El dueño de una gran empresa que se había extendido por todo el territorio y por muchos países estaba considerando el asunto del transporte de su familia.
Era una persona que había subido desde abajo. Conocía todos los eslabones de una alta escalera que había subido con esfuerzo, constancia, ilusión y no poca sabiduría.
Había conservado como consejero en temas personales a un compañero suyo que había encontrado en la calle. Se habían hecho amigos y juntos habían luchado por la prosperidad de la empresa.
Los dos, a pesar de la bonanza de la empresa y de sus finanzas bien saneadas, conservaban la ingenuidad, la lozanía, la confianza que sale del corazón. Muchas veces se les veía tomando algún aperitivo juntos como en los tiempos de inicio.
Una amistad que no se rompía. Los vínculos humanos auténticos son eternos. El dueño valoraba mucho a su amigo. Su opinión le orientaba muchas veces en sus decisiones.
Su amigo tenía una sabiduría natural que le asombraba en muchas ocasiones. Su visión equilibrada, humana, sencilla, profunda y distinta, siempre le impactaba. En esta ocasión necesitaba su opinión.
Tenía que contratar una tripulación para que llevaran a su familia en sus viajes en aviones distintos por causa de seguridad. Confió a sus departamentos de recursos humanos y al departamento de finanzas la responsabilidad de encontrar a las personas idóneas.
Unos días después, tuvieron una reunión para tomar la decisión final ante las propuestas que habían tenido. Su amigo estaba con él. En la reunión le presentaron la mejor elección según sus asesores de los departamentos oportunos.
- Tenemos una oferta que creemos es la mejor. Solamente que es muy cara. Se trata de los mejores profesionales. Cada uno destaca en su puesto. Tienen un sueldo muy alto. Pero, no es inconveniente para nosotros.
El dueño quedó pensativo. Habló en voz baja con su amigo. Preguntó:
- ¿No hay más ofertas?
- ¡Sí, claro! ¡Cientos de pilotos y de mecánicos de vuelo quieren el puesto! Pero ninguno puede igualar a la tripulación escogida. Además, alguna de las propuestas es extraña.
- ¿Por ejemplo?
- Hemos tenido el ofrecimiento de un grupo de aviadores y mecánicos que se conocieron en una terapia de grupo. Trataban de superar los traumas que habían tenido en su carrera profesional. Accidentes fatales de los cuales han sobrevivido de milagro. Situaciones peligrosas debidas a algún error cometido por ellos o por otros. Todos han sido retirados del servicio.
- ¿Cuánto piden?
El jefe del departamento financiero buscó entre sus papeles:
- ¡Ah! ¡Aquí está! A ver… Debe ser un error. . . No piden más que alojamiento, comida, y algo de dinero para sus gastos cotidianos. Dicen que quieren el puesto para poder tener de nuevo la experiencia de volar y sentirse útiles.
El dueño se retiró a un rincón de la sala. Habló con su amigo. Estuvieron intercambiando opiniones. Todos esperaban. Todos lo tenían claro. Pondrían sus vidas en manos de los mejores.
- ¡Contraten a la tripulación! – dijo el dueño.
Todos estaban satisfechos. La decisión era la normal y la más adecuada. Empezaron a levantarse.
- ¡A los de la terapia! – añadió el dueño.
El silencio se podía cortar en la sala. Nadie osó moverse. Quedaron medio sentados, medio levantándose. Una foto fija los había congelado. Tras unos instantes añadió:
- Quiero para mi familia personas que han pasado por momentos difíciles. Hombres que aprecian la vida y a las personas. Saben el valor que tiene y el valor de recuperarse. No quiero a un grupo de pilotos convencidos de su superioridad y de que merecen ser mi tripulación.
Su amigo se acercó al dueño. Le susurró algo. El dueño les dijo:
- Denles el precio que pensaban darles a los aviadores mejores.
La vida que profundiza en las venas y en las entrañas descubre la sabiduría de la existencia. Los mejores estaban en una vorágine de competencia, de superioridad, de alta estima propia.
Los de la terapia estaban en un río tranquilo de paz, de tranquilidad. Su deseo de sentirse útiles les hacía humanos, profundamente humanos y sabios.
Sabían que debían revisar cada parte del avión. Conocían que debían esquivar ciertos errores. Deseaban solamente ser útiles. El dueño y su amigo comulgaban con esas virtudes.
Esa era la verdadera valía del ser humano. Se equivocaban pero se superaban. Esa era su riqueza interna. La santidad se había fraguado en su interior.
Miraban a la vida con confianza y con amor. La vida les reconocía su valor. La mirada oportuna ponía énfasis en lo que muchos ojos no veían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario