Julio estaba jugando con unos dados en su mano, resbalaban entre sus dedos, una y otra vez. Parecía que los estaba sintiendo. Pero, su mente estaba lejos, muy lejos. Sentado en la mesa, un libro abierto, la ventana dejando pasar la brisa, un horizonte lejano y azul. El sol cayendo enviaba sus rayos paralelos al terreno. Deslumbraba su mirada.
Julio se adentraba con sus ojos en esa luz intensa que chocaba con sus pupilas y las empequeñecía. La miraba de frente. Le daba sensación de irrealidad, de misterio y de una nueva visión luminiscente.
Sus ojos reflejando esa luz del atardecer y su mente lidiando con los conceptos de temporal y eterno. Recordaba de joven cuando empezaba a reflexionar y la incomodidad que le supuso pensar en la eternidad como aquello que se repite y que nunca se acaba.
Julio pensaba que el aburrimiento sería eterno. El vacío sería eterno y lo no acabado sería insufrible. Acabó por desterrar de su mente la idea de eterno. La idea de que nunca se acaba. Le dolía en el alma. Le dolía en el pensamiento. Nunca el tiempo dejaba de ser.
Un nuevo concepto había llegado a su mente de eterno. La idea del tiempo no era lo esencial. En muchos momentos se había quedado tan absorto en el estudio, en el juego, en la conversación y en sus pensamientos que el tiempo se le había pasado sin darse cuenta.
Julio descubría que la longitud de tiempo no era lo esencial. Lo que realmente importaba era esa sensación de plenitud que experimentaba cuando se centraba y disfrutaba. En algunas ocasiones le habían interrumpido una conversación donde él y uno de sus amigos disfrutaban sin darse cuenta del correr del tiempo.
Se había quedado sorprendido. Pasaron tres horas y tuvieron la sensación de que habían estado solamente una media hora. ¡Qué experiencia tan maravillosa! ¡Qué experiencia tan estupenda! Julio empezaba a concebir otro concepto: cuando se está disfrutando, el tiempo se para, no pasa.
Si el tiempo no pasa, entonces, la eternidad, en lugar de ser mucho tiempo, podría ser el no-tiempo. Este concepto se abría paso en la mente de Julio. El no-tiempo es el momento de intensidad preciosa placentera donde la mente olvidaba el lugar y el tiempo que pasaba.
Así las expresiones de “vida eterna” no tenían la consideración de su duración sino la cualidad de no-tiempo por lo maravillosas, extraordinarias, placenteras, dichosas y entregadas. Esas experiencias, pensaba Julio, no deberían acabar nunca. Y ese pensamiento lo ligaba con el de la eternidad y entonces todo cambiaba.
Julio se daba cuenta de que en su reflexión juvenil había tenido en cuenta la duración del tiempo. Ahora, más mayor, se fijaba en la cualidad que la expresión “eterna” le daba a la vida. Se estaba sorprendiendo él mismo. Un cambio significativo en su campo de comprensión.
Julio deducía que lo importante no era la duración. Lo importante era la cualidad de maravilloso que tenía. Y eso ya lo había experimentado en algunas ocasiones. Así que concluyó que tiempo y eternidad eran dos conceptos distintos.
Tiempo se refería a la duración. Eternidad se refería al gozo de la experiencia. El tiempo marcaba la extensión, la longitud de su discurrir. La eternidad fijaba en el gozo su presencia y entonces la extensión no se producía. Se quedaba fija en el punto que se daba. La eternidad era igual al no-tiempo.
Con esto en mente decidió leer el párrafo donde los conceptos de eternidad y tiempo aparecían. Ahora tenía un concepto mucho más certero:
“La arrogancia es la negación del amor porque el amor comparte y la arrogancia no”.
“Mientras ambas cosas te parezcan deseables, el concepto de elección, que no procede de Dios, seguirá contigo”.
“Si permites que lo temporal te preocupe, estarás viviendo en el tiempo”.
“Como siempre tu elección estará determinada por lo que valores”.
“El tiempo y la eternidad no pueden ser ambos reales porque se contradicen entre sí”.
“Sólo con que aceptes lo intemporal como lo único que es real, empezarás a entender lo que es la eternidad y a hacerla tuya”.
Julio se afirmaba en sus conclusiones. Era consciente de que la arrogancia estaba situada en el tiempo, en lo temporal. No ofrecía ese gozo que fuera capaz de hacer desaparecer el tiempo. En cambio, el amor sí tenía ese poder y esa cualidad.
Julio se sentía pleno. Ahora la expresión “vida eterna” se llenaba de un nuevo brillo, de un nuevo fulgor, de una nueva visión. Eran las experiencias diarias vividas con la dicha de amar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario