su propia experiencia que quien enfermaba era la mente.
Lo cierto era que la medicina había avanzado dejando la mente de lado. Solamente se fijaba en el aspecto físico. Era como si no hubiera comunicación entre la mente y el cuerpo.
Un amigo de Julio fue al médico y le preguntó por qué tenía la tensión arterial alta. El médico le dijo que esas causas no se estudiaban. Caían fuera del protocolo médico.
Recordaba también una charla sobre el cáncer de la presidenta de una asociación de lucha contra el cáncer de mama. Indicaba que había un porcentaje muy alto de volver a tener cáncer, una vez curado el mismo.
Julio se quedaba pensando en este hecho. Consideraba que si la causa era la mente, y ésta no cambiaba de forma de pensar, la reproducción del cáncer era una posibilidad.
Entendía que cambiar la mente, la forma de pensar, las actitudes, las ideas aprendidas y fijadas durante años era difícil de cambiar. En ese aspecto entendía a la medicina. Era más fácil fijarse en los elementos físicos y dar soluciones puntuales.
Sin embargo, una alteración física siempre era producida por unos pensamientos y unas actitudes equivocadas. Un autor que leyó le indicaba que el cáncer era una advertencia de que algo había que cambiar.
Si se cambiaba, la misma mente que había producido el cáncer podía deshacerlo y producir lo que en medicina se conoce como remisiones espontáneas.
Julio seguía desgranando en su mente pensamientos: “Cuando atacamos la valía de una persona y duda de su valía, enferma. Cuando ensalzamos la valía de una persona y cree en su valía, se cura”. Estas afirmaciones le dejaron totalmente sorprendido. Una puerta de entrada al pensamiento se había detectado.
Un familiar de uno de sus amigos que trabajaba en una corporación había perdido su posición de jefe. Uno de sus compañeros había sido ascendido. La nueva relación cambiaba las relaciones entre ellos. El familiar no pudo resistir dicha situación y contrajo una severa depresión.
Julio iba recorriendo en sus experiencias las confirmaciones de sus descubrimientos. No podía decir que eran erróneos los principios que había descubierto. Era una visión que ampliaba sus percepciones.
Así que quiso grabar en su mente las afirmaciones que leía en aquel libro:
“Lo opuesto a la dicha es la depresión”.
“Cuando lo que aprendes fomenta la depresión en lugar de la dicha, es que no estás escuchando al Maestro jubiloso de Dios ni aprendiendo Sus lecciones”.
“La salud, por lo tanto, no es otra cosa que un propósito unificado”.
“Si se pone al cuerpo en armonía con el propósito de la mente, éste se vuelve íntegro porque la mente sólo tiene un propósito”.
Julio se quedaba con sus pensamientos. Iba entendiendo con esas experiencias la razón de los principios. Sabía que debía fortalecer su mente. Debía dirigirla por los caminos de la comprensión, de la aceptación, de ver en los demás sus buenas virtudes.
Así descubriría, en los demás, lo mismo que descubría en él. Era un hombre con buenos sentimientos y actitudes.
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