martes, mayo 17

VALOR, RESULTADO, FELICIDAD, EXPECTATIVA

Carlos, en su juventud, estaba caminando por una calle de su ciudad. Reparó en la placa de una casa. Se trataba de un psicólogo que ofrecía sus servicios. No lejos de allí vio otra placa. Esta vez se trataba de un psiquiatra.

Carlos no entendía de estas especialidades de la medicina y de la mente. Se preguntaba qué tendría que ofrecer un psicólogo. Al psiquiatra lo entendía un poco mejor porque podía recitar medicamentos para las perturbaciones mentales. 

De todos modos, Carlos compartía la creencia general que estos dos tipos de especialistas trataban a l@s loc@s. Era lo que había escuchado en los corrillos de los mayores. Ahora, Carlos se daba cuenta de la ignorancia en la que vivían respecto a estos dos tipos de profesiones. 

Fue el inicio de sus preguntas acerca de su interpretación del mundo y de sus propios pensamientos. Carlos lo veía todo bien y ajustado en sus límites. No había tenido ocasión de estudiar psicología aunque le atraía mucho. Por otra parte, la psiquiatría le quedaba muy lejos por la medicación a la que se recurría. 

Quizás eran momentos donde el desarrollo psicológico estaba un poco en sus comienzos. Muchas teorías, muchas propuestas, muchos caminos. Todos parecían interesantes, pero a veces, contradictorios. 

¿Realmente la mente veía e interpretaba las cosas de diferente manera? ¿No todos interpretaban la vida, los hechos, los acontecimientos de la misma forma? ¿Por qué unos hechos afectaban a unos y a otros los dejaba indiferentes?

Todo un cúmulo de preguntas se agolpaba en su mente juvenil. Los años le fueron dando a Carlos una visión más comprensiva de la mente y de su funcionamiento. 

Los diversos descubrimientos, las diferentes aportaciones científicas fueron dando claridad al proceso del pensamiento. Carlos fue descubriendo el amplio sector de libertad que anidaba en el interior de cada persona. 

Había todo un cúmulo de decisiones al alcance nuestro, individual. Eso le azuzaba su interior. Su curiosidad era infinita. Su deseo de comprensión, amplio. Su profundidad de estudio, total. 

Carlos estaba contento al descubrir las herramientas personales de las que disponía para dirigir su mente desde su conocimiento, de sus expectativas y desde su libertad. 

Al leer las siguientes afirmaciones le hacía pensar, meditar, reflexionar: 

“Por juzgar se tiene que pagar un precio porque juzgar es pagar un precio”. 

“Y el precio que fijes es el que pagarás”. 

“Si pagar se equipara con obtener, fijarás el precio bajo, pero exigirás un alto rendimiento”. 

“Te habrás olvidado de que poner precio es evaluar, de tal modo que el rendimiento que recibes es proporcional al valor atribuido”. 

“Por otra parte, si pagar se asocia con dar no se puede percibir como una pérdida, y la relación recíproca entre dar y recibir se reconoce”. 

“En este caso se fija un precio alto debido al valor del rendimiento”. 

“Por obtener hay que pagar un precio: se pierde de vista lo que tiene valor, haciendo inevitable que no estimes lo que recibes”. 

“Al atribuirle poco valor, no lo apreciarás ni lo desearás”. 

“Nunca te olvides, por consiguiente, de que eres tú el que determina el valor de lo que recibes, y el que fija el precio de acuerdo con lo que das”. 

“Creer que es posible obtener mucho a cambio de poco es creer que puedes regatear con Dios”. 

“Las leyes de Dios son siempre justas y perfectamente consistentes”. 

“Al dar, recibes”. 

“Pero recibir es aceptar, no tratar de obtener algo”.

“Es imposible no tener, pero es posible que no sepas que tienes”. 

Carlos se quedaba boquiabierto con este planteamiento del precio, de fijar el valor, de decidir la importancia en su vida. Estaba muy acostumbrado con los juicios que hacía. Era un tema que le había interesado. 

Nunca había considerado el asunto desde un punto de vista económico-financiero. Sin embargo, esta relación entre el precio y el rendimiento estaba clara a todas luces. 

También le había impactado la diferencia entre obtener y aceptar. Era vital para valorar realmente su satisfacción interior. Carlos veía con claridad que los límites de su felicidad los ponía con toda naturalidad. Siempre había sido inconsciente de esta actividad. 

Ahora se daba cuenta donde debía centrarse para cambiar su forma de enfrentarse a los asuntos en su vida cotidiana. Entendía cómo le había dado poco valor a ciertas experiencias. Estaba en él, no en las experiencias que no habían sido satisfactorias. Las había apreciado poco. No las había deseado. 

Esto le abría a la mente de Carlos todo un proceso lleno de entusiasmo. Ya no se fijaría en las experiencias, en las acciones de los demás, en los procesos de externos. Ahora se centraría en el valor que daba a cada consideración, a cada juicio que hacía. 

Carlos concluía que eso era libertad, alegría, consciencia y una gran posibilidad de ser el propio jefe financiero de su almacén emocional interior.

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